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Blade Runner, de Ridley Scott “A esto no se le llamó ejecución, se le llamó retiro”
![]() Cine de ciencia ficción o cine de anticipación, ambos términos se han usado para denominar a estas películas que daban una visión en muchísimos casos de lo que sería el Siglo XXI. No se debe hablar de este tipo sin mencionar a probablemente al padre del género en el cine, el francés Georges Méliès y su Viaje a la luna de 1902, aunque quizá la obra más notable de la primera época sea Metrópolis, de Fritz Lang. Estamos en el año 2019; la Tierra está en condiciones deplorables y nos hemos visto obligados a colonizar otros planetas. Para ello se utilizan unas creaciones llamadas “replicantes” dentro de los cuales destaca el modelo Nexus 6, más perfeccionado que el resto. El problema surge cuando un grupito de estos escapan y llegan a Los Ángeles con la intención de prolongar su vida. Es el momento en el que se obliga a Rick Deckard a que vuelva a ser un Blade Runner, a que los encuentre y los aniquile. El duelo está presente, Deckard frente a los replicantes rebeldes. Sin embargo casi accidentalmente aparece el amor y, como no puede ser de otra manera, con una replicante, Rachel (Sean Young). Junto a esta pareja hallamos también la formada por Roy Batty (Rutger Hauer –ejemplo de que las carreras pueden irse a pique-) y Pris (Daryl Hannah), ambos replicantes. El suspense y la acción nos llevan por ese mundo rodeado de una atmósfera trágica, opresora, en donde la única luz que encontramos es la fría de focos o anuncios publicitarias. Rick Deckard se mueve en él buscando su objetivo y pronto encontrará el primero, Zhora (Joanna Cassidy), a quien mata por la espalda de un tiro gracias a que ella ha tenido que huir sin tiempo para acabar con el mejor Blade Runner. Esta muerte no nos va a pasar desapercibida ya que hay un especial regodeo en esa violencia expresada cristal tras cristal, en una caída que parece no tener fin. El siguiente será Leon (Brion James), con el que se encuentra poco después, pero este morirá a manos de Rachel. La trama toma otro rumbo y se va centrando en un tema mucho más complejo, el filosófico. ¿Qué pretenden los replicantes estos? Sólo quieren vivir, tienen miedo a la muerte; su intención es la de cualquiera, encontrar las respuestas. De hecho Leon ya ha preguntado a Deckard “¿Cuánto voy a vivir?” porque la angustia lo corroe. En el primer encuentro entre Rachel y Deckard, aparece la figura del doctor Eldon Tyrell (Joe Turkel –si un día se lo encuentran de camarero en un bar péguense un tiro-) que nos da una característica del ser replicante: “inexpertos emocionalmente”. Esa supuesta inexperiencia provoca que más tarde tenga el encuentro con su “hijo pródigo” el cual vaga en busca de su creador (“No es cosa fácil conocer a tu creador”) porque quiere vivir, teme la muerte, como todos. Sin embargo el padre creador es incapaz de poder ayudarlo, es incapaz de responder; él le dio la vida, de lo demás se desentiende. Sí, es su hijo, al que más ama por ser el más perfecto, el que más brilla (“La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo...y tú has brillado con muchísima intensidad”), el que se atravesará una de sus manos con un clavo, el que matará a su dios tras anunciarle que “No haré nada por lo que el dios de la biomecánica me impida entrar en su cielo”. La intención de Tyrell de crear unos seres “más humanos que los humanos” ha llevado a que sientan esa angustia de la extinción de su yo con tanta intensidad como para llegar a extremos insospechados (de dónde viene la idea de dios muerto a manos del hombre es obvia). Conforme avanza la película nos podemos dar cuenta de que estos replicantes son los únicos que se encuentran en sociedad. Si por un lado encontramos al diseñador genético J.F. Sebastian (William Sanderson) con sus “mis amigos son juguetes” (literalmente, no que sean manipulables), por otro nos encontramos constantemente grupos de replicantes que se hacen compañía y se ayudan. Deckard acude a la casa de Sebastian tras ser avisado de que han encontrado los cuerpos de éste y de Tyrell; allí se encuentra Pris, la cual resultará muerta de un disparo. No está mal, el poli lleva dos muertes de mujeres gracias a la pistola (una además por la espalda). No es cuestión de juzgarlo, él no está muy conforme con lo que hace, es su profesión, quizá su destino, tal vez su programación. La llegada de Roy provoca los momentos de máxima tensión. Tras encontrar a su compañera muerta no sólo se demuestra que puede sentir dolor emocional, también amor. El poli huye, el replicante cuenta para darle tiempo y sale en su caza, regodeándose en todo momento, pero cuando llega el fin de Deckard, Roy lo salva. “Es toda una experiencia vivir con miedo ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”. Qué mejor forma de expresar el sufrimiento que esa. Quizá no sea justo que alguien sufra la persecución por simplemente querer saber, por ansiar vivir (“Tiempo: el suficiente”), por poder amar. “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. [...] Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como... lágrimas en la lluvia... Es hora de morir.” y la paloma blanca que tenía en sus manos asciende hacia un cielo casi entero despejado, un cielo que parece mostrarse amable para Deckard si no fuera por lo que encuentra cuando intenta huir con Rachel, si no fuera por esa figura del unicornio tan parecida a la de sus sueños, tan semejante a sus recuerdos. (En el otro final se ve a Deckard y Rachel montados en un coche huyendo, solos, lejos de todo el horror)
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Philip Kindred Dick (Chicago 1928, Santa Ana 1982) no tiene novelas menores aunque ninguna alcanza la “perfección” formal; quizá esa sea la razón de la dificultad para su estudio puesto que en todas y cada una de sus obras encontramos ideas y situaciones peculiares que nos llegan a lo más profundo del alma. Menos conocida quela que vamos a tratar aquí, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, es “El hombre en el castillo”, de 1962, en la que Dick nos presenta un mundo en el que Alemania ha vencido en la Segunda Guerra Mundial pero la vida de los personajes transcurre prácticamente de la misma manera que antes. Esa es tal vez la única constante en sus obras: la reflexión sobre los valores del ser, sobre la realidad y la problemática de la transcendencia por medio del uso de la figura del androide o del mismo ser humano. Aquí está sin duda el germen de su “Do Androids dream of electric sheep?” (1968).
Es coherente pensar que Ridley Scott no se limitó a adaptar la novela al cine sino que pretendió presentarnos una evolución de Deckard (hubo una escena en la que Deckard visita a su mujer en coma aunque no fue montada finalmente); si en Dick encontramos a un policía en activo y casado, en la película se nos presenta como un alcohólico divorciado y retirado del servicio, algo que nos anuncia el final del libro. El primer Deckard recibe su primer encargo sin supervisión, no es el mejor (es Holden, a quien admira) y se siente halagado y entusiasmado en cierta mediad por la posibilidad de poder adquirir con las bonificaciones un animal de verdad y no la oveja eléctrica que posee, un animal al que poder alimentar, ver crecer y amar. Puede que esta adquisición anime a su esposa, Iran, la cual odia su mundo y se autoprovoca depresiones. Deckard retira androides, es su trabajo, nada más. En realidad al principio no se plantea que el mundo pueda funcionar de otra manera, el problema llega cuando se cuestiona su labor quedando la respuesta de que mata a asesinos vacía. Al hacer el amor con una mujer androide, Rachel, es plenamente consciente de que aniquila a seres que tienen conciencia propia, que son diferentes pero que, sin embargo, muchos sólo consideran máquinas. Sólo hay que extrapolar la situación al mundo que denominamos real. Si en la novela comienza su viaje iniciático, en la película nos hallamos con un Deckard retirado pero consagrado como el mejor cazador; es un antihéroe que desprecia el mundo que lo rodea el cual le es indiferente. No obstante, esta apatía exterior contrasta con la agitación interior por haber sido un asesino, por haber comprendido desde su soledad, con su copa en la mano, que el mundo es una mierda; ya no intenta medrar como en la novela, sólo dejar pasar el tiempo. La mayor diferencia entre la novela y la película se encuentra en Roy. Para Dick es simplemente un androide; si bien es el líder, resulta sencillo engañarlo al final. No es el Roy que nos presenta Scott, Roy alcanza lo que ningún ser humano puede, hablar con Dios, tenerlo justo delante.Ha evolucionado para convertirse en un ser muy superior, capaz de sentir mucho más por ser más inteligente, capaz de soñar. VEA TAMBIÉN Paul BitternutOtras obras de Cine Este artículo en los foros de Lenguas de Fuego
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Revista de Cultura Lenguas de Fuego - ISSN 1886-3027
Última actualización: 1 de abril de 2008 |