Exprimir la lengua hasta límites insospechados es algo que don Francisco de Quevedo y Villegas supo hacer como nadie. Pocos escritores, por no decir ninguno, han sido capaces de encerrar en una sola palabra un tan amplio abanico de significados, sobre todo cuando trataba de burlarse de alguien o algo.
Magnífico e irrepetible, consciente de su maravilloso arte nos regalará El Buscón como respuesta a lo que para él era incomprensiblemente una patochada. Si El Lazarillo es el comienzo de la novela picaresca El Buscón es el final a la vez que su cenit; Quevedo destroza al pobre, al pícaro que cuenta su vida. Si antes de Lázaro los personajes o eran santos o héroes, él nos hace llegar la vida de un don nadie, de un pobre que, para justificar su consentimiento a los cuernos que lleva, nos relata su vida. Las horas no son las de rezar o las de la siembra o las de la batalla sino las del hambre; los sentimientos también cambian, ya no es la admiración o la adoración sino la sensación de dormir con el estómago vacío, la repugnancia ante amos que se aprovechan de él o la compasión hacia el que ni siquiera puede trabajar para conseguir comer porque pertenece a una clase social que se lo prohíbe.
Esta obra pertenece a su juventud, pero no nos vamos a dedicar a su prosa sino a su figura y sus poemas. Nace don Francisco en 1580, el 17 de Septiembre, en Madrid, unido a la Corte que tanto influirá en su vida, para bien y para mal. Su padre, Pedro Gómez de Quevedo Villegas era escribano de la reina Ana María, mujer de Felipe II, y secretario personal de la princesa María y su madre, Mará Santibáñez de Quevedo, era dama de honor. Estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas y luego en la Universidad de Alcalá de Henares y en la de Valladolid (cuando la Corte estuvo allí -1601-1606- ).
Ya desde muy joven su labor creadora es admirable. Sus sátiras nos dan muestra no sólo de su ingenio sino también de su amplia cultura (era considerado el español que más idiomas extranjeros hablaba a pesar de que sólo sabía griego, latín, hebreo, árabe, francés e italiano) y de lo mordaz que podía ser.
En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.
Murió con cien mil dolores,
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun hasta malos humores.
La avaricia y los avaros son diana constante de sus ataques. Memorables son sus Cartas del Caballero de la Tenaza , que, como podemos imaginar por el título, están dedicadas a un tacaño de los pies a la cabeza.
Más conocidos son sus versos ?Poderoso caballero / Es don Dinero?
Los boticarios, los cuales no gozaban de muy buena fama por adulterar y preparar mal los medicamentos, tampoco se libran de los ataques del joven Quevedo:
Llegó a los pies de Cristo Magdalena,
[?]
Y pues aqueste ejemplo veis presente,
¡Albricias, boticarios desdichados,
Que hoy da la gloria Cristo por ungüente!
Y, por supuesto, los judíos, que en la época no gozaban de demasiada estima y que en reiteradas ocasiones se utiliza como insulto (por ejemplo, el comienzo de El Buscón):
Aquí yace Mosén Diego,
A Santo Antón tan vecino
Que huyendo de su cochino
Vino a parar en su fuego.
Pero por supuesto también aparece el amor y de la forma que sólo Quevedo puede conseguir:
Delante del Sol venía
Corriendo Dafne, doncella
De estremada gallardía,
Y en ir delante tan bella,
Nueva Aurora parecía.
La mitología aparece ya desde su juventud, de la que era un gran conocedor, muchas veces usadas a conveniencia del poeta, y en la que vemos representados sentimientos casi inimaginables:
Mas envidioso de ver
Que han de gozar gloria nueva
Las palabras en su ser,
Con el viento que las lleva
Quiso parejas correr.
Apolo o Febo, dios del Sol, corre tras Dafne, a la que no alcanzan sino sus gritos, como nos dice antes:
Mas viéndola tan cruel,
Dio mil gritos doloridos,
Contento el amante fiel
De que alcancen sus oídos
Las voces, ya que no él.
Dafne huye del dios del Sol:
Si no fueras tan hermosa,
Por la noche te tuviera.
Ayudada por él, ya que, al haberle robado el corazón, éste le da alas que le permiten volar, como al mismo Sol:
Aun mi corazón, que tienes,
Alas te da contra mí.
El amor es cruel, no sólo huye sino que también mata. Cuando Acteón, siempre siguiendo la mitología propia de Quevedo, se encuentra ante la bella Diana, las ninfas le tiran tierra para cegarle y sus perros (Diana es la diosa de la caza) lo intentan matar pero ya es tarde porque el amor ha actuado antes:
Estábase la Efesia cazadora
[?]
Tierra le echaron todas por cegalle,
Sin advertir primero que era en vano,
Pues no pudo cegar con ver su talle.
Trocó en áspera frente el rostro humano,
Sus perros intentaron de matalle,
Mas sus deseos ganaron por la mano.
Las pautas de lo que va a ser su poesía quedan marcadas desde el primer momento. También la de la poesía encomiástica con su soneto en alabanza al rey Felipe III:
Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.
Este tipo de poesía era muy típica en la época (debemos recordar la parodia que hace Cervantes de este tipo de alabanzas para poder publicar un libro en el Quijote) y más para un poeta de la Corte , aunque, a veces, no se complique en exceso como en la versión posterior de este mismo poema dedicada a Felipe IV:
Escondido debajo de tu armada,
Gime el Ponto, la vela llama al viento,
Y a las Lunas de Tracia con sangriento
Eclipse ya rubrica tu jornada.
O, aunque nos adelantemos un poco, los dedicados, por ejemplo, al Duque de Osuna y a Escipión, los cuales pertenecen a una etapa posterior:
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
Pero no a su defensa sus hazañas;
Diéronle muerte y Cárcel las Españas,
De quien él hizo esclava la Fortuna.
Pueden entretenerse en buscar algo en común con el siguiente:
Faltar pudo a Scipión Roma opulenta,
Mas a Roma Scipión faltar no pudo;
Sea Blasón de su envidia que mi escudo,
Que del Mundo triunfó, cede a su afrenta.
En 1613 encontramos su Heráclito cristiano, cuyos Salmos muestran una crisis espiritual importante. Quevedo, arrepentido de su vida y obra anterior, considerada frívola, le dedica este cambio ético a su tía doña Margarita Espinosa, la cual cuidó a sus dos hermanas menores tras la muerte de la madre de Quevedo (1599-1600), el padre había muerto en 1686. Él mismo nos da a conocer su nuevo rumbo y su arrepentimiento:
Un nuevo corazón, un hombre nuevo
Ha menester, Señor, el Alma mía:
Desnúdame de mí, que ser podría
Que a tu piedad pagase lo que debo.
La preocupación por su vida anterior es palpable, pide ayuda al cielo para que lo ayude a cambiar y que le perdone las pasiones anteriores:
Pues le quieres hacer el monumento
En mis entrañas a tu cuerpo amado,
Limpia, suma limpieza, de pecado,
Por tu gloria y mi bien, el aposento.
Quizá el más conocido de los poemas de este período sea el que peor ha sido interpretado, gran culpa la tuvo la llamada Generación del 98.
Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De larga edad y de vejez cansados,
Dando obediencia al tiempo en muerte fría.
O, en lugar de esta versión de 1613, en la posteriormente revisión del poeta:
Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.
Se quiso ver en este poema una preocupación sobre el ocaso de España, el final de aquella época de esplendor que dicen que tuvimos de la que ya no queda nada. Sin embargo, siempre con el beneplácito de esa parte de la crítica que busca lucir más sus ideas e interpretaciones que lo que pretende decir el autor, a lo que se refiere Quevedo es al paso del tiempo y a la llegada de la muerte.
En 1610 los muros defensivos de Madrid habían sido derribados debido al crecimiento de la población (¿dónde estarían el millón de cadáveres de Dámaso Alonso si no se hubiera hecho?), con lo que ya tenemos ?Patria mía?. El resto es una visión de cómo se va acercando la muerte. El paso del tiempo y la destrucción tienen una relación bastante antigua.
Más claro podemos ver esa relación entre la destrucción de un muro representando el declive del cuerpo en el Salmo 19 del Heráclito:
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
Pues con callado pie todo lo igualas!
Ya cuelgan de mi muro tus escalas,
Y es tu puerta mayor mi cobardía;
Por vida nueva tengo cada día,
Que el tiempo cano nace entre las alas.
Aquí encontramos otro de los tópicos más importantes: la muerte lo iguala todo.
Como antes hemos referido con el poema dedicado al Duque de Osuna, Quevedo era un personaje de la Corte y, como tal, su suerte está muy unida al viento que sople en ella. Gran amigo de Pedro Téllez Girón, tercer Duque de Osuna, al que conoció probablemente en los años en que obtiene el grado de licenciado e inicia los estudios de Teología, en 1600; éste le invita siendo virrey de Sicilia a que vaya con él, dedicando don Francisco unos años a la política y siendo el confidente del Duque unidos no sólo por una gran amistad sino también por la admiración. En 1620 el de Osuna pierde el favor del rey y termina en prisión; Quevedo en el 21 y en el 22 también la padecerá por ser su confidente. Hechos como éste han conseguido crear un rumor de que Quevedo era un espía, el gran poeta que había recibido el hábito de Santiago en 1617, concedido por Felipe III.
La Corte está siempre llena de disputas para conseguir el favor del rey; los artistas buscan protección en sus miembros lo cual los puede ensalzar a la gloria pero también al desastre. Con el ascenso al trono de Felipe IV el Duque de Osuna cae en desgracia y Quevedo con él. Nuestro poeta ya había sido desterrado en la Torre de Juan Abad poco antes, torre cuya posesión conseguirá ahora, será encarcelado en Uclés (Cuenca) y luego de nuevo en la susodicha torre.
La última etapa de su vida estará del lado del duque de Medinaceli, Antonio Luis de la Cerda , gracias al que recibirá el nombramiento de Secretario del Rey. Sin embargo siempre encontramos el otro lado de la moneda que en este caso se trata del conde-duque de Olivares, al que le une una gran enemistad. El 7 de Diciembre de 1635 es detenido en la casa del de Medinaceli y encarcelado en el convento de San Marcos de León hasta Junio de 1943, poco después de que el conde-duque haya caído. En Noviembre del año siguiente se retira a la Torre para morir en Villanueva de los Infantes, hacia donde se había ido a principios del año 1645, el 8 de Septiembre.
A pesar de que las mujeres nunca fueron demasiado apreciadas por Quevedo, tildado de misógino (algunos creen que debido a las taras físicas de este adelanto del Marqués de Bradomín), a las que prefería mudas y sordas, nos resulta imposible concebir a alguien que fuese capaz de adorarlas más. Los sentimientos que consigue transmitir no están al alcance de cualquiera pero lo suyo debía ser un amor platónico. Igual que dicen que los suicidas son las personas que más aman la vida y que por eso se la quitan, porque no merece la pena que algo que debiera ser tan hermoso sea un auténtico infierno, Quevedo ama a la mujer hasta la extenuación, pero en el momento de conseguirla sus ideales se caen en picado porque él ama la perfección; quizá, por eso, su matrimonio con Esperanza Mendoza durase meses.
Quevedo, como tantos otros poetas, nos habla de que hay que aprovechar el momento, hay que disfrutar de la belleza que se posee al ser joven, estado demasiado breve excepto para Ana Obregón.
La mocedad del años, la ambiciosa
(?)
Reprehensiones son, oh Flora, mudas
De la Hermosura y la Soberbia Humana ,
Que a las leyes de flor está sujeta.
Tu edad se pasará mientras lo dudas;
De ayer te habrás de arrepentir mañana,
Y tarde, y con dolor, serás discreta.
El amor es un infierno, una pasión que envuelve y no para de torturarnos sin ni siquiera, como Orfeo, sernos permitido paliar su sufrimiento con la música.
A todas partes que me vuelvo, veo
Las amenazas de la llama ardiente,
Y en cualquiera lugar tengo presente
Tormento esquivo y burlador deseo.
(?)
¡Oh dueño sin piedad, que tal ordenas!
Pues del castigo de enemiga mano
No es precio ni rescate l´armonía.
Pero, si el estar enamorado es una agonía, el estar privado de los ojos de la amada es el objetivo más cruel de cualquier verdugo.
Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.
Sin embargo, aunque la amada tenga la piedad de taparse los ojos para que el fuego que ellos provocan no nos quiten la vida, su mano, pura nieve, de blancura sublime, corre el peligro de derretirse o, por su belleza, de helar lo que intenta ocultar.
Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;
Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle.
El amor lo es todo, aunque sea en sueños. El amor es lo que hace que nos sintamos vivos.
¡Ay Floralba! Soñé que te? ¿Dirélo?
(?)
Y dije: ?Quiera Amor, quiera mi suerte,
Que nunca duerma yo, si estoy despierto,
Y que si duermo, que jamás despierte.?
Mas desperté del dulce desconcierto,
Y vi que estuve vivo con la muerte
Y vi que con la vida estaba muerto.
Tras soñar con la amada, el poeta percibe claramente que sin ella la vida no tiene el más mínimo sentido por lo que está dispuesto a perderlo todo por ella. Da igual que esté soñando o viviendo la realidad, lo que desea es que el momento no cambie nunca ya que, lo que en realidad da la vida no es uno mismo sino la amada.
¿Cómo podríamos describir a Floralba? ¿Cómo explicar una belleza que está fuera del alcance hasta de la imaginación? Quevedo puede y sabe.
Al oro de tu frente unos claveles
Veo matizar, cruentos, con heridas;
Ellos mueren de amor, y anuestras vidas
Sus amenazas les avisan fieles.
Rúbricas son piadosas y crueles,
Joyas facinerosas y advertidas,
Pues publicando muertes florecidas,
Ensangrientan al Sol rizos doseles.
Mas con tus labios quedan vergonzosos
(Que no compiten flores a rubíes)
Y pálidos después, de temerosos;
Y cuando con relámpagos te ríes,
De púrpura, cobardes, si ambiciosos,
Marchitan sus blasones carmesíes.
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