Desde los tiempos más primitivos ha existido el principio de causalidad y de casualidad. El primero consiste en la causa-efecto, si algo ocurre es debido a que ha sido provocado; para explicarlo vamos a poner un ejemplo práctico (la parte práctica es la mitad de la nota final): si se habla del tema gay, lo que llamaríamos causa, aparecen un montón de payasos diciendo estupideces, lo que llamaríamos efecto.
Como el primer principio creo ha quedado claro, vamos con el segundo. Aprovechando parte del ejemplo anterior, si bien la aparición de esos payasos es un efecto, el que no hayan surgido antes dándose a conocer con su increíble estulticia es una casualidad, además de una suerte, es decir, podrían haberlo hecho en cualquier momento y la elección de éste ha sido aleatoria. Por supuesto decimos esto con todo el respeto hacia los payasos, gran colectivo formado por casi el noventa por ciento de la población mundial.
Plagiando a uno de los pensadores más ilustres del mundo mundial universal, otro ejemplo de causalidad es que si tiene un hijo gay, es usted un borracho, un desequilibrado y un hijo de la gran puta. Siguiendo este otro ejemplo, la casualidad sería que no le entraran ganas de partirle la cara al que haya dicho eso.
El colmo llega cuando la boca parlante es un catedrático de prestigio que acude a un debate para intentar que no se legalicen los matrimonios gay, enfermedad contagiosa y sin tratamiento a día de hoy. Porque si lo digo yo o, peor todavía, alguien de la generación de la ESO , o incluso peor, los que están preparando los nuevos planes de estudio, pues tiene un pase, pero que lo diga una persona o similar, un supuesto intelectual… Menos mal que a lo que se dedica es al tratamiento psicológico de los homosexuales que van a su consulta (no sé cómo andará el índice de suicidio). Por supuesto, el resto del colectivo (de psicólogos me refiero) ha dicho que eso es una gilipollez (creo que de forma más fisna).
Espero que esos alcaldes o capitanes de barco que no quieran casar a homosexuales por motivos de conciencia tengan que limpiarle el culo a heterosexuales o tareas afines a todos aquellos que no hicieron la mili o que vayan a la cárcel por insumisión.
No obstante, las barbaridades no quedan ahí. La verdadera epidemia de este siglo con un nivel de contagio altísimo es la estupidez. Antes, quiero dejar bien claro que no he manejado el material de primera mano, espero tener que rectificar, de lo que me alegraré profundamente. Nuestro bien amado papa actual Torquemada y su brillante equipo de estafilococos han realizado unos remiendos al Catecismo, que, por lo que estamos viendo, tiene raíz común con catéter. Tales remiendos se han efectuado en pro de la igualdad; así, por ejemplo, igualan en grado de pecado y de acción reprobable la masturbación, la prostitución y la violación, o sea,… prefiero no explicarlo que luego me dicen que soy un mal hablado. Desde aquí vaya nuestra recomendación a todos los violadores de que se masturben mejor y a los que organicen hogueras en la noche de San Juan felicidades porque se van a forrar quemando herejes como esto siga así.
Quiero hacer constar, esta vez sin ironía, mi máximo respeto por parte de la Iglesia , parte que no dice barbaridades y que no sólo tienen cabeza sino que la usan.
Por último, y sé que va a resultar un poco duro, solidarizarnos con el pueblo inglés pero que deje de echarse mucha gente las manos a la cabeza y de gimotear cuando en otros lugares muere gente a patadas y no se hace absolutamente nada por evitarlo. No cabe duda de que el terrorismo es un cáncer con el que hay que acabar, pero también el hambre, y es mucho más fácil.
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