La noche más corta del año, cuando la luz triunfa sobre la oscuridad, cuando los duendes, espíritus y demás, incluido el demonio, pasean por los mundos de Dios en esos momentos en que las puertas mágicas hacia dimensiones extrañas y misteriosas están abiertas de par en par (los griegos hablaban de solsticio en el sentido de puerta, de los hombres el de verano, de los dioses el de invierno). Las hogueras arden en honor a Belenos o a Apolo. Las plantas venenosas dejan de serlo y las curativas multiplican sus efectos.
Fiesta pagana en sus orígenes (no es que ahora sea muy religiosa precisamente), noche de brujas en las que éstas salen a hacer su mal, encendemos hogueras y saltamos por encima para quemar nuestros malos espíritus y tiramos nuestros peores deseos para que ardan y desaparezcan para dejarnos limpios y pulcros gracias a ese fuego en honor al Sol que hacemos para que revitalice su energía.
San Juan Bautista nació ese día, el que bautizaba con agua, y su relación con esta noche es tan clara que no hace falta que la explique (quizá por que el agua del bautismo apague el fuego del mal, pero si el fuego quema los malos espíritus y deseos?; ni idea vamos).
La noche de San Juan, la noche más corta del año, cuando nos subimos al Albayzín de Granada, al Sacromonte o vamos a cualquier otro sitio, nos hinchamos de beber en torno a una hoguera mientras un grupo de brasileño nos ameniza la velada. Y luego llega el misterio de cómo consiguen convencerme de que salte la hoguera.
Entre los orígenes más estrambóticos de las hogueras está el que dice que las fogatas surgieron de que, como en esas fechas se acababan los contratos de alquiler de las viviendas, la gente sacaba los muebles viejos a la calle y los quemaba.
¡Qué cosas!
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