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Carlos II

Antes de empezar este artículo, les quiero recomendar un libro de Francisco Ayala de cuyo título no me acuerdo pero que refleja la imagen de Carlos II, aunque el tema sea otro; el caso es que al escribir este artículo me acordé de él y merece la pena que lo lean. Si mi magnífica memoria trabaja un poco, les diré el título, si, como suele hacer, está de vacaciones, espero que algún lector nos lo diga.

El 1 de Noviembre fue la muerte no sólo de Carlos II sino de los Austria  en España. Su figura, no se puede negar, es más que llamativa. La crítica se ha cebado en él en múltiples ocasiones, como por ejemplo John Lynch que nos comenta que “Carlos II fue la última, la más degenerada y la más patética víctima de la endogamia de los Austria”. Puede que tenga algo de razón, sobre todo si tenemos en cuenta la descripción que el embajador francés en Madrid de Luis XIV envía a su rey: “El príncipe parece ser extremadamente débil. Tiene en las dos mejillas una erupción de carácter herpético. La cabeza está completamente cubierta de costras. Desde hace dos o tres semanas se le ha formado debajo del oído derecho una especie de canal o desagüe que supura.” (añadan también el prognatismo típico de los Austria).  Todos sabemos que los niños pequeños son feos, algunos más que otros, por lo que con el tiempo esto suponemos cambiaría; prueba de ello son las palabras con las que se nos habla de él cuando tenía veinticinco años, quizá por medio de algún eufemismo: “El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia.”.

Nació en el Alcázar Real de Madrid el 6 de Noviembre de 1661, cuando todavía estaba en mente la muerte del heredero a la Corona Felipe Próspero. La preocupación por el estado de salud del nuevo heredero hacía sospechar que su muerte sería prematura. La Corona optó por esconder al recién nacido hasta que la situación se hizo insostenible. Los intentos por educar al futuro rey fueron tan numerosos como baldíos.

El problema se agrandó con la muerte de Felipe IV en Septiembre de 1665, cuando su hijo no tenía todavía cuatro años. Mariana de Austria tuvo que convertirse en Regente, sin estar preparada ya que su marido la mantuvo alejada siempre; en sus manos estaba un Imperio que, si bien no era el de Carlos I o el de Felipe II, seguía siendo inmenso. Si la extensión era un problema, peor era el estado. Olivares pensaba que, dada la importancia de España, ésta tenía que estar en todas las lides que hubiera. El gasto que esto provocaba era inmenso, sufragado durante mucho tiempo con la caja que se hacía en América, la cual disminuyó y contribuyó a la ruina y ésta se intentó mitigar con más impuestos y con, por ejemplo, el conocido “baile del vellón”. Las espectaculares fiestas que se organizaban también contribuían a que las arcas fuesen quedando vacías. El hambre y la peste agravaron todo. Doña Mariana debía ocuparse también de la educación y “mantenimiento” del joven príncipe y de los problemas provocados por Juan José, único hijo de sus correrías reconocido por Felipe IV.

La Junta de Gobierno, en la que estaban representados todos los poderes del Estado y un teólogo para cuidar de la ortodoxia de las decisiones, fue la encargada de echar una mano a Mariana. Sola, se refugió en el jesuita alemán Everardo Nithard, que asumió el papel de valido y que la regente introdujo en la Junta pero, especialmente por la presión de Juan José, tuvo que abandonar la Corte, llevándose la impopularidad que le había generado la Paz de Lisboa por la que se declaraba la independencia de Portugal.

Tranquilizado el ambiente, encontró un nuevo paño de lágrimas en la figura de Fernando de Valenzuela, El Duende de Palacio. Éste fue más odiado si cabe, sobre todo porque sus méritos consistían en ser un chivato, organizar fiestas y ser el bufón de la madre de Carlos, que se acercaba a la mayoría de edad (establecida por el testamento de Felipe IV en catorce años).

Ya rey, Carlos II accedió a que su hermanastro entrase en la Corte y se entrevistase con él, algo que no fue del agrado de doña Mariana, la cual provocó que el rey enviase a don Juan José a Zaragoza. Las riendas del poder seguían en manos de la madre. El clima político iba yendo a peor: si para mantenerse, doña Mariana desterró a Valenzuela a Granada, con su regreso y su nombramiento como marqués de Villasierra y concesión de grandeza de España estuvo a punto de estallar una guerra civil.

La nobleza consiguió apartar al rey de las manos de su madre; acompañado del Duque de Medinacelli se trasladó al Palacio del Buen Retiro donde estableció la Corte y a donde acudió Juan José para tomar posición en el gobierno siendo su primera medida el destierro a Toledo de doña Mariana. El principal problema del “correinado” fue la falta de tiempo; a pesar de las expectativas que el hermanastro había levantado, no se tuvo la suficiente paciencia ni la muerte esperó mucho para acecharlo. Así, el 17 de Septiembre de 1679 moría tras una corta enfermedad aunque su caída era inminente. Carlos  II apenas se preocupó por su entierro puesto que casi toda su inteligencia estaba enfocada en su próximo matrimonio.

Como no puede ser de otro modo, éste es uno de los aspectos más importantes en la vida de un rey: la descendencia. España, como primera potencia mundial que era y los aires que se daban los Austria de no casarse con “cualquiera” y menos protestantes, debía buscar una compañera de alto abolengo. La encontraron en Maria Luisa de Orleáns, sobrina del Rey Sol.  Se hizo público el 30 de Junio y el 31 de Agosto se efectuó por poderes aunque hubo que esperar hasta Noviembre para que la pareja se encontrase. Según parece, Mª Luisa no estaba especialmente entusiasmada.

Es posible que hasta los tres fuesen felices; digo los tres porque la alegría de Carlos está fuera de toda duda, la de su esposa parece que también pudo ser y, la de la madre, doña Mariana, es innegable ya que encontraba a una nuera que no se entrometía en los asuntos políticos y la hacía recuperar  su poder. Tras la muerte de Mª Luisa tras caer de un caballo, aunque ella temía ser envenenada, hubo que buscar una nueva prometida ya que era necesaria la descendencia. La nueva afortunada fue María Ana de Neoburgo, cuya madre había tenido veintitrés hijos por lo que su fertilidad estaba asegurada. Ésta nueva esposa sí chocó con su suegra.

Sin embargo no venía ningún hijo y todos empezaban a desesperarse. Se planteó que el problema era del rey, ya que se comprobó que Ana había dejado de ser virgen. El rey había sido embrujado para que no pudiese tener herederos, Carlos II había sido hechizado. La inquisición dio permiso para que se tomaran medidas al respecto, soluciones a las que el rey se prestó y que su esposa tuvo que aceptar.

Quizá este sea uno d los puntos más destacables de Carlos II: su responsabilidad hacia sus deberes; fuera ya del aspecto de si era más o menos inteligente y demás, el rey era consciente de que su deber era dar un heredero, era una de sus responsabilidades. Los intentos de quitarle tal maldición no fueron efectivos y fueron tan espectaculares como macabros. El 1 de Noviembre moría, el mes anterior había hecho testamento designando su sucesor, tarea muy compleja. Si bien también participaba José Fernando de Baviera, la lucha venía de parte de Carlos de Austria y de Felipe de Anjou. El rey, pensando en que se mantuviese la unidad, eligió al último; la reacción europea no se hizo esperar tras la lectura del testamento. Temerosos de que se formase un bloque borbónico entre Francia y España, se recurrió a la guerra. Felipe de Anjou, el primer rey Borbón español, se convertiría en Felipe V, pero esa es ya otra historia.

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