Renán Flores Jaramillo, Ana Mª Matute, Pablo García Baena, Luisa Castro, Rodrigo Fresán, José Carlos Rovira, Juan Villoro, Ángeles Mastretta, Rogelio Blanco y Mónica Fernández formaron el jurado del Premio Cervantes, en el que no pudo estar presente el ganador del 2004, Rafael Sánchez Ferlosio. Gran premio literario otorgado a genios como Camilo José Cela, que lo definió como ?mierda? hasta que se lo otorgaron. Quizá mi desconfianza sea excesiva.
Este año viajamos hacia el otro lado del Atlántico, como correspondía, para premiar a Sergio Pitol, mejicano de 72 años nacido en Puebla en 1933, gran traductor y cuentista, cuya obra es caracterizada como rara y excéntrica, distinta de la tradición. Bryce Echenique, hace unos días, por supuesto antes de que conociésemos el ganador, nos declaró en la Feria de Guadalajara su profunda admiración por este escritor de frases largas e inteligentes, por su mundo de esperpento. Víctor García de la Concha destacó su ?anticipación a la fusión de géneros y su dimensión cervantista? ?escritura basada en ella misma-, además de resaltar ?su tarea como traductor, como mediador para el conocimiento?.
Su estilo inicial está marcado por la literatura europea, sobre todo de Thomas Mann y de Hermann Broch -según la crítica; él nos habla de Faulkner y de Borges- junto con su afición de integrar el ensayo en la narrativa. Cuando su formación es ya un hecho, tras El tañido de una flauta y Juegos florales, llega un mundo paródico que compensa el estilo diplomático de los escritos de su trabajo. Muestra de este mundo es la trilogía El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal.
Su labor como poeta es más desconocida, no así su interés y esfuerzo por preservar y promover el patrimonio artístico de Méjico.
No obstante, Sergio Pitol va unido especialmente al cuento; un peregrinaje que va desde El arte de la fuga hasta su última aportación con El mago de Viena. Ha sido en este género en el que ha ido experimentando con distintos recursos hasta llegar a formar una voz propia y característica que le ha valido el reconocimiento institucional.
La infancia de Pitol fue más que llamativa: a los cuatro años muere su madre ahogada en un río, luego su padre de meningitis y después su hermana de, según él, ?desesperación?. Sus primeros años los pasó al lado de su ?abuela magnífica? y de sus tías, con una libertad que le permitió adentrase tanto en el mundo de la lectura como en el de la escritura. La malaria atacó también a este joven que estudió Derecho y Filosofía en Méjico DF. Abandona su hogar para viajar dedicándose a su literatura, sus conferencias y sus traducciones además de ser diplomático y embajador de su país.
Fue en Xalapa, en donde se instaló de nuevo en 1993, donde recibió la noticia de su galardón concedido como ?público testimonio de admiración a la figura de un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico? y que se celebra todos los años.
Siempre he sido un gran seguidor y admirador del gran Sergio Pitol; por desgracia nunca he podido leer nada de él, ni siquiera he visto un libro suyo en la librería. En resumen, su existencia era para mí prácticamente desconocida exceptuando una entrevista que leí en la revista Ficciones, en el número de Febrero de 1996, en aquellos años en los que creía que la literatura servía para algo. En esas páginas nos hablaba de su espíritu viajero, debido quizá a la influencia de Verne, de Tolstoi y de Conrad, los cuales le hacen soñar con otros mundos a los que sólo puede llegar con su imaginación puesto que su enfermedad lo mantiene impedido; también nos comenta sus inicios en el cuento, género prestigioso en aquellos momentos, de la mano de Borges, de Onetti y de Faulkner; de sus finales con múltiples posibilidades; de su admiración y pasión por la literatura polaca y rusa; de su descubrimiento para la literatura durante su estancia en Belgrado (?Me convencí [de] que el aislarme de una vida literaria organizaba resultaba indispensable para mi escritura; esa lejanía de los grupos de poder cultural, de sus presiones directa o invisibles no sólo me proporcionaba el tiempo necesario para escribir sino también para algo más esencial: mantener el diálogo conmigo mismo.?).. También nos comenta que la llegada a la novela fue por la necesidad de encontrar un espacio narrativo más amplio, gracias a lo cual descubrió a Hermann Broch. Tambi´´en nos señala un hecho decisivo en su labor literaria, su trabajo como traductor del que nos dice ?Podría haber estudiado durante largos años técnicas narrativas, asistir a mil talleres literarios y leído todos los libros sobre la historia de la novela y nada de ello hubiese equivalido a la enseñanza que me proporcionó la traducción de Gombrowicz, Henry James, Conrad, Jane Austen y otros más.?.
Por desgracia, poco más puedo hablarles de el premiado Sergio Pitol, invito a aquellos que hayan leido a este autor a que nos comenten algo de su obra. Siento no poder decir más pero, como ya he señalado, nunca he leído nada de él. Mis disculpas y mi vergüenza.
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