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Crónicas de la primera fundación de Buenos Aires (II)

Sobre tiempo y soledad

Hubo un tiempo en el que a aquella ciudad le había llegado la democracia. Sólo después de esto dejaron de torturar, al menos a la vista de la ley. Pero existía una forma mucho más cruel de tortura que hasta ahora no se había implementado, la soledad. Los días que trascurrieron a este macabro hallazgo fueron de abrupto exaltamiento, desaparecían las personas, se polarizaba el ambiente, reclusión. Tanto así que él miró con agitación la cara del guardia que dejaba su ración por debajo del hueco de la puerta, la única salida posible. Por el resto, la celda no era más que una habitación de vidrios polarizados de dos metros por dos metros que no se abría al exterior excepto para dar la ración diaria, aquí, él pasaba todo su tiempo penando, buscando un compañero, su imaginación era limitada, muy a menudo chocaba con el vidrio en la reyerta por encontrar un fraterno. Él estaba encerrado desde que era muy joven cuando era un pensador social que buscó otra salida a las injusticias y fue apresado. Cuando llegó, estuvieron a punto de darle muerte, pero al inmediato la bruma se despojó y llegó la nueva administración que lo tenía encerrado hace más de cien años. Hoy cumplió ciento seis años en la prisión y se rumoreaba que era el hombre más viejo del mundo, aún con sus penas conservaba intacto su estado físico, para ahuyentar la depresión saltaba alrededor de una hora por día dentro de su celda en un mismo lugar, ya su físico y su corazón no le permitían tal exabrupto, pero a pesar de su condición seguía día a día luchando, con la esperanza, el anhelo del paraje soñado. Era una conjetura saber cómo había sobrevivido a tan cruel azote, muchos sostienen que narró historias con la mente por el resto de sus días, pero todos concluyen en una verdad cierta, que un día su ira y su enfado terminaron, dejó de gritar por las noches y se dedicó a disfrutar su limitada vida en su cerebro. Este cambio lo produjo la libertad, uno de los guardias, no soportaba verlo gritar, no conocía el mundo exterior desde hacía años, y en el día menos pensado, incurrió en su celda, lo tomó de los brazos, lo encapuchó y lo llevó unos segundos fuera, al patio, allí le quitó su obstrucción y lo dejó ver sin mezquinarle imagen, el mundo exterior, fue casi un minuto, pero bastó para que con esa variedad de imágenes y paisajes, los combinara de tal forma que pudiera inventar historias por el resto de sus días. Hoy cumplió ciento seis años en la prisión y ha comenzado a gritar nuevamente, todos saben el remedio, nadie lo aplica, la desidia convive con nosotros, se nos ha ido el maestro.

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