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La noche triste

La noche es el testigo silencioso de los secretos que guarda la luna entre las estrellas, cuando una mirada pasa fugaz ante su manto.

Era una noche lluviosa, el suelo desprendía ese olor a tierra mojada que impregnaba todo el ambiente, el inminente recuerdo que se desdibuja en sonrisas fugaces por sus labios, y ese mordisco en el estómago, que viene en respuesta de un pensamiento que siempre la invade, en días así, como estos, de lluvia inclemente y frío que cala debajo de la piel. Ha aprendido a vivir con la sensación que evoca ese momento pasado.

Hizo camino sin un rumbo fijo, es una de esas noches en las que necesita aire y recorre el centro de su ciudad, caminando sobre las calles empedradas, sobre esa misma acera, que lleva y trae sus pasos y sus recuerdos.

La lluvia cae ligera, humedece su pelo y la embriaga de recuerdos, esa realidad suya, era a veces tan irreal que la vida la tomaba por sorpresa, sin aviso. ¡Cuántas cosas había imaginado! ¡Cuántas había dejado en el camino! Haciéndole frente a sus temores, sin mirar atrás, había conseguido un poco de paz, de tranquilidad para su corazón, alejando de su mente la sensación de despego, de sentirse oscura, todos esos sentimientos en los que una y otra vez sus recuerdos incoherentes la ponían contra la pared. Sin embargo; la vida parecía compensarle con alegrías efímeras, con momentos felices, pero esa agonía volvía a su pecho, otra vez.

No se sorprendió cuando se vio en esa parte de la ciudad, esa calle, esa oscuridad, las casas, todas eran tan desconocidas y tan suyas, era como si llevará grabada en su mente, cada loza, cada árbol, cada detalle. El aroma del pan recién hecho, la golpean los recuerdos, sigue caminando, reconociendo cada sitio, había vuelto apenas unos meses sin deseos de regresar, y ahora estaba ahí, de nuevo. Fuerte es la memoria, que la atrae sin piedad a esas horas vividas, a esos días, esa soledad tan conocida, la lleva a esos momentos, sin tener plena conciencia de cuánto duró. Pero todo es igual, nada cambió, al menos en sus recuerdos.

Se recrimina por estar ahí, nada en la vida es una casualidad fortuita, es simplemente el deseo de explicarse a ella misma la incógnita que le provoca sentirse como un yermo, esa misma angustia que se le despierta cada vez que la lluvia le inunda la cabeza, aún cuando el día a día la obliga a adormecerse a si misma, algún olor, alguna palabra, la devuelve inevitablemente a esos días. Mira a su alrededor, se ubica, y también ubica ese dolor que la desgarraba cada vez que dejaba ese lugar, esa muerte lenta que sentía, la impotencia que se esforzaba por evitar, que evadía para que su poca felicidad no se viera mermada, todo aquello que se agolpaba y de lo que había huido para que su vida no se volviera un martirio, si….huir de esa realidad que le quitaba la oportunidad de buscar algo que sabía que no existía: la felicidad.

Nunca antes sintió tanta firmeza en sus pisadas, era como sus pies tuviesen vida propia, como si los recuerdos se fueran directo a ese camino a donde la guiaban ahora sus pisadas. Llego hasta ese jardín, y como hace mucho tiempo, se sentó justo en medio, con ese dolor atravesándole, con esa tristeza tan conocida, cualquiera podría decir que ese jardín, rodeado de flores de muchos colores, de árboles y ese aroma a hierba mojada, era un pequeño oasis terrenal, para Aixa, era una prisión, las lágrimas rodaban una tras otras, haciendo que sus ojos le dolieran y esa desesperanza le quitará las ganas de correr, de huir de ese sitio que la aprisionaba, que la ataba a esa banca y a ese dolor.

– ¡Otra vez aquí!, esa voz masculina y conocida, la arrebata de sus divagaciones.
– ¿Qué haces aquí?, ¿Cómo me has encontrado?
– Te he seguido, al salir…..apenas murmuró.

Sintió cómo se acomodaba a su lado, no levantó su rostro, se acurrucó a su lado, buscando una protección que no encontraba en ella misma, siempre con prisas, de un sitio a otro, luchando contra la corriente, alejada de todo, a veces hasta de ella misma.

Hay algo que los une, otro tipo de sentimiento que la aleja del dolor y que le da un matiz diferente a sus días, ese algo que la invade y le revierte ese dolor que guarda y que la mata lentamente por dentro, tantas emociones la invaden siempre, manteniendo guerras unas con otras , se neutralizan, se calman y ella puede respirar. Simplemente se deja llevar por eso que les une, sin buscarle explicaciones. La lluvia comienza a caer más fuerte, no hay mucho que decir, todo lo traducen sus manos y las respiraciones que se acoplan a la perfección, ella sabe que un día se ira y no volverá como todos, como siempre en su vida, pero ahora, en ese momento solo se hunde en su pecho y no piensa más.

Todo esta quieto, sus pensamientos se han quedado dormidos, no le atormentan, como si por fin pudiera interpretar todas sus sensaciones, al tiempo que sus sentimientos se asientan, la noche triste, no estará más en su corazón, la incógnita ha sido despejada, no hay más dolor que se refleje en su mirada.

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