<p>Granada, ciudad mágica, ciudad de ensueños y leyendas. Granada no es una ciudad común, está envuelta en las brumas del pasado sin saber encontrar un futuro cierto, sin saber adaptarse a los nuevos tiempos habiendo quedado suspendida entre el perfume embriagador de sus barrios típicos como el Albayzín y el intento de modernizar. No es sólo la Alhambra, como incluso los granadinos creen; la ciudad posee un halo onírico, una pequeña bruma sabe transportar no al que lo desea sino al que es capaz de sentir a un mundo mágico, a un espacio atemporal que nos deja extasiados fundiéndonos con todo aquello que nos rodea.<br>
El viajero siempre tiene como visita obligada la Alhambra, majestuosa, dominando la ciudad desde su altura con los bellos jardines del Generalife envolviendo las murallas. Por desgracia el agua de tiempo atrás ya no fluye como antes, cuando la belleza tomó cuerpo y se fundió en una tierra coronada por Sierra Nevada, que desciende poco a poco, vagando y pintando un paisaje admirable hasta la vega para seguir su camino hacia el mar. Granada no sólo se ve, se palpa y se siente, se saborea y se escuchan sus murmullos que arropan a todos los que poseen un momento de paz para disfrutar.<br>
Sus calles poseen el enigma de nuestros ancestros con el mítico encuentro del arte supremo. Todos creen que el séptimo día Dios descansó, sin embargo no es cierto, creó una ciudad.<br>
El paso de los años no la ha favorecido, no ha sabido envejecer o, quizá, no hemos sabido ayudarla a tener una vida digna. Amparados por el atractivo de la Alhambra hemos abandonado otros monumentos, otros museos, otras calles y barrios, los cuales subsisten a pesar de nuestro afán por aferrarnos a lo práctico y olvidar nuestra obligación de mantener el Edén vivo.<br>
Les invito a dar un paseo por ella, a conocer los lugares que existieron, los que existen y muy probablemente los que permanecerán siempre, los que nunca mueren, como el primer beso, como el primer amor, como el paraíso soñado.<br>
Todo aquí está rodeado de una historia, de una leyenda, a veces, muchas de ellas, no son ciertas, pero eso no importa, lo verdaderamente necesario no es la verdad sino la ilusión, aquello por lo que merece la pena vivir, todo aquello que al amanecer nos da sentido. Recuerdo el libro de Unamuno San Manuel Bueno, Mártir; lo que le importa al cura no es si existe Dios o no, lo que de verdad le interesa es que el convencer a los demás de su existencia los hace felices.<br>
Granada cae, está en declive, agoniza lentamente mientras nuestros dirigentes se preocupan en una modernidad muchas veces innecesaria olvidando el espíritu que convirtió a esta tierra en poderosa, rica y tremendamente bella, con su embrujo, con el duende lorquiano, ese que como nos diría él mismo es algo que nace en los pies y va subiendo por todo el cuerpo. Siguiendo con Lorca y tomando su poema Verde que te quiero verde, al preguntarle por el significado dijo que significaba eso y mucho más; Granada es igual, es eso y demasiadas sensaciones que son imposibles explicar.<br>
Granada se precipita al abismo, hace tiempo dejó de existir todo aquello que no tiene relación directa con la Alhambra o con Federico García Lorca, Granada se suicida una y otra vez, como nuestro Ganivet, porque no estamos suficientes para salvarla.<br>
Quizá, lo que más daño nos ha hecho ha sido la cultura, los círculos culturales e intelectuales que han manejado todo no siempre tan en la sombra y que han ido destruyendo un mito. Siempre el poder, el mantenerse aunque nos lleve a la mediocridad.<br>
Sus gentes merecen mención aparte. Las antiguas generaciones no han sabido transmitir ese “duende” de la ciudad, los que ahora estamos no sabemos apreciar lo que se está muriendo, no sabemos distinguir de dónde provienen esos gritos de auxilio que día tras día entierran a culturas diversas en el mundo y unificadas aquí.<br>
“Dale limosna mujer pues no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”; ciegos estamos quedando todos.</p>
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