<p><em>Juan Manuel Rosario, nacido y residente en Santo Domingo, médico de profesión, ha publicado los libros de poesía </em>Semidioses del fuego<em> y </em>Comensales<em>, las novelas </em>Sueños doblados<em> y </em>El verano en la isla<em>, entre otros ensayos y textos médicos. Se declara escritor "por necesidad", influido por creadores como Onetti, Marsé, Quevedo, García Márquez y una larga lista. Este mes en LdF publicamos un capítulo de su libro </em>Asunto de muchachos </p><p><b>IV</b></p>
<p>Había terminado la hora de geometría y varios alumnos quedaron copiando lo escrito en la pizarra. Todos los demás habían salido a tomar la práctica de deportes. Por último, expresamente retrasados quedaron en el aula Marcia y Luis, ella sentada tres butacas más adelante que él. Marcia aparentaba estar muy concentrada en el copiado, y él evitó hacer ruidos para no llamar su atención, previniendo así algún ligero temor de ella a permanecer con él dentro del cuarto. Esperaba ansioso que ella terminara de copiar, sentado en su butaca. Luego, algo impaciente, le pareció que la muchacha tardaba demasiado y sonrió sabiamente al descubrir que fingía. Observó que la puerta había quedado entornada. El vocerío de los demás alumnos en el patio se oía lejano, vacilante, como si las ondas del mismo tuvieran poca fuerza para escalar la línea inclinada que llevaba al segundo piso. (Temblando ligeramente, asustado por sus propias intenciones, Luis se levantó con cautela y fue acercándose despacio a la butaca de Marcia) hola, le dijo, nos hemos quedado solos, solitos. Ella lo miró asustada por tan buena oportunidad. Su pulso comenzó a acelerarse. Era de tarde y la brisa penetraba por las persianas y acariciaba sus cuerpos pasando por los ruedos del uniforme. Parecía hacer frío, los pelos se le erizaban. Quedaron mirándose un momento, analizándose los ojos, admirándose los labios. Marcia desvió la mirada hacia la puerta entreabierta e hizo un gesto de disgusto. Luis no atendió a esto y le dijo (tomándole el mentón, segregando más saliva, empujando la lengua contra los dientes) tú eres mía y eso nadie me lo quita. Le dio un beso mojado y se apartó. Él estaba apoyado contra una butaca vecina a la de Marcia, de espaldas a la salida. Ella volvió a mirar hacia la puerta, tentada e insegura. Alguien dejó ver su sombra contra la pared más próxima mientras pasaba sin hacer ruido. Ella advirtió (arreglándose el pelo, mordiéndose los labios) que nos pueden ver, pueden estar vigilándonos, algunos muchachos saben y seguido arman un chisme, un bendito can. (Haciéndose el despreocupado, el gran machazo, y cuadrándose con las manos en la cintura) sí, pero no te inquietes por esa tontería, no pasará nada, y además, deberíamos hacer público lo nuestro. Marcia le sonrió con asombro por su osadía, también deslumbraba por su interés en ella. En el patio, los que practicaban deportes hicieron un silencio momentáneo, como buscando escuchar un lejano cuchicheo. (Estremecida, empujándolo con suavidad) ya no seas tan valiente y cierra la puerta, Luis, anda rápido. Antes de obedecer él la abrazó y besó su nuca apartándole el cabello con el fin de excitarla. En vano, pues ya estaba excitada y su piel estremecida reclamaba unas manos temerarias. Luis caminó a la puerta y la cerró despacio sin que lanzara un solo ruido. La brisa continuó inundando el salón de clases, ahora en dos corrientes de aire que violaban sendos extremos del ventanal y se reunían alegres, celebrando su travesura, en el centro del aula, y creaban así una turbulencia de aire fresco que suavizaba la pasión de los enamorados. (Volviendo a ella, más que nada dispuesto a todo, preparándose para una guerra) todo el tiempo lo paso deseando estar solo contigo, decirte muchas cosas que siento y… y… Marcia lo besó bruscamente y casi se cayeron contra las sillas. Se acercaron al pizarrón sobándose con más de veinte dedos. La algazara de abajo de repente recobró fuerzas. Ahora parecía celebrar un acto heroico, una acción atrevida y encomiable. (Interrumpiendo un beso, cubriendo los hombros de Marcia, aplastándola contra la pizarra) pero tú no sales, los domingos me quedo solo, no te veo fuera de aquí, tienes que salir. (Sujetándole la cabeza, los labios convulsos, moviendo las caderas con dificultad) mejor bésame, así, no te apartes. Estaban borrando las últimas líneas del teorema de Pitágoras. Si se hubieran fijado, hubiesen descubierto a las butacas siguiendo, como si fuesen un público alineado frente a ellos, los sucesos de los que, ofuscados, ellos se hacían protagonistas. La brisa se había serenado a esta altura de los besos. Ahora parecía haberse esquinado en un ángulo del cuarto o marchado a un ámbito sin lujuria, pues se sabía impotente ante tanto ardor. (Dándole besos en el cuello, estrujando sus uniformes) quisiera verte más, no soporto… no soporto estar… uummm… estar lejos de ti mucho tiempo. (Con los ojos muy cerrados, víctima de una desesperación tenaz) yo tampoco, pero estoy contigo ahora, bésame… mucho. Entonces los dos muchachos intensificaron su lucha. Parecían estar poseídos por una locura sorda, ajena a toda influencia exterior. Él quiso desnudarle los pechos, sembrarle la cara en su esternón. Ella lo enloqueció dejándolo tocar. Fueron en ese momento dos héroes anónimos dados a un pugilato sin heridas ni llanto, pero en el cual el furor abunda de un modo tal que podría dañar la carne. Sin quedar desnudos, sin tener que violarse. No se fueron apagando, sino que se separaron obligadamente, ansiosos todavía, como dos púgiles que se odian se separarían al llamado de la campana que termina los asaltos. No sintieron vergüenza. No se excusaron, aunque el mundo volvía a ser como antes, aunque el cuarto volvería en minutos a ser un salón de clases. Debieron guardar los imanes, pero no tuvieron el cuidado de reparar el desarreglo de las blusas y el cabello, las huellas inconcretas en el rostro. Se obligaron a sentarse con la puerta entornada, cada uno en su sillón, deslumbrados por el fuego. Cuando regresaron los demás ella acababa de echar hacia Luis su última mirada ansiosa. </p>
Asunto de muchachos
More from Letras libresMore posts in Letras libres »
More from Número 11 (Abril de 2006)More posts in Número 11 (Abril de 2006) »
Be First to Comment