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Septiembre en blanco

Cansado de mi cansancio, miro a mis ojos que me miran desde la ventana quebrada de lluvia. El roset&oacute;n, iluminado desde dentro y fuera al mismo tiempo y por el mismo flexo, se corta abruptamente por la madera a tiempo de no mostrar la aburrida mano que sirve de sost&eacute;n a la aburrida barbilla cuyos aburridos dedos juguetean con el h&uacute;medo labio inferior en un babeante y bombeante acompa&ntilde;amiento del goteo interno de la lluvia externa. La otra mano, mi derecha, su izquierda, juguetea con un bol&iacute;grafo que garabatea la hoja de un cuaderno. Sus ojos, mis ojos, se miran, escrut&aacute;ndose entre s&iacute;, independientes de nuestros cuerpos, perdi&eacute;ndose en su vac&iacute;o com&uacute;n, fundi&eacute;ndose en el paisaje irreal que miran sin querer: ellos mismos. </p>
<p>Septiembre: en blanco. Vuelvo la hoja hacia atr&aacute;s, vuelve la hoja hacia delante, y leo la &uacute;ltima fecha que acompa&ntilde;a al &uacute;ltimo p&aacute;rrafo: 21-VIII-05. Miro otra vez al espectro que sobrevuela la tormenta y noto c&oacute;mo su mano izquierda se deshace del peso de su cabeza y se pone a contar con sus dedos. Veintisiete, veintiocho, veintinueve… treinta y ocho d&iacute;as. Ni una frase. Ni una letra. Nada. Bajo la vista hacia el cuaderno, cuyos cuadraditos infinitos parecen preguntarme d&oacute;nde he estado, d&oacute;nde ha estado su cosquilleo, su peque&ntilde;o orgasmo de tinta. Mi f&aacute;lico placer decepcionado. Mi incompleto placer. </p>
<p>Luc&iacute;a… casi vaho se destila de mis labios cuando amagan pronunciar tu nombre. Qu&eacute; desprecio. Tan grande. Su incompleto placer, decepcionante. Se vol&oacute;, para siempre. Hacia otro nido, quiz&aacute;s. Hacia el &aacute;ngel sexuado desproporcionadamente dotado. Avestruz. Es igual, su placer seguir&aacute; ido, err&aacute;tico del mundo terrenal, perdido en el limbo de los recuerdos que nunca existieron. Mi placer, tampoco culminado, vuela en cambio dando c&iacute;rculos, como un buitre cornudo, buscando alguna presa inocente que, dada la evidente falta de musculatura, fuerza y hombr&iacute;a de aquel, se ir&aacute; con alg&uacute;n albatros de bello pelo largo y fornida envergadura inmaculada. </p>
<p>El recuerdo, inadmisiblemente doloroso, me hace fruncir el ce&ntilde;o y cerrar con fuerza el postigo, para as&iacute; evitar ver la afrenta del ce&ntilde;udo que ten&iacute;a delante, posible &aacute;guila que me quite mi ratita de un solo zarpazo, elev&aacute;ndola con sus garras ante mis ojos, llev&aacute;ndola hacia su nido perdido en el horizonte para all&iacute; despojarla de su dignidad y saborearla toda. </p>
<p>Ah, hablando de cetrer&iacute;a. Y carro&ntilde;eros. El esmirriado ave de presa que se asfixia entre la madera y el cristal, dibujando ratitas un su imaginaci&oacute;n, a tres pies de su cabeza. S&iacute;, quiz&aacute;s est&eacute;n todos los hombres del mundo muertos. </p>
<p>Afuera llueve tanto que parece que se derrumba el cielo sobre el mundo. La luz del agua ti&ntilde;e de rojizo la alfombre celestial de nubes, y me comienzo a preguntar su no ser&aacute; aquello el infierno, estando nosotros m&aacute;s abajo a&uacute;n. O acaso estamos del rev&eacute;s y todo el la vida vaya hacia atr&aacute;s. </p>
<p>Aqu&iacute; abajo, en la c&uacute;pula celestial, no se est&aacute; tan mal. Dicen que empeora el tiempo: mejor para m&iacute;. La pluma que se adhiere al papel en cuanto nota la humedad de las gotas de lluvia y se escandaliza en un rasgu&ntilde;o de tinta entre el rayo y el trueno, siguiendo el temblor que le proporciona la mano lejana del vibrante cuerpo, rebotando en escalofr&iacute;os. </p>
<p>La mano y la cabeza. En medio: medio metro. Metros y metros de tinta que se olvidan en segundo y medio. Las palabras que se pierden en la eterna lentitud del pu&ntilde;o. La memoria fugaz. Aquello, lo fundamental, lo que he de encontrar. </p>
<p>Brummmbramobrummm en cont&iacute;nuos repel&uacute;s. Jam&aacute;s vi esto en esta fecha, aunque nunca antes la hab&iacute;a pisado. En el limbo se nota el frescor del ed&eacute;n entre los dedos de los pies, y los perdidos se intentan cubrir en vano de las p&uacute;as claras que nos caen del infierno. Desde mi campanario tuerto me imagino el bullir del Leviat&aacute;n, del cad&aacute;ver, de la ciudad. La enfermedad a curar: sepsis de autos, de poetas, de maltratos. De rapsodas y de mulas que se suben a sus carros. De serpientes y ratitas, de halcones y de albatros. De buj&iacute;as rotas que se vuelven a romper d&iacute;a tras d&iacute;a, d&iacute;a tras d&iacute;a… </p>
<p>-Joder, ahora no, no ahora. </p>
<p>Y cojo el tel&eacute;fono. Con cara de estatua agria cuajada por la pirosis marm&oacute;rea, respondo en abrupto eerrrcupto y puf ardores y me suena su voz de pito que enciende mis &aacute;cidos interiores: </p>
<p>-&iquest;No vas a traerme nada?- le dice directamente a mi &uacute;lcera. </p>
<p>-En eso estaba, pero no… </p>
<p>-En eso estaba, en eso estabas. </p>
<p>-…me dejas. </p>
<p>Meditabunda, la voz reflexion&oacute; acompa&ntilde;ada de un suspiro hasta que encontr&oacute; la lanza adecuada. </p>
<p>-Eso mismo. Te dejo. Tendr&eacute; que dejarte. </p>
<p>Rectific&oacute;. </p>
<p>-Es s&oacute;lo… el calor… ya pas&oacute;. Ya me comprendes. Y luego, lleg&oacute; Septiembre, en blanco… </p>
<p>-Y Octubre ser&aacute; negro. </p>
<p>El suspiro se volvi&oacute; a escuchar en la l&iacute;nea, recorri&eacute;ndola en sentido inverso. </p>
<p>-Encender&eacute; una farola, para que se me vea entre sus tinieblas. </p>
<p>-Enciende una vela, hombre, enciende mejor una vela. </p>
<p>La conversaci&oacute;n se repleg&oacute; en s&iacute; misma y el tel&eacute;fono dej&oacute; de brillar, haciendo dudar al Universo de su propia existencia y a la vez de su existencia propia, desapareciendo en su invisibilidad tras recorrer el camino de nada que un&iacute;a los dos puntos intangibles de su principio y su fin, amonton&aacute;ndolos en el tiempo en la misma oquedad de recuerdos transfigurados por los olvidos que ocupan todas las cosas que dejamos. El cuerpo y el cambio, la proteiformidad de la nada, la consciencia de lo real, la constancia de lo ocurrido. Todo y nada. La nada y el todo, toc&aacute;ndose siempre, como lo bello y lo horrible o el dolor y el placer. Ant&oacute;nimos. Top&oacute;nimos hom&oacute;nimos. Sin&oacute;nimos. El conjunto delimitado por el c&iacute;rculo que se cuadra todos los d&iacute;as y resbala por las aristas, burl&oacute;n, para hacernos creer qu&eacute; es la vida y recordarnos a ella misma. </p>
<p>Desahuciado y desesperado en la inmensa tranquilidad del todo, cierro el otro ojo de la ventana y me quedo dentro de su ceguera, en la nada. Dejo el cuaderno abierto en la mesa y tumbo a su lado la pluma y tumbo a su lado el tel&eacute;fono apagado y tumbo en el suelo mi ropa y me tumbo desnudo en la cama y tumbo la cabeza hacia la pared que me tumba con su mirada salpicada de figuras de gotel&eacute; tumbadas en mi imaginaci&oacute;n turbada y tumbada por el sue&ntilde;o. </p>
<p>Abro un poco los sentidos en el duermevela. Me despliego en una piel de torno hipnag&oacute;gica y me veo flotar a salvo entre la pared y mi cama, entre la almohada y la espada. Mi vista de Alejandr&iacute;a ve barcos lejanos que bogan por el mundo bajo los p&aacute;rpados; mi olfato de Babilonia huele la humedad de la selva bajo las s&aacute;banas; mi gusto de Giza mastica el polvo de la comida regurgitada; mi o&iacute;do de Rodas acecha a los nav&iacute;os que hacen rechinar los muelles; mi tacto se pierde en la imaginaci&oacute;n de su templo, su cuerpo marm&oacute;reo y el sepulcro de mi cama. </p>
<p>Poco a poco dejo de notar todo y sigo sintiendo a la nada. </p>
<p>Las llamas golpean con rabia los cristales. La vista desde la ventana se empa&ntilde;a por el vidrio trazado a tiras corredizas, roto por el hurac&aacute;n infernal. El mundo cangrejo se hunde ante la insistencia, y yo con &eacute;l, hundi&eacute;ndome en el colch&oacute;n y entre las sabanas, poco a poco, llegando al cielo…

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