<p>Con los ojos cerrados, como muerto el cuerpo, como dormido el aliento, con la piel de luna que no se dora al sol del ocaso y el levante del cuerpo cubierto de brisa, escucho al sol perderse lento en bahías lejanas. Me salpica el aire de las siluetas de las aves, que sobrevuelan las olas diminutas, que se posan frente al mar de leche de plata y picotean los granos de arena como pan desgranado. Escucho, en tono decadente, las voces que se marchan, que vuelven a las calles calurosas, las frescas olas que llegan como lágrimas a la orilla. Me quedaré solo en esta playa de largas cañas y solos cánticos de gaviotas, con la calma del pescador en el rostro y la inquietud de las mareas en el corazón, con el pálido rostro de la luna jugando ya a la peonza con el faro de Sacratif.</p>
<p> Al anochecer caerá el silencio a los pies de las olas rotas. El aroma del aire será como el olor del salitre y el color del agua como la tez de la noche. Titilarán las barcas de los pescadores, una a una, como estrellas solas, para que el mar parezca el espejo del cielo, rompiendo en el puerto como una sombra de arena rota. Esperarán los grillos y las alimañas a que Marte amanezca para cantar, Venus escuchará el viento inmaculado, Orión girará borroso, la negrura me vestirá el corazón de mar profundo y de noche preciosa, con los anzuelos ensangrentados y los párpados, sin sueño, en silencio nocturno, triste silencio, siempre en silencio.</p>
Neptuno con los ojos cerrados
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