Si tuviésemos que resumir el Barroco, lo podríamos hacer con cuatro artistas los cuales resultan fundamentales: Caravaggio, Rubens, Velázquez y Rembrandt. Aprovechando que se han cumplido cuatrocientos años de su nacimiento (1606) vamos a hablar un poquitín de este último.
Rembrandt Hamenszoon van Rijn, nacido en Leyden, tuvo claras muchas cosas desde su infancia. Desde pequeño sabía que él quería pintar teniendo la suerte de que sus padres lo apoyaron colaborando para que ingresara en el taller de Jacob van Swanenburg para más tarde acudir junto a Pieter Lastman en Amsterdan.
En aquella época la capital holandesa era un atractivo e importante foco para la mercancía de las obras de arte lo cual hará que el joven Rembrandt se nieguea viajar a Grecia, Florencia, etc. para poder ver a los grandes ya que todo lo podía encontrar en esa ciudad, por lo que no veía razón ninguna para acometer tal excursión. Lo que en cualquier otro podría considerarse una estupidez, en nuetro artista se debe tomar como un signo de genialidad ya que ello no provocó que no aprendiese lo mejor de todos y cada uno de los más grandes.
Por un lado podemos considerar que fue un personaje afortunado porque su producción se vio recompensada con creces, sin embargo su gusto por el coleccionismo le provocó más de un problema económico. A esto hay que añadir la muerte de varios hijos y de su esposa, Saskia van Uylenburgh, de la que no sólo estaba absolutamente enamorado sino que era para él la perfección de belleza femenina.
En un primer momento muestra una clara predilección por los asuntos bíblicos, junto con los grabados, los cuales lo salvarán siempre, en los que se pueden ir observando las características que explotarán en su futuro; más tarde, ya en Amsterdan, llegarán los retratos. Éstos eran muy usuales en la época, ese gusto por inmortalizarse de los acaudalados lo llevará a poner en práctica nuevas técnicas pasando del retrato de medio cuerpo al de tres cuartos. Este tipo de obras no era desconocida para él ya que son muy numerosos los autorretratos que podemos encontrar. Sin duda ese será el momento en el que encontremos una de sus mejores creaciones en un ámbito que no estaba demasiado trabajado, el retrato en grupo. En La lección de anatomía del doctor Tulp vamos a presenciar no sólo un uso extraordinario del claroscuro sino la creación de una atmósfera sobrecogedora en la que los personajes son plasmados en pleno movimiento, es un cuadro con vida, no estático sino reflejando ese movimiento tan característico de Rembrandt. Según él mismo, será en Descendimiento donde consiga alcanzar el “movimiento más grandioso y natural”.
Seguirá con sus asuntos bíblicos (Sansón cegado por los filisteos), mitológicos (Dánae, El rapto de Ganímedes), con distintos encargos para poco a poco acercarse a paisajes con cierto regustillo ya romántico.
Poco después llegará otra obra importante como La ronda de noche -La compañía del capitán Frans Banningh Cocq y el teniente Willem van Ruytenburg- para ir entrando en un periodo de mayor sensiblidad y de búsqueda psicológica debido quizá al efecto de la muerte de su esposa y de sus hijos Hendrickje y Titus (El hombre con lupa, Mujer con una rosa) aunque es posible que donde más fácil sea captar estos sentimientos sea en sus autorretratos del momento.
Los síndicos del gremio de pañeros es la última obra que vamos a destacar, no se trata de un retrato en grupo sino de seis en uno, los rostros son modelados con una magnífica riqueza cromática junto con una luz que aúna el misterio y el drama.
Rembrandt
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