Es propicia la época estival para deleitarse con buenas novelas y aventurarse a escribir relatos, poesía, o cualesquiera otros géneros literarios. Últimamente he leído algunas de esas novelas que absorben y hacen vibrar al lector. Para los amantes de la prosa poética, de la narrativa transparente y el romanticismo, es lectura imprescindible "Carta de una desconocida", del escritor austríaco Stefan Zweig. No es propiamente una novela, sino que adopta la forma epistolar para expresar los sentimientos de una mujer al hombre del que está enamorado, y lo hace con una intensidad y una pasión estremecedoras. Además, y aunque esto sea sólo un detalle práctico, su extensión es muy breve (unas sesenta páginas), lo que la hace especialmente atractiva para quienes no gozan de demasiado tiempo libre.
Otra novela de Zweig, algo más extensa que la anterior (ronda las cien páginas), y de la misma calidad literaria, es “Veinticuatro horas en la vida de una mujer”. Ambientada en Monte Carlo, en el Gran Casino y los lujosos hoteles de la ciudad, y circundada toda la trama por los avatares del juego, Zweig vuelve a utilizar su genio para recrearnos en las disputas morales de una mujer que se debate, por decirlo en terminología nietzscheana, entre la exhuberancia y la inhibición, entre el acatamiento de los hábitos de conducta establecidos o el instinto y la pasión. En ambas novelas, el autor toma parte en el debate para inclinar a sus personajes por la defensa del amor verdadero o, sencillamente, de la corazonada y el fogonazo de pasión, frente a la resignación a lo establecido por la moral social.
Asimismo, es de notar la atención de Zweig en sus novelas por otra tensión vital: la existente entre la idiosincrasia del hombre y la de la mujer. En sus novelas, el autor austríaco dibuja mujeres de la alta sociedad acuciadas por las más bajas pasiones del alma; mujeres débiles, que dedican su vida a la contemplación extática de su amado, casi sin esperar que su amor, místico si se quiere, sea correspondido por aquél. Los protagonistas varones, por el contrario, suelen ser jóvenes vividores, escritores adinerados, aristócratas arruinados por el encanto de la bohemia y el juego, que disfrutan, muchas veces con desgana, de los placeres que la vida les brinda. Pasan por ella sin sufrir ni padecer, recluidos en un estado de distanciamiento glacial y quizás de incomprensión hacia la poderosa sensibilidad que desata tormentas de felicidad o de dolor en el corazón de una mujer.
En un trasfondo social diametralmente opuesto, en una Irlanda empobrecida, lúgubre e infectada por el catolicismo más atroz, se desarrolla “Las cenizas de Ángela”, primera parte de la biografía de Frank McCourt, que cumple ahora diez años desde que se publicara por primera vez en 1996. Pero nunca es mal momento para releer obras maestras, o para hacerlo en versión original. La vida de McCourt es una historia desgarradora, contada en un estilo que raya el realismo más crudo, y que sumerge al lector en una atmósfera opresora: el ambiente húmedo, grisáceo y oscuro de las calles de Limerick en la Irlanda de mediados del siglo XX. El libro reproduce de forma magistral los episodios vividos por el autor desde una óptica infantil, con la inocencia propia de la edad pero con una lucidez pasmosa, para desvelar los graves problemas por los que atraviesa el país: el alcoholismo, la miseria y la emigración hacia América, tierra de oportunidad.
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