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Delirios

“Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir”
Adelfos, M. Machado

Levantas una triste mirada perdida en un infinito abismo, una mirada vacía en busca de un porqué. Despiertas una mañana nuevamente abatido, sin prácticamente haber podido caer en los dulces brazos de Morfeo al cual echas tanto de menos, tanto que prácticamente no recuerdas la última vez que te entregaste plenamente a él, que tu memoria no puede alcanzarte ese dulce éxtasis de la voluptuosidad.
Abres tus tristes ojos y observas hacia adelante para ver no más que tiempo, sólo tiempo, tan sólo tiempo… No encuentras razones ni sentidos, ni amores ni sueños, solo tiempo, tal vez horas, quizá días, meses o años, y no queda más que la espera, desesperante espera…, si consiguieses perder ya los nervios por algo, si en algún momento de tu actual existencia fueses capaz de volver a sentir esa ansia de lucha, ese deseo de vivir…, pero ya no. Hace demasiado que no cuentas hacia adelante, que no sumas, sino que restas, aguardando la puesta a cero del marcador. Te preguntas cuánto te quedará por aguantar y sufrir, incluso te diriges a un dios en el que quizás ni crees para pedirle explicaciones, para suplicarle que puedas entender por qué ha de ser así; por qué cada día es una infame pesadilla en ti, en alguien que ama tanto la vida, la adora hasta la saciedad, que no puede seguir un día más en pié en medio de una tormenta sin sentido, en una vorágine de tristeza. No esperas ni deseas la perfección, pero tampoco la humillación constante de arrastrarte día tras día por ser simplemente un cobarde. Sí, un cobarde, un mísero cobarde que teme el momento en el que el frío acero se posa sobre tu sien presintiendo el olor a pólvora, que siente pánico al momento de recostarse mientras posas tímidamente un frasco vacío de tranquilizantes en tu mesita de noche, que sufre de pavor al inundarse de su último cielo azul a través de una ventana mientras una máquina deja de cantar su melodía de funcionamiento.
Y cae de nuevo la noche, que sabes vas a llegar a confundir con la mañana, ocasos a fin de cuentas, y te acuestas con el deber cumplido, con la tranquilidad de no haber roto las normas sociales, de no haber salpicado a nadie con tu sangre, a la espera de que tal vez, quién sabe, mañana sea un día diferente, mañana, cuando amanezca, tus ojos no se abran y tus pasos no te conduzcan a ningún sitio sino que permanezcas, por fin no agostado, tranquilamente en paz contigo mismo.

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