“Dios, que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos”. Estas palabras de Felipe II se van a cumplir especialmente en su nieto Felipe IV y en su bisnieto Carlos II con quienes no sólo languidece la dinastía de los Habsburgo sino todo un imperio que no veía ponerse la luz del Sol. A pesar de ello, Felipe IV conseguirá reinar el siglo más impresionante, rico e ilustre que ha conocido jamás España.
La cultura española presenta en los siglos XVI y XVII una madurez magnífica, al clasicismo humanista del Renacimiento le va a seguir un Barroco pleno, exultante, una eclosión de sensibilidad creadora que va a dar lugar en todas las artes muestras de las creaciones más maravillosas que ningún siglo más ha soñado.
El Barroco será una explosión de lo popular frente a la rigidez elitista del clasicismo renacentista, una extrema sensibilidad temblorosa y sensual que fluctúa entre la risa y el llanto, entre la pasión y la indeferencia, entre lo humano y lo divino.
Si Cervantes, que se sitúa en ambas corrientes, con sus Novelas ejemplares nos va a mostrar la sociedad barroca del momento, será sobre todo la picaresca la que nos dé a conocer la realidad de un mundo que clama su fin, un mundo que está imbuido en una crisis terrible. En El Lazarillo de Tormes podemos observar el debate de esa sociedad, la lucha entre lo práctico y lo ideal, entre la carne y el espíritu, entre Sancho y Quijote.
A los versos sensibles y estéticos de Boscán y Garcilaso, grandes asimiladores de la poesía renacentista italiana, se une la mística de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz por medio de Fray Luis de León y la épica con La Araucana de Alonso de Ercilla. Se va imponiendo la estilización de las formas, única forma de poder mostrar, clamar, una sensibilidad tan agitada como la de los hombres del momento.
En esta Edad de Oro el arte estuvo estrechamente relacionado con su marco político, esconómico, social y religioso. El esplendor artístico del Siglo de Oro coincidió con la decadencia imperial; mientras la hegemonía en Europa llegaba a su fin, Cervantes y Velázquez creaban sus mejores obras.
Los mayores mecenas fueron los reyes pero también sus validos o favoritos tuvieron una influencia más que considerable.
El fortalecimiento en la Edad Moderna del poder real hizo imprescindible la presencia del valido o privado, una especie de primer ministro que actuaba como un instrumento de refuerzo de la autoridad real, dando la cara ante las decisiones menos populares y recibiendo los golpes de las críticas preservando así al monarca del desgaste; validos hay muchos, reyes pocos. Debía descargar al rey de trabajo aconsejándole honestamente pero sin tomar decisiones ya que suplantar la autoridad del rey era atentar contra Dios.
La continua llegada de metales preciosos procedentes de las Indias ayudó enormemente a aumentar los encargos a artistas además de que, tras el Concilio de Trento, tanto la pintura como la escultura y la orfebrería se convirtieron en magníficos medios para difundir el espíritu religioso de la Contarreforma.
Es sumamente importante la gran estabilidad política interior que encontramos, en casi doscientos años (1516 a 1700): sólo encontramos a cinco monarcas: Carlos I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II) los cuales no sufren ningún atentado; además se puede hablar de una paz interior prácticamente completa, sólo unas escasas y delimitadas crisis internas. A esto hay que añadir una coherencia ideológica extraordinaria al aceptar rápidamente Felipe II los decretos tridentinos.
Los grandes creadores participaron en la vida y en las pasiones de su tiempo; muchos artistas flamencos, alemanes, franceses e italianos recalaron en España, llevando a nuestro país a conseguir un enriquecimiento artístico único a lo largo de toda la historia, a un florecimiento de las Artes tan impresionante como incalculable.
El siglo de oro
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