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Inseparables

 

El aire incierto que magnificaba unas cosas y escamoteaba otras, prendía sobre el Golfo, así que todas las imágenes eran irreales y no se podía confiar en la vista; el mar y la tierra tenían las ásperas claridades y la vaguedad de un sueño…

STEINBECK

 

1

-¿En qué piensas, Möhler?
Las olas se deslizaban como las caricias de un amante, la- miendo la costa de arena negra, besando los pies de la fi- gura inmóvil en la playa. Con la mirada perdida en el hori- zonte teñido de púrpura, Gresham se sentó a su diestra. dejándose arrastrar por la belleza del crepúsculo. Enormes nubes recorrían la bóveda celeste, navíos color crema que danzaban en el infinito, trepando sobre la superficie límpida del océano:
-Sueño despierto, Gresham.
Con cierta sorpresa, Gresham rozó sus mejillas, espesas líneas de llanto cruzaban los rasgos bronceados de su her-mano:
-¿Has estado llorando?
Möhler fue mordaz:
-¿Tú que crees?
Una corriente de rechazo emanó de su pregunta. Inmedia- tamente, su hermano levantó las defensas, aislándose del mundo exterior. Gresham entendía los motivos de su pesar, pero como siempre, era incapaz de ofrecerle consuelo. Se encontraba varado, en mitad de un Maelstrón, entre los res- tos del naufragio:
-Sufriendo no te sentirás mejor, Möhler.
-No entiendes nada, ¿verdad?
Gresham respondió con cierta condescendencia:
-Parece que no.
Una risa amarga escapó de sus labios:
-Adoro tu ingenuidad, hermanito, eres tan estúpido que no eres capaz de darte cuenta.
-Sólo trataba de animarte.
Dolido por su actitud, Gresham se alejó de su hermano, no deseaba que descargara sus frustraciones con él como ha- bía sucedido otras veces:
-Perdóname-su brazo envolvió sus hombros-Lo siento.
Durante unos minutos, fueron incapaces de hablar, el sol alcanzaba su máximo esplendor, convirtiéndose en una es-tela carmesí que se hundía en la lontananza. Möhler volvió el rostro, tenía la respiración agitada, ocultándole sus sen- timientos, estaba apunto de romper en sollozos. Gresham no estaba dispuesto a marchase sin haberle prestado su a-uxilio:    
-¿Por qué te fascina tanto el mar?
Su hermano giró los ojos en su dirección, irradiando hálitos de tristeza imposibles de descifrar, una tormenta se agitaba debajo del iris azul, presagiando dilemas personales sin so- lución:
-Me hace sentir libre.
Su respuesta lo obligó a dudar, un destello de ilusión brotó entre los islotes de desechos que flotaban en su mirada, la esperanza se desvaneció con la misma velocidad que apa-reció: 
-¿Acaso te sientes prisionero en casa?
Gresham intentó distanciarlo de sus pensamientos, Möhler se negó a desperdiciar el aliento, no quería compartir sus emociones con nadie:
-No-una sonrisa crispada se dibujó en su rostro-Es difícil de explicar.
-Inténtalo.
Su hermano guardó silencio, concentrándose en el morir de las olas, sin apartar la atención del océano. Gresham tuvo la impresión de que había sido atrapado por el hechizo de la espuma, encadenándose a los relatos de los habitantes del pueblo, historias sobre ahogados a medianoche que sa-lieron a  nadar víctimas de los vapores de la absenta. Möh-ler comenzó a hablar, su voz rica en matices atravesó la penumbra, perdiéndose entre el cierzo que soplaba desde las montañas lejanas:
-Desde que era pequeño siempre me he sentido fascinado por el mar-sus manos esbeltas encendieron un cigarrillo en la penumbra-Recuerdo que la primera vez que me rendí a su encanto fue cuando tenía seis años. Papá y mamá habían salido de excursión con su viejo Nissan. Hasta aquel momento nunca había abandonado los límites de la ciudad, por lo menos que yo lo recuerde, y te aseguro que siempre he tenido una memoria fotográfica. Supongo que estarían demasiado ocupados trabajando para poder permitirse el lujo de despreocuparse por sus deberes-Möhler sonrió cínicamente-Durante aquellas dos semanas, papá se dirigía a la costa como un Robinsón buscando botín en un galeón escollado. Pasamos la mayor parte del viaje durmiendo en moteles de carretera, comiendo en restaurantes de mala muerte, y repostando en viejas gasoli- neras. Lentamente, fuimos aproximándonos a nuestro des- tino, con la certeza de que tarde o temprano encontraría- mos una recompensa por nuestros esfuerzos. Después de bordear unos árboles, la superficie de cristal de la playa apareció delante de mis ojos, estaba asombrado, mezclán-dose con las imágenes que siempre había atesorado en mi inconsciente…
Súbitamente, su voz murió estrangulada, la emoción cerró sus cuerdas vocales. Desanimado, su hermano aplastó el Marlboro en la arena, sumiéndose en un hosco mutismo:
-No has terminado la historia, Möhler.
-¿Realmente te interesa?
-Claro idiota, si no fuera así, no te lo pediría.
Reticente, su hermano continuó:
-Entonces tuve la impresión de que era capaz de abarcar el mundo entre mis brazos, ¿entiendes?-Gresham asintió sin comprender lo que deseaba explicarle-Quise atrapar la su- perficie que danzaba cerca de mis pies, abarcarla en la pal- ma de mi mano, conservar aquel instante sin que se me es- capara entre los dedos. Desde aquel momento supe que nada volvería a ser lo mismo, jamás recuperaría la inocen- cia, la burbuja donde flotaba se resquebrajó, siempre sería consciente de la miseria del mundo…
Gresham lo interrumpió:
¿A dónde quieres ir a parar?
Möhler lanzó un suspiro desanimado:
-Algún día lo entenderás-explicó-Me temo que en breve.
Su hermano se levantó, la conversación había terminado. Con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, Möh-ler avanzó en dirección al hogar que se perfilaba en lo alto de la colina, similar a un castillo abandonado:
-¿Vienes o qué?
Su silueta se recortaba borrosamente en la oscuridad: an- chos hombros hundidos por el abatimiento, espalda encor- vada como la de un viejo pescador, cabeza inclinada por las dudas. El calor que albergaba había muerto, las espe- ranzas que llenaban sus pasos desaparecidas, su afán por experimentar nuevas experiencias disipado. Gresham quiso sollozar, pero fue incapaz de hacerlo, no le quedaban lágri-mas:
-Te veré en la cena. Espero que estés de mejor humor.
Su hermano no se molestó en responderle, los hilos de co- nexión estaban rotos, hundidos en el vientre de una balle- na, apartándolos a kilómetros de distancia. Somnoliento, Gresham apretó los brazos en torno a sus rodillas, sin en- contrar la comprensión que un día los unió. Möhler se hun-día en sus ruinas, ahogando a los seres que lo amaban, sin importarle las consecuencias de su conducta. Ignoraba las espinas que herían su frente, los cardenales que lastraban sus movimientos, o los latigazos imaginarios que se inducía desde hacía meses. Nubes negras oscurecían el cielo, cu-briendo como una mortaja las estrellas, sumiendo la costa desierta con su masa tenebrosa.   

-Es demasiado tarde para que lo comprendas, Gres- ham.
-No tienes porqué tratarme de esta manera-enfurecido, lo golpeó con los puños-¡Eres un bastardo!

Un relámpago rasgó la superficie del océano, iluminando fugazmente el cadáver que flotaba entre las olas. Sobresal-tado, Gresham se levantó con los ojos desorbitados por el miedo. Un manto de lluvia lo empapaba, los aguijones de la tormenta parecían querer desgarrarle la piel. Apartando sus temores más inmediatos, escudriñó la superficie del mar sin encontrar nada, sino el ocaso de la espuma que se agitaba entre remolinos de sal.  

2

-¡Vamos Gresham, date prisa!
Möhler cogió carrerilla, lanzándose desde lo alto del peñas- co, zambulléndose como una flecha. Su cuerpo desapare- ció debajo de las aguas, deslizándose a un palmo de la su-perficie. Después de una docena de metros, sacó la cabeza para coger aire:
-¿A qué estás esperando?
Nervioso, Gresham se frotó un pie contra el otro:
-Tengo miedo.
Despectivamente, su hermano procuró ridiculizarlo:
-No seas imbécil-masculló-Pareces una niña.
Cerrando los párpados, Gresham contuvo la respiración, un puño de náuseas retorcía su estómago cada vez que mira- ba hacia abajo. Möhler continuaba burlándose, la distancia crecía por segundos, la rabia atrapó sus músculos como u- na red:
-Disfrutas con todo esto, ¿verdad?
-No lo sabes bien-Möhler lanzó una carcajada-Deberías ver lo patético que eres.
Con un alarido, Gresham se abalanzó al vacío, queriendo aplastarlo. La eternidad pasó durante un segundo sobre sus retinas, las olas acudieron a su encuentro, dispuestas a devorarlo entre sus fauces. Antes de darse cuenta, había a- travesado el océano, convirtiendo la tranquilidad de la su- perficie en un espejo resquebrajado. Un chorro salado inun- dó los pulmones constreñidos por la ira, sus puños araña- ron el vacío, buscando una bocanada de aire. Pataleando desesperadamente, Gresham luchó por escapar del palacio de mercurio que envolvía sus miembros. La presión pre- sionaba sus costillas, arrebatándole las escasas esperan-zas que podían salvarle, convirtiéndolas en oraciones va- cías de significado. Se le nublaron los ojos, descendía en dirección a las profundidades, lejos de cualquier razón para continuar combatiendo. Empezó a perder el sentido, gra-dualmente, resignándose a su destino, sumergiéndose en la eternidad. Voces ancladas en su imaginación lo precipi- taron al olvido, drenando el oxigeno que restaba en su pe-cho, conduciéndolo a una muerte que quizá anhelaba des-de siempre. Unas manos lo impulsaron a la superficie, rom- piendo la fascinación de sus peores pesadillas, el aire inun- dó sus pulmones, devolviéndole la vida. Su hermano lo a- rrastró a tierra con tranquilos pataleos, acunándolo con una delicadeza imposible de imaginar. Durante unos momentos, Gresham sintió que volvía a existir una unidad entre am-bos, lazos de sangre que creía perdidos, pero como todas las expectativas que se creaba en torno a Möhler, resultó ser una ilusión:
-¿Qué coño estas haciendo?
Su preocupación desapareció: la protección, la confianza, los buenos sentimientos, la humanidad que reinaba en su corazón… No quedaba nada:
-No, Möhler-lo apartó bruscamente de su lado, derribándolo sobre la arena-¿Qué demonios te pasa?
Su hermano se incorporó:
-Has estado apunto de ahogarte-echaba chispas por los o- jos-¿Aún me lo preguntas, subnormal?
Indignado, Gresham le arrojó un puñado de arena a la cara. Möhler lanzó un grito, frotándose los párpados. Aprove- chando su desconcierto, embistió con la cabeza su estóma- go desprotegido. El impacto lo arrojó contra el suelo por se- gunda vez, aferrándose el vientre magullado. Con los pu- ños apretados, su sombra cubrió el cuerpo agonizante de su hermano, mascullando lleno de rencor:
-Eres un gilipollas, sólo piensas en ti mismo, no eres capaz de darte cuenta de que haces daño a los demás.
Möhler barbotó con los dientes apretados:
-Estás muerto, cabronazo, deja que te coja… 
-¡Qué te follen!          
Airado, Gresham le dio la espalda. El océano batía contra la arena, silenciando los latidos de su corazón, deslizándo- se con un susurro interminable:
-¿Dónde has aprendido ese lenguaje?-Möhler se mostró irónico-Deja que se lo cuente a papá…
Gresham estuvo apunto de sonreír:
-Me lo has enseñado tú, ¿te falla la memoria?
-Me temo que sí-su hermano se levantó-He olvidado mu-chas cosas.
Gresham no replicó, se encontraba demasiado dolido por su actitud, Möhler se estaba volviendo loco. Indeliberada-mente, recordó las imágenes fondeadas en su memoria: ambos jugando en la orilla de la playa, el fulgor del sol mi-entras asistían al colegio, los baños de mediatarde, las dis- cusiones cuando eran pequeños, las horas de pesca lejos de sus padres, las conversaciones a medianoche en su ha- bitación… ¿Dónde estaban aquellos momentos?, ¿Por qué su hermano había cambiado a peor?, ¿Qué los había dis- tanciado de aquella manera?:
-Estas como una cabra-Gresham evitó mirarlo-¿Crees que tu manera de comportarte es normal?
Su hermano lanzó una carcajada desagradable:
-¿Normalidad?, ¿Qué es la normalidad, hermanito?
-No me llames hermanito-escupió-Sabes que lo odio.
-Por eso lo hago, Gresham, el día que no te importe te ase- guro que dejaré de hacerlo.  
-¿Por qué me tratas así?
-¿Cómo?
-Me subestimas, piensas que por ser menor que tú soy un estúpido.
-Nunca te he subestimado, simplemente quiero ayudarte.
Gresham rompió a reír:
-¿Ayudarme?, ¿A qué?
-A madurar, quiero que comprendas el porque de todo esto.
-¿A qué te refieres?
-Algún día lo sabrás, espero conseguirlo, tarde o temprano.
-Eres un niñato, no dejas de importunar a todo el mundo, como si de esta manera demostraras lo profundo que eres: ¿A quién vas a engañar?
Möhler lo contempló con tristeza:
-Ves como tengo razón, nadie es capaz de entenderme…
-¿Qué quieres que comprenda?
-Nada Gresham, paso del tema.
Exasperado, Gresham dio una patada a la arena:
-Déjame en paz, quiero irme a casa.
-Lárgate.
-Necesito que lleves el bote-señaló a la derecha, atada al roque de piedra, una pequeña barca oscilaba sobre las a- guas mansas-¿Cómo quieres que vuelva?
-Nadando.
-Vete a tomar por culo.
Möhler lo contempló con las manos en las caderas, disfru- tando de su superioridad, antes de replicar:
-Vamos-avanzó hacia el linde de la costa-Sino te quedarás en tierra.
Ambos se lanzaron al mar, nadando furiosamente, sin cru- zar una mirada, acercándose a la pequeña embarcación. Cuando llegaron a la barca, su hermano subió dentro, to- mando los remos con profesionalidad, sin molestarse en e- charle una mano. Molesto, Gresham se las arreglo para en- trar, el bote se inclinó temerariamente, derrumbándose en el extremo de proa. Möhler comentó:
-Es la primera vez que subes solo.
Gresham ignoró su sarcasmo:
-Nunca es tarde para aprender.
El viaje de vuelta fue silencioso, ninguno habló, no les que-daba nada que compartir, habían agotado las posibilidades de reconciliarse.    
3

-¿Cómo te encuentras?
Extrañado, Gresham levantó la cabeza del libro, estudian- do la figura que se recortaba en la puerta:
-Bien, papá.
Johannes penetró en la estancia con pasos llenos de gra-cia animal, estudiando la austera habitación de su hijo: ca- ma, armario, librería, gramola, mesa, silla:
-¿Qué haces?
-Leo-Gresham le mostró el volumen encuadernado en piel- Lieder zur Klampfe von Bert Brecht und seinen Freuden.
-Sigues hablando perfectamente en alemán, Gresham, me alegro que no lo olvidaras cuando eras pequeño.
Gresham estudió el rostro de su padre: cabellos rubios pei- nados hacia atrás, frente despejada, cejas bien delineadas, ojos grises llenos de tristeza, nariz recta, labios gruesos, mentón cuadrado. Por primera vez en su vida, percibió los signos de desgaste que llenaban su cara, ello le hizo sentir incómodo, tenía miedo de envejecer:
-No me queda otro remedio-encogió los hombros-Está es- crito en alemán.
Johannes abordó el tema que le interesaba:
-¿Qué tal con Möhler?
-Fatal.
Su padre se sentó sobre el colchón:
-Lo suponía-suspiró-Últimamente está insoportable.
-Lo sé, papá, no ha superado lo de Helene.
-Desgraciadamente no-Johannes le pasó una mano por la cabeza, despeinándolo-Tengo miedo de que te suceda lo mismo.
Gresham procuró tranquilizar a su padre:
-No te preocupes por mí.
-¿Qué te ha contado?
-Muchas cosas.
-Explícate.
Gresham tomó una profunda bocanada de aire:
-Intentaré ser lo más breve posible: Möhler piensa que es un incomprendido, según él tiene una misión que cumplir antes de morir, eso hace que le sea tan difícil de conectar con los demás, creo que deberíamos ingresarlo en un ma-nicomio.
-No quiero que seas cínico, Gresham-Johannes se ofen- dió-No es asunto de risa. 
-¿Cómo quieres que me lo tome?
-No de una manera tan trivial. Empiezas a parecerte a tu hermano.
Gresham sonrió con ironía, su padre tenía razón, no podía evitarlo:
-Se lo merece, papá, siempre me está atacando, metiéndo-se conmigo, molestándome con sus burlas.
-Procura ignorarlo, Gresham, debemos ser pacientes, si lo tratamos como él a nosotros, será mucho peor.
-¿Y a quién le importa?
Johannes lo contempló, asombrado, no esperaba tanto ren- cor por parte de su hijo:
-Gresham-inquirió-¿Quieres a tu hermano?
-Sí.
-¿Entonces por qué no procuras auxiliarlo en vez de tirarle tierra encima?
-Ha dejado de importarme, no se merece mi preocupación, ni mi compañía.
Su padre se irritó:
-No quiero oírte hablar así, eres demasiado joven para ser tan insensible.
-Möhler se lo ha buscado, papá-intentó defenderse-Lo trato tal como me trata a mí.
-Te rebajas a su nivel.
-Está sentado todo el día en la playa, perdiendo el tiempo sin hacer nada, se está volviendo loco, ¿cuándo lo verás?
-Möhler está traumatizado, la muerte de tu hermana lo ha destrozado, él quería mucho a Helene…
Gresham lo interrumpió:
-Yo también la quería. ¿Crees que no lo he pasado mal?
Johannes no pudo responderle:
-Ambos estaban muy unidos, sé paciente, aún no ha tenido tiempo para hacerse la idea.
-Ha pasado casi un año, papá, debería haberlo hecho.
Su padre se levantó de la cama:
-El almuerzo esta preparado. Baja cuando quieras.
-Perfecto.
Johannes dejó la habitación, Gresham lo escuchó descen-der las escaleras en dirección al salón. Mientras bajaba, no pudo evitar sentirse avergonzado:
Papa dice la verdad-pensó-No puedo tratar a Möhler de esta manera. Me he vuelto demasiado vengativo.
Sabía que tenía la razón, desde que su hermana pequeña apareció ahogada, nada había sido como antes. Recordó la sensación de impotencia, el sufrimiento de la pérdida, el va-cío que dejó su ausencia. Le había costado muchísimo en- terrar su muerte, no fue sencillo aceptar las circunstancias, pero Möhler no lo había conseguido, parecía que deseaba ser el próximo de la lista:
Que se fastidie-pensó-Que aprenda a madurar…
Nadie se explicaba como Helene había abandonado la ca- sa, los pescadores descubrieron su cadáver, mientras aún  se preguntaban donde estaba, flotando en las inmediacio- nes del pueblo, llamando a la policía. Después de su muer- te, nada fue igual, cada uno tomó su propio rumbo. Su her- mano escogió el peor, perdiéndose en sus pesadillas, sin posibilidades de regresar a tierra. Inmerso en sus lúgubres meditaciones, Gresham decidió no bajar al salón, había perdido el apetito, el dolor era demasiado reciente.   

 

4

-¿Qué te parece?
Ambos habían bajado al pueblo, dispuestos a comprar material de pesca, bajo las órdenes de su padre, tenían marcos suficientes para gastar. Gresham estudió la caña, volteándola entre sus manos, comprobando la tensión del carrete:
-Me la llevo.
El tendero asintió con la cabeza, a sus espaldas, dentro de las estanterías una serie de útiles; sedales, bicheros, arpo- nes, velas, cuerdas, agujas, mallas, porras, preparados pa- ra los posibles pescadores. Möhler puso un billete sobre la mesa, la superficie estaba astillada por el paso de los años, observando a su hermano:
-No sé si comprarme una-comentó haciendo castillos en el aire.
Gresham se mostró seco:
-Hazlo. ¿A qué esperas?
-Me aburriría. Me conozco, Paso de malgastar dinero.
El tendero depositó la vuelta sobre el mostrador: varios bi- lletes de diez, marcos sueltos, pequeños pfennigs, ofrecién- doles una sonrisa desdentada:   
-Gracias señores, que tengan un buen día.
-De nada. Adiós.
Salieron al exterior de la tienda, el sol abrasador llenaba las calles como un manto, entornando los ojos, con la caña so- bre el hombro izquierdo:
-Hace un día precioso, ¿verdad?
-Sí.
El olor a sal se propagaba por los rincones, niños vestidos con cómodas ropas remendadas jugaban en la calle, trasla- dando el rumor del mar cercano:
-¿Bajamos al puerto?-dijo su hermano-¿Qué te parece?
-Bien.
Descendieron por una callejuela estrecha, pasando delante de terrazas abiertas, mientras la gente los miraba con cu-riosidad, ignorando sus comentarios:
-Seguramente nos habrán reconocido-masculló Möhler-No tendrán nada mejor que hacer sino hablar de nosotros.
-¿Te importa?
-No.
-Pues corta el rollo.
Salieron al aire libre, rodeando una plazoleta, tomando el camino de la playa: botes anclados, colmados, barcos re- postando, olor a sardinas fritas, parejas abrazadas, tiburo- nes secándose al sol, ancianos sentados en las esquinas, pescadores sacando redes de sus barcas:
-Papá no se ha mudado al pueblo-comentó Gresham-¿Por qué será?
-Papá detesta la compañía humana, hermanito, ¿no te das cuenta?
Gresham ignoró su cinismo, se encontraba cautivado por la magia del lugar, no iba a permitir que su hermano le aguara el día:
-Bueno, tenéis algo en común, ¿no?
Möhler sonrió, metiendo la mano en los bolsillos de los pan- talones, contoneándose con bravuconería:
-Deja de llamar la atención, Möhler.
-No me da la gana.
-Actúas como un cretino.     
-No.
-¡Quien lo diría!
-No seas niño, Gresham, cada uno es libre de hacer lo que quiera.
-Díselo a papá, a ver que te contesta, idiota.
Penetraron en el muelle, dejando atrás un yate desmantela-do, avanzando bajo el calor tórrido del mediodía, buscando un lugar a la sombra donde probar la caña:
-Podríamos sentarnos allí-Möhler señaló unos bancos de piedra-Parece un buen sitio.
-Vale. 
Tomaron asiento, contemplando las aguas de sodio que se agitaban plácidamente. Su hermano encendió un cigarrillo:
-Papá me comentó que estabas resentido conmigo.
Gresham se puso en guardia:
-¿Te parece ilógico?
-No.
-Entonces: ¿por qué me lo preguntas?
-Quiero pedirte disculpas, Gresham.
-Un poco tarde, ¿no?
-Intento hacer las paces, colega, deja de hacerte el macho.
Gresham respondió con dureza:
-He bajado contigo porque papá me ha obligado, no quiero saber nada de ti, estás colgado.
Möhler apretó los labios, la respuesta lo había herido, le- vantándose como un resorte:
-Siento haberte hecho daño, Gresham.
-Demasiado tarde para disculpas, Möhler.
-Nunca me entenderás, hermanito, te queda mucho por a-prender.
Gresham se incorporó, desafiante:
-Enséñame.
-Es demasiado tarde para que lo comprendas, Gresham.
-No tienes porqué tratarme de esta manera-enfurecido, lo golpeó con los puños-¡Eres un bastardo!
Su hermano le dio la espalda, Gresham no se molestó en llamarlo, marchándose con brusquedad, dejando un vacío insoportable.
Púdrete-pensó rabioso-Estoy harto de tus tonterías…
Se quedó varias horas allí, mirando amargamente las olas plomizas, sin atreverse a volver a casa, se sentía demasia- do culpable para verlo de nuevo. Cuando las primeras som- bras de la tarde caían, cogió un taxi para regresar, viendo pasar las señales de tráfico de la carretera:
-Hola-saludo al entrar en su hogar.
Su padre apareció en lo alto de las escaleras:
-¿Dónde está Möhler?
Gresham sintió una punzada de inquietud:
-¿Aún no ha llegado?
-Estaba contigo, Gresham. ¿Qué ha pasado?
-Tuvimos una bronca.
-¡Maldita sea!-Johannes descendió las escaleras como una exhalación-¿Qué le dijiste?
Gresham se sintió atemorizado:
-Fue una pelea estúpida…
-¡Contéstame!
-La verdad.
-¡Estás loco!-su padre lo aferró por los hombros-¿Por qué tuviste que ser tan sincero?
-No soporto su sarcasmo, papá.
Johannes salió zumbando hacia el teléfono:
-Reza porque no le haya pasado nada, Gresham.

5

Melancólico, Gresham se sentó sobre la arena, escuchan-do el sonido del mar. Las olas se arrastraban sobre los lin- des de la costa, avanzando y retrocediendo, calmando sus remordimientos. Ahogando el dolor, encendió un cigarrillo, saboreando la nicotina, vencido por el peso de la derrota. Había envejecido, no le quedaban esperanzas por las que continuar despierto, el suicidio de Möhler se lo había arre- batado todo. Sin desearlo, recordó la última vez que habían estado en aquel lugar, distantes como estrellas en el cielo:
No fue culpa mía-pensó con tristeza-Ahora entiendo lo que quería decirme…
El océano le había arrebatado la inocencia, tejiendo un he-chizo alrededor de sus hermanos, consumiéndolos en la marea espumosa. Möhler apareció ahogado al día siguien- te, los ojos trágicamente abiertos, con los miembros amora- tados por la liberación. Su hermano no pudo soportar el dolor de vivir, el mar se encargó de arrebatarle los sueños, sumergiéndolo entre sus corrientes estremecedoras. Apa-gando el tabaco, Gresham observó el bote con el que sa-lían a nadar, odiándose con todas sus fuerzas.
Fui demasiado egoísta-pensó con los puños cerrados-¿Por qué no pude comprenderle?
Sabía que no estaba solo, Möhler lo esperaba, protegién- dolo de la realidad que lo había destruido, con una última sonrisa en los labios. Únicamente tenía que encontrarse a sí mismo, varado como se encontraba, en un abismo de escombros calcinados. Las luces eran formas difusas en los caminos enhebrados por su imaginación: monotonía, pesar, autocompasión, cólera… Sentimientos que no nece-sitaba en aquellos momentos, mientras reflexionaba con las piernas cruzadas, contemplando el océano ondulante. Con un suspiro, Gresham metió la mano en la chaqueta, sacan- do la caja de Marlboro, encendiendo otro cigarrillo después de un par de intentos. Tumbado sobre sus restos, el mosai- co de luces palpitantes en la bóveda aterciopelada le resul-tó indiferente, estaba atrapado en el ovillo de los recuerdos. Hacía tiempo que no miraba al cielo, algo había cambiado para siempre, jamás volvería a ser el mismo. Cansado, e- vitó consumir el final del cigarro, la última calada siempre le sabía amarga, llevaba pocos meses fumando, prendado por las nubes borrascosas que se acercaban por el noroes- te. Gresham volvió a observar las estrellas, que bogaban en su condena particular hasta el fin de los tiempos. Ahora sólo quedaba angustia, como la riada de astros brillantes, familiares, pero de algún modo indistintos, que despunta-ban sobre su cabeza. Tuvo la impresión de que había vi- vido aquella emoción antes, en otra época distinta, quizá en una vida anterior, o en un futuro que se le antojaba borro-so. Entonces, se levantó, aproximándose a las olas, dispu- esto a suicidarse, debía reunirse con sus hermanos. El agua helada le llegó hasta las rodillas, proporcionándole u- na corriente de tranquilidad, todo había terminado para él…

 

Santa Cruz de Tenerife, 10 de Agosto del 2002

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