Todo lo que había aprendido de sus mayores tenía que ser puesto a prueba ahora; su concentración debía funcionar al tope; cada técnica estudiada hasta el cansancio, repetida una y mil veces y repetida otra vez hasta llegar a convertirse en parte de su torrente sanguíneo, debía aflorar ahora y cubrirlo como una coraza; aislarlo, preservarlo por sobre todas las cosas y hacer que aquel cuerpo funcionase como un mecanismo de reloj, exacto y seguro. Todo esto, claro, si quería vivir.
Le habían dado diez minutos desde que alcanzara los árboles. Bien sabía que aquello no le serviría de mucho, pero ese tiempo le había regalado unos mil metros de ventaja y debía aprovecharlos.
En muy corto tiempo los tendría pegados a la espalda, podría sentir su aliento húmedo y apestoso rozándole la nuca, pero confiaba en sus piernas, creía en su velocidad innata y en su voluntad de salvarse.
Lo que más le repugnaba y no alcanzaba a olvidar, eran tantos ojos mirándole a la misma vez, todos en una sola cara,…. y el color de sus pieles,…nunca le gustó el violeta.
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