“Los dos monjes y la hermosa muchacha
Dos monjes, Tanzán y Ekido, viajaban juntos por un camino embarrado. Llovía a cántaros y sin parar. Al llegar a un cruce se encontraron con una preciosa muchacha, vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de vadear el camino. -Vamos, muchacha -dijo Tanzán sin más. Y, levantándola en sus brazos sobre el barro, la pasó al otro lado. Ekido no dijo ni una sola palabra, hasta que, ya de noche, llegaron al monasterio. Entonces no pudo resistir más. -Los monjes como nosotros -le dijo a Tanzán- no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste? -Yo la dejé allí -contestó Tanzán-. ¿Es que tú todavía la llevas?” (Anónimo japonés)
El ritual de casamiento en Japón se realizaba en el seno del hogar; los japoneses utilizaban como altar el tokono ma, espacio de una de las salas principales donde debía manifestarse el espíritu de la familia gracias a actos rituales como el arreglo floral y, precisamente, la caligrafía.
John L. Long escribió un relato que fue retomado como obra teatral por David Belasco, que sería el libreto de Giuseppe Giacosa y que finalmente se transformaría en el drama en tres actos de Puccini Madame Butterfly. Esta idealización –como idea recibida y aplicación subjetiva, consciente o no consciente- del amor japonés –en el ejemplo del personaje femenino principal- ha pasado por muchas mentes geniales antes de difundirse entre el auditorio y alcanzar fama prácticamente universal (resta saber qué acogida tiene el texto en el propio Japón; quizás esta interpretación de su cultura resulte halagadora, o quizás no puedan sentirse identificados con ella); la obra retrata una estrecha unión entre amor, deber, muerte y honor. La protagonista, una adolescente geisha (“persona de las artes”, entrenada para proporcionar un entretenimiento culto –conversación, ikebana, ceremonia del té, danzas tradicionales, canto, poesía y literatura en general, así como instrumentos musicales- y no para vender su cuerpo como se ha insinuado en la época de la invasión americana por un malentendido relacionado con cierta idea de prestigio), huérfana de padre, nacida en una buena familia venida a menos, que será, en tres años, casada por conveniencia (aunque ella cree realmente en ese matrimonio), renegada por su familia (por haber abandonado la religión ancestral) y muerta por suicidio (hara-kiri). En este caso, la visión occidental interpreta la idea japonesa del honor e idealiza la figura de Madame Butterfly, tal como probablemente habría sucedido si el texto proviniese originalmente –y no sólo ficcionalmente- de Nagasaki, por ejemplo. Sin embargo, es posible que el tratamiento del motivo, del género en que se inserta la historia, y del tono, representen una apropiación de lo japonés como atrayente exótico más que una lectura realista de la tradición japonesa.
Roland Barthes, en Fragmentos de un discurso amoroso , escribe a modo de explicación de la ausencia en el campo del amor, lo siguiente (a propósito de Las penalidades del jóven Werther): “L’absence amoureuse va seulement dans un sens, et ne peut se dire qu’à partir de qui reste –et non de qui part: je, toujours présent, ne constitue qu’en face de toi, sans cesse absent. Dire l’absence c’est d’emblée poser que la place du sujet et la place de l’autre ne peuvent permuter ; c’est dire « Je suis moins aimé que je n’aime » ”.
Es cierto que la subjetividad expresará el amor antes en la ausencia del objeto amado que en su presencia; se trata de una especie de mecanismo poético de supervivencia (también se trata de supervivencia poética, en algunas ocasiones). El amor en el Manyooshu se canta cuando se ha perdido la persona amada. No antes.
Precisamente Barthes en la misma obra y capítulo,“L’absent”, antes citado, escribe:
“Un koan bouddhique dit ceci : « Le maitre tient la tête du disciple sous l’eau, longtemps, longtemps ; peu à peu les bulles se raréfient ; au dernier moment, le maître sort le disciple, le ranime : quand tu auras désiré la vérité comme tu as désiré l’air, alors tu sauras ce quelle est »”
De un modo parecido funciona el motivo del espíritu, de la aparición.
Desde el mito de Narciso y Eco recogido en las Metamorfosis de Ovidio (“¡Ven!-llama ella [Eco]a quien le llama-. Se vuelve él a mirar y como nadie veía dijo-¿Porqué huyes de mí?- y escuchó tantas palabras como había pronunciado. Se detuvo, y engañado por la ilusión de una voz que contesta, exclama -¡Aquí, reunámonos!, y Eco, que jamás respondería con más gusto a ningún otro sonido, -¡unámonos!-repitió; y secundando sus propias palabras salió de la espesura y se encaminaba a echar sus brazos al cuello anhelado”. Se trata de una inversión del motivo de la ausencia por la muerte) pasando por las Noches lúgubres de Cadalso (“Ya piso la losa que he regado tantas veces con un llanto, y besado tantas veces con mis labios ”, una especie de racionalización del mito del espíritu de la amada), hasta Cumbres borrascosas de Emily Brontë (en que realismo y quimera se mezclan), el motivo de la (deseada) aparición del espíritu se presenta no como una fantasía sino como un impulso de la psique del que sufre la ausencia. Se expresa, a veces indirectamente, en el género poético de la Elegia, sea a modo de metáfora, de imagen poética o de deseo real: en una de las “Elegía a la muerte de su esposa” incluidas en el Manyooshu puede leerse: “Dicen que allá, en el monte Jagai/de grandes aves, está mi compañera,/la que yo anhelo; y hollando roquedales/me afané y vine, pero fue infructuoso/porque mi amada, la que creía eterna, /no aparecía ni en la más vaga sombra/ donde brillan las gemas” y, la segunda antistrofa es la más inquietante al respecto: “Al volver a casa y entrar en el cuarto, vi que en el lecho su almohada estaba/mirando a otro lado”. El final es inesperado y sumerge al lector en una suerte de realidad metafísica en que es posible la comunicación con ultratumba.
Una de la características principales del Manyooshu es, por tanto, el alto porcentaje de elegías a la esposa. En ellas no hay una palabra sobre el honor o el status social, sino que una subjetividad (generalmente identificada) se recrea en el lirismo de su propio dolor, recordando a la fallecida gracias al contraste entre misticismo y cotidianeidad que fue su existencia.
Reflexiónese por ejemplo sobre la “Elegía a la muerte de su esposa” siguiente:“Cuando pensaba que viviría eterna, /yo la quería con la misma firmeza/que en primavera se renuevan las hojas/de mil ramas, ora acá, ora allá, /de los zelkovas que crecen en los diques/ perexaltados que veíamos juntos: /¡mujer que amaba, niña en que confiaba!/¿Pero quién vence a la ley de la vida?/Oculta en blanca túnica angelical/dejó la casa cual ave mañanera/voló al erial donde arde la calina, /y se ocultó cual sol crepuscular./ Y cuando llora la tierna criatura/ que me dejó ella como recuerdo, /no tengo nada que pueda apaciguarlo; /y aunque soy hombre, lo aprieto contra el pecho./Y entro en la alcoba donde dormimos juntos, /donde están puestas nuestras almohadas,/ y me anochece tras días de hundimiento,/y me amanece tras noches de suspiros; /con lamentarme no sé qué debo hacer; /con anhelarla no habrá forma de verla. /Dicen que allá en el monte Jagai/ de grandes aves, esta es mi compañera, /la que yo anhelo; /y hollando roquedales/ me afané y vine, pero fue infructuoso/ porque mi amada, la que creía eterna,/ no aparecía ni en la más vaga sombra/donde brillan las gemas. /Antistrofas/ La luna que vimos el pasado otoño/ brilla, pero ella, que la vio conmigo, /ya se me apartó. /Al volver a casa y entrar en el cuarto, vi que en el lecho su almohada estaba/mirando a otro lado”.
En primer lugar, esta composición se basa en cierto uso de la memoria espacial y de los objetos para la construcción del mundo profundo y místico del amante de luto . Escribió Lamartine la breve composición “Élegie”, y en ella hace referencia también a la necesidad de la contemplación de los objetos, que estimula la memoria: “(près des) objets présents à sa mémoire” . En esta Elegía, que llora prematuramente la muerte propia, y la de la humanidad, el poeta, en la única referencia a su amada, ya habla de ella como si estuviera muerta, transformándose a sí mismo en aparición, por analogía, o como por arte de magia: “Aimons-nous, ô ma bien-aimée!/Et rions des soucis qui bercent les mortels” . Leemos en la Elegía del Manyooshu: “Y entro en la alcoba donde dormimos juntos, /donde están nuestras dos almohadas”.
Los contrastes retóricos de luz y sombra, la sensación de abandono que constituye la queja de la voz poética, se mezclan con la sensación de un tiempo intangible, ya sin importancia real, ligado íntimamente a la memoria del pasado y a la imagen difuminada por el recuerdo: Paul Eluard escribió en “Ma morte vivante” los siguientes versos: “Dans mon chagrin/ J’attends personne ne viendra/ni de jour ni de nuit/ […]/Mes yeux se sont séparés de tes yeux/ Ils perdent leur confiance ils perdent leur lumière/ ” y, mucho más significativo, “Il m’est donné de voir ma vie finir /avec la tienne/ ma vie en ton pouvoir/que j’ai crue infinie ”, de nuevo se liga el amor a la eternidad, como si de una dimensión superior a la realidad se tratara. La composición del Manyooshu insiste en el carácter infinito de la vida de los amantes.
Sea en el Japón actual, sea en el clásico, sea en la transculturación realizada por la crítica y la creación europea, el motivo del amor se ha utilizado de manera similar: hiperbólica y concisa, sensorial y cerebral.
Conviene precisar que las referencias a la poesía francesa, a la literatura inglesa y a los clásicos grecolatinos no han sido elegidas por su origen geográfico sino por sus fechas de composición: la literatura japonesa, no esencialmente amorosa en sus comienzos, resulta no obstante bastante precoz, porque muestra tempranamente una imagen del amor y la separación, y recoge algunos tópicos que nacerán y renacerán en otro momento (quizás debido al polen de ideas de Dámaso Alonso) en otras tierras. Los espacios y las culturas se acercan con motivo de la pérdida amorosa, como que en “Dos elegías de despedida a su esposa”, también incluidas en el Manyooshu; el poeta suplica de manera similar en “Elegía a la muerte de su esposa”: “Estará mustia cual hierba de verano/pensando en mi. Quiero ver su morada: /allanaos, montañas” , y ella, en alguna parte del cosmos, seguramente sí estaba mustia, pensando en él.
“La ausencia amorosa solamente va en un sentido y no puede ser dicha más que por quien queda- y no por quién se ha marchado : yo, siempre presente, no existe màs que frente a tí constantemente ausente. Decir ausencia es de entrada admitir que el lugar del sujeto y el lugar del otro no pueden permutar; es decir <<Soy menos amado de lo que amo>> ”.
“ Un koan búdico dice lo siguiente : <<El maestro mantiene la cabeza del discípulo bajo el agua durante mucho mucho tiempo ; poco a poco las burbujas escasean ; en el último momento, el maestro saca al discípulo del agua y lo reanima: cuando hayas deseado la verdad como has deseado el aire, sabrás lo que es>>.”
Escribe Baulelaire en sus Pequeños poemas en prosa (El spleen de Paris) [ M.E. editores, Madrid, 1997, pág. 115]: “¿Habeis visto alguna vez a una viuda, a una viuda pobre en esos bancos solitarios? Lleven luto o no, es fácil reconocerlas. Además, en el luto del pobre siempre hay algo que falta, una ausencia de armonía que lo hace más desolador. Se ve obligado a hacer economías con su dolor. El rico lleva el suyo con todo esplendor”.
Lamartine, Meditations poétiques, « Nouvelles méditations poétiques », M.V.E., París, 1984, pág. 156.
« (Cerca de ) los objetos presentes en su memoria ».
Philippe Heracles (ed.), Les plus beaux poèmes romantiques, France Loisirs, París, 1981, pág. 33. “En mi pena/espero, nadie vendrá/ ni de día ni de noche/ […]/Mis ojos se han separado de tus ojos./Pierden su confianza, pierden su luz”.
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