En mis largos años como profesor de Lengua y Literatura jamás había leído un relato como aquel que tenía entre mis manos: era preciso, frío, descarnado… el dolor podía sentirse a lo largo de todos sus párrafos. Sin poder evitarlo la culpa me golpeó desde sus líneas haciéndome sentir mal, muy mal.
Acababa de comenzar el curso escolar 2012-2013 y, como de costumbre, pedí a mis nuevos alumnos una redacción libre. En estos casos lo típico era recibir un trabajo sencillo, corto, mal redactado, en el que el chaval me contaba qué había hecho en vacaciones, dónde había estado, qué pensaba del curso que comenzaba o, en el caso de los más imaginativos, sobre el argumento de un cómic o un videojuego. Sin embargo en esta ocasión el relato que me entregó el alumno nuevo, un chico de catorce años de ojos tristes, muy serio, introvertido y casi minúsculo pese a que se alzaba ya a un metro setenta sobre el suelo, me dejó helado.
Reproduzco, en toda su crudeza, el relato sobre qué le ocurrió a este crío ese verano que jamás olvidaría.
Mi hermano Nenete
El niño grande, estúpido, egoísta y malo estaba sentado abotargado pensando en sus cosas. Maldades, sólo eran maldades sin importancia para nadie salvo para él y unos cuantos amigotes como él. Uno de sus amigos, seguramente igual de malo que él, vino a buscarle para que se fuesen juntos a una casa derruida, en ruinas, lejos del pueblo y de la mirada incisa e interrogante de los mayores. A esa casa iban a gamberrear después del colegio, por las tardes, a fumar y a beber, a hacer cosas de mayores porque eran mayores y lo sabían todo, sabían lo que sólo los mayores conocen. Secretos de mayores que ellos mismos se contaban y sólo contaban a otros chavales que se hacían mayores, a los que iniciaban en sus ritos de maldad.
Nenete quería ir con el niño grande, el niño estúpido y egoísta. Sólo tenía cuatro años y medio aunque pensaba que su hermano mayor era el niño grande más listo del mundo, lo sabía todo porque iba al colegio de hermanos grandes y siempre traía buenas notas. También era el hermano mayor más fuerte del mundo: podía agarrarle de las orejas y, sin hacerle daño, subirle alto, muy alto, tan alto que incluso podía verle la raya del pelo, más alto que las orejas de su hermano mayor, por encima del mundo donde se sentía más mayor que su hermano mediano.
Y Nenete se sentía feliz así; su hermano mediano era listo y era alto, pero el hermano grande era como un dios: rápido, listo, reía fuerte, corría como nadie y por la noche le arropaba, venía a oscuras por el pasillo sin tener miedo a la oscuridad, esa densa oscuridad que sus padres no temían, dormía con su hermano mediano y no le daba miedo estar solo o ir a oscuras por la casa. Era alguien casi tan mayor como su padre: su padre sí lo sabía todo y podía con todo, aunque a veces llegase cansado o preocupado de su trabajo que él no entendía.
Una mañana de domingo los amigotes de su hermano mayor llegaron: querían que fuese con él al campo, a algún sitio en donde se juntaban para contar chistes, cuentos, historias de mayores y lo que fuese… Nenete no lo sabía, él todavía era pequeño y no sabía qué se contaban, pero seguro que eran historias de miedo y cosas así porque los chicos mayores no tenían ya miedo a los bichos, las arañas y la oscuridad como a él le sucedía. Su hermano mayor no tenía miedo a nada, no temía a las cosas de la oscuridad y además era muy fuerte, el mejor hermano del mundo porque le pelaba las pipas, le daba regalices y de noche, a veces, le iba a dar un beso y a arroparle; también le hacía barcos de plastilina, le dibujaba ciudades amuralladas o incluso se entretenía con él dejándole escuchar su música, órganos y voces que él no entendía pero que le gustaban.
Los chicos mayores querían que su hermano fuese con ellos; su hermano mayor se puso muy contento y quería marcharse también; Nenete, como en otras ocasiones, quería acompañarle pero en esta ocasión su hermano puso mala cara y dijo que no. No, no le quería con él, le molestaba, sobraba, no era bien recibido en esta ocasión. ¿Irían a fumar cigarros, a hacer cosas de mayores? Seguramente; Nenete podía ser pequeño pero sabía ya, con toda seguridad, que los amigos se divertían, guardaban secretos de mayores y se lo pasaban en grande con todas las cosas que sabían; un niño pequeño sobraba allí entre ellos.
Su hermano mayor salió corriendo, contento, con sus amigos también mayores. Nenete se empeñó en ir con él, a pasarlo bien pero su hermano mayor puso mala cara y le tiró para adentro, para dentro de la casa, por la fuerza. Muy pocas veces había visto a su hermano mayor enfadado… a veces se mosqueaba con el hermano mediano, Javi, pero no se llegaba a enfadar nunca. Era muy bueno, pensaba Nenete. Tenía que hacerle caso porque siempre sabía lo que había que hacer. Pero en esta ocasión Nenete no quería quedarse en casa, quería salir con él, no quedarse encerrado en casa aburrido un domingo por la mañana.
Cuando su hermano mayor se marchó, riendo y haciendo ruido con los otros chicos mayores Nenete se quedó unos minutos triste, llorando, abandonado… Su hermano mayor le quería mucho pero, en esta ocasión, no le había querido llevar con él… sobraba, estorbaba, no le quería. Al cabo de un ratín dejó de llorar, abrió la puerta de la calle y salió: si corría detrás de él seguramente todavía podría alcanzarle y cuando su hermano mayor le viese tendría que llevarle.
Salió a la calle, corrió calle abajo y se sintió feliz de poder alcanzar a su hermano mayor, de estar con él y de pasarlo bien: enseguida le alcanzaría, éste le vería, se enfadaría un poco pero enseguida se detendría, volvería sobre sus pasos, le cogería, le regañaría un poco pero le subiría en sus fuertes brazos y le alzaría sobre sus altísimos hombros para, todos juntos, ir al campo a reírse y pasarlo bien. Pasó, sin darse cuenta, sobre unos tablones sueltos que cubrían de mala manera una zanja profunda, seguramente abierta para mejorar el sistema de tuberías… quién sabe, era cosa de mayores. Un niño pequeño no sabe si las tablas están sujetas o no, si están firmes o no, si éstas se separarán para dejar un hueco demasiado grande o no… Un niño pequeño no sabe estas cosas, sólo sabe que corriendo calle abajo alcanzará a su hermano mayor, su héroe que lo sabe todo y siempre está riendo, y después irán juntos al campo.
Nenete pasó corriendo sobre los tablones, éstos estaban sueltos y aunque el chico pesaba poco se desplazaron. Nenete perdió el equilibrio, dio un paso en el vacío y cayó al fondo de la zanja. Nenete golpeó el fondo con la cabeza, el duro cemento de la tubería le golpeó a su vez y el chico no tuvo tiempo de darse cuenta de nada. Nadie le vio, nadie pudo sacarle, nadie hizo nada por él durante mucho tiempo: simplemente se quedó allí tirado encima del tubo de cemento, solo, sin moverse durante mucho, mucho tiempo, como cabalgando tontamente el frío y duro tubo…
El hermano mayor volvió de divertirse. Había estado con sus amigotes, fumando, riendo, contando tonterías y necedades de chicas, del colegio, de motos y de otras cosas que divierten y entretienen a chicos mayores necios. Era la hora de comer y tenía hambre: se había lavado la boca para que sus padres no olieran el olor del tabaco, se comía un chicle de menta pensando que así no se darían cuenta y volvía tan feliz, tan ufano de su pequeña escapada sin importancia.
En su casa había mucha gente. Gente desconocida para él, vecinas, hombres, un policía, el médico… gente mayor que le daba igual, no los conocía mucho ni tampoco le importaban un pimiento mientras no se metiesen con él. Entró. Vio a su madre llorando arropada por las vecinas, por su padre, el cura, el médico; su hermano mediano no estaba por ninguna parte misericordiosamente recogido por algún buen vecino. Él era el último en llegar y, aunque habían ido a buscarle a la plaza y otros lugares en los que, habitualmente, podía encontrarse la chiquillería del pueblo nadie había dado con él perdido, como estaba, en su mundo de gamberradas y aislamiento, complacido en lo que sabía o creía saber, en lo bien que se sentía uno siendo ya mayor y fumando a escondidas de los mayores.
Sólo mucho más tarde, después de una tarde entera de moverse en un mundo de pesadilla y remordimiento, pudo comprender el horror que supone dejar un niño pequeño abandonado a su suerte, sin nadie que le cuide: parece ser que después de que el hermano mayor se marchase la madre, perspicaz, le echó en falta y lo llamó por toda la casa. Acudiendo a la llamada el padre y el segundo hijo se le unieron en una inútil busca: Nenete no estaba en la casa; alertados por la ausencia lo buscaron en la calle y en casa de los vecinos más cercanos, en donde no pudieron encontrarle. No hubo que extender mucho la búsqueda: a los pocos minutos un vecino descubría, horrorizado, el cadáver del niño en el fondo de una zanja, boca abajo y con la ropa completamente empapada de agua y barro.
Nenete terminó ahí su camino: boca abajo, con la cabeza abierta en una muerte súbita y miserable, repentina, casi indolora por la misericordia del destino, sin nadie que le ayudase a salir, sin nadie que le ayudase a alzarse sobre las cabezas de los demás, sin su hermano mayor que tanto necesitó en ese momento. Sin nadie.
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