Dice un proverbio que el necio recomienza su vida todos los días. La necedad a la que se refiere quizás consista en ignorar las experiencias del día anterior. No obstante, esa es una necesidad seguramente sentida por muchos. Cuando observas tu propia obra, si tienes un mínimo sentido crítico, piensas que debes comenzar de cero, olvidando un pasado del que no es fácil desprenderse. Todo porque no asumes tu propia labor (o no te asumes a ti mismo). Quieres hacer borrón y cuenta nueva e iniciar un nuevo día, “luminoso”, sin errores ni servidumbres; y sin embargo, ¿cómo no aceptar que si has nacido en una geografía borrascosa tus ideas habrán de ser su reflejo? Tratas de no ser estúpido, pero muchas veces los demás te obligan a ello. Puede sonar a petulante, pero ¿en cuántas reyertas se mete uno no deseándolo? Otro proverbio dice que dos no se pelean si uno no quiere. Pero es el más falso de los proverbios. Si uno quiere, dos se pelean, salvo esos “santos” que en definitiva terminan crucificados. Porque, la humanidad no tiene piedad con los pacíficos, los cuales asimila a los tontos. Sólo adora a los fuertes, a los violentos, a los peligrosos. O más bien, a los que tienen tal apariencia. Porque ¿cuántas veces hemos visto lloriquear al psicópata apresado que no tenía la menor compasión con sus víctimas? De un libro de perros aprendí una gran lección, (algo que por la propia observación no habría comprendido): En él se explicaban las reglas de la manada de lobos. Se nos describe al lobo como un animal que está constantemente agradando al jefe de la manada. Sin embargo sería erróneo creer que este lobo es un “pelota” vocacional. Al contrario, es un estratega que no deja de observar a su jefe para detectar cualquier debilidad y disputarle la jefatura. Así es la mayoría de los humanos. No admiten la cadena de mando, pero la asumen totalmente, es decir: aparentemente débiles con el fuerte, (vocacionalmente) despóticos con el débil. En este ambiente, ¿cómo no estar en un permanente estado de descontento, de malhumor, de desconfianza hacia las propias acciones? ¿cómo no desear cambiar cada día de piel, como la serpiente? Cualquier cosa que hagamos nos parecerá inconveniente, sospechosa, porque ¿quién quiere ser un pelota, o un loco que se aventura a una permanente guerra de rebeldía? Hagas lo que hagas, será desagradable, en cuanto que no es fácil ser armónico en un mundo, en una sociedad, inarmónicos. Por eso es posible que el estúpido no lo sea tanto como aparenta; él al menos esta disconforme, y se retuerce contra la fatalidad diaria que nos quiere hacer esclavos, que nos esclaviza permanentemente con sus rutinas de obediencia a los códigos genéticos y sociales. Quizás empezar cada día representa renegar cada día de las acciones anteriores, de la ley natural y social que no se nos impone. El cero, la nada ¿no son en el fondo hermosos? Nuestra vitalidad nos lleva a agotarnos inútilmente, cuando todo es pasajero, efímero, cuando el horizonte no es sino un espejismo más. Felipe II en su lecho de muerte llamó a su heredero para mostrarle en qué quedaba todo, en qué quedaban las ideas del impero. Respetamos al lobo; hasta gusta a muchos su violencia. Sin embargo, ¿hay algo más hermoso que un cordero? ¿hay algo más perfecto que ese ser que tan poco necesita y tan poco mal hace? Hoy he releído a Romain Rolland, un pacifista hasta las últimas consecuencias, un disconforme cuyo lema era “no acepto”; un hombre amable, pero distante. ¿Cómo creer en la humanidad después de una, dos, mil guerras mundiales? Eso es casi lo peor: tener que discutir lo evidente. En la biografía de Rolland aparecen varias sentencias de hombres señeros en las que defienden a los animales contra la crueldad humana. Entre las frases destaca una de Rolland por lo realista. Viene a decir que puede hasta parecer ridículo defender a los animales, pero que es una cuestión vital, que sobre esa crueldad (una más de tanta, digo yo) se levantan las demás. Sin embargo, ya no se le recuerda, sus lecciones no son útiles a una época en la que se es, además de arrogante, prepotente. A combinación tan peligrosa ¿cómo proponerle empezar de nuevo la humanidad, si están encantados …?
Rehacer cada día
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