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Auguste Rodin en Granada: trayectoria de su obra, paseo por la exposición

El pensador, de Rodin

Cuando se observa una escultura de Rodin (1840-1917), los dedos quieren ir hacia ella y acariciarla, porque da la sensación de que tiene el equilibrio perfecto entre la elasticidad y la firmeza, como si fuera humana, de carne, hueso y piel; en una escultura suya no hay bronce ni piedra, sino materia que vive, y las manos quieren pasar por donde ha pasado ese creador.

Esta es la diferencia entre la escultura de Rodin y las demás: no es materia inerte.

Auguste Rodin fue uno de los artistas que verbalizó la necesidad del arte de continuar el pasado, y no meramente reproducirlo, para mantenerlo vivo.

De este modo, su obra no es solamente una revolución de la forma sino también un manifiesto del pensamiento artístico de finales del XIX y principios del XX.

Rodin estaba inmerso en un tiempo en que el Academicismo arrasaba en toda Europa; aquellos que escapaban de esa línea eran intelectualmente condenados y marginados. sobre todo en el ámbito de la escultura, donde las fuerzas tradicionalistas y academicistas eran muy fuertes; en la pintura, ya había desde hacía mucho tiempo algunas escaramuzas en las que  los artistas trataban de escapar de la norma; por ejemplo, la Escuela veneciana, Velázquez, Goya, y ya posteriormente Monet, Renoir, etc. Pero en la escultura ese tradicionalismo era mucho más difícil de eludir, debido a la estrecha relación de esta disciplina con el mundo de la arquitectura y con la vida social (monumentos ecuestres, grandes personajes de la vida pública retratados en piedra…): en ese ámbito, era casi imposible introducir una idea como la del Impresionismo. Rodin rompe los esquemas, marca un antes y un después, al revolucionar la escultura de tal manera que luego pudieron desarrollarse genios escultóricos como Giacometti o Henry Moore. Rodin rompió con esos estilos academicistas y, además, en la misma época se le acusó de haber utilizado un molde de una mujer real para una de sus esculturas, por lo que se aprovechó la situación, y la atmósfera ya enrarecida, para expulsarle de la academia de Bellas Artes; y toda esta riña no es más que el antagonismo entre los sectores radicales tradicionalistas y aquellos que tratan de revolucionar la escultura como está sucediendo en la pintura, acercando su disciplina al Impresionismo. Precisamente por ello las esculturas de Rodin juegan a ser bocetos, donde el movimiento y la impresión de  los personajes van más allá de lo estrictamente real: entra profundamente en la esencia de lo impresionista.

Un buen ejemplo de ello es El beso, que también veremos plasmado en otros ámbitos, como en el de la pintura, con un artista como Gustav Klimt, que trata de trabajar el enfoque que el escultor tiene sobre la tercera dimensión y la plasticidad de los personajes que se aman; porque Rodin no será solo maestro en la forma, sino también en la temática: Klimt reproduce el instante, dejando que  el contexto alrededor de la obra simplemente ayude a la realización de ese momento. Rodin iba incluso más allá, porque no captaba solamente escenas, sino pasiones.

El beso, de Rodin

A falta de El beso, tenemos el honor de contar con la presencia de Los burgueses de Calais en la ciudad de Granada, junto con El pensador, con motivo de la  exposición “Arte en la calle: Auguste Rodin”, promovida por Obra Social “La Caixa”; las esculturas  podrán ser contempladas en Granada entre el 5 de febrero y el 23 de marzo, en Puerta Real.

Regresando a su tratamiento de la forma, en los Burgueses de Calais (1887), no le importaba mucho los pliegues de las ropas –que para el Academicismo era tan importante –Los burgueses…  representa un trabajo de cada figura por separado; cada escultura es única, cada personaje se puede separar del conjunto y por sí mismo se manifiesta como una gran escultura. Un mérito mayor consiste en conseguir armonía de conjunto y en unir las distintas piezas sin que el todo se convierta en una escena barroca y rancia. Cuando se observan Los burgueses…, da la sensación de que estamos delante de un momento real, de que cada personaje vive un momento distinto en su interior, pero que al mismo tiempo forma parte de una escena congelada ¿Es una obra teatral? ¿Es una obra escultórica? Quizá sea teatro y pintura, e incluso música, además de escultura. Por eso Los burgueses… nunca se puede ver sino a la altura de la persona,  porque esa persona forma parte de la escultura, Rodin la introduce en su interior, quiere que sea un personaje que observe desde dentro, que ese sentimiento lo introduzca en la escultura, que el espectador sea alcanzado por la obra y forme parte de ella; y por otra parte, es una lástima que en la Exposición no esté el conjunto articulado como en la obra original; en cambio, se presentan personajes sueltos, con lo cual hay una idea individual pero no de conjunto y pierde fuerza significativa.

Honore de Balzac

Un juego similar realiza Rodin en su escultura de Honoré de Balzac, modificando el punto de vista del espectador, haciendo que vea la grandiosidad del personaje, que se eleva, enorme, ingrávido, gracias a una base de proporciones más pequeñas, como más tarde haría un alarde de cámara a lo Orson Welles… En cuanto a sus vestiduras, parece que forman parte de la piel, y el personaje se eleva, aún habiendo reproducido la densidad, por su constitución. Busca la perfección y, al igual que Velázquez y Rembrandt  en sus cuadros, rectifica a menudo hasta llegar a la forma definitiva, cuando no era muy visto que un escultor hiciera varias piezas para llegar a la idea que tiene en mente; se conservan esculturas previas a El beso y al retrato de Balzac, piezas desechadas, generalmente más clásicas, que otro habría considerado definitivas; pero Rodin no descansaba en su búsqueda, hasta hallar el gesto impresionista en sus figuras; no admitía halagos de la gente de su alrededor, e iba más allá de su tiempo; de hecho, los burgueses que pueblan estos días la Fuente de las Batallas, son estudios.

En una sociedad como la nuestra, en que el arte plástico va de extremo en extremo, desde el reciclaje de un pasado añejo y sin jugo hasta cierto irreflexivo vanguardismo, que sigue la ola sin aportar nada nuevo, es muy bueno que haya exposiciones, y aún más al aire libre, que ofrecen gratuitamente que la gente pueda observar artistas de esta talla a la luz de Granada.

La visita de Rodin a diversas ciudades permite escapar hacia un medio profundo y rico desde el cual el arte sí puede avanzar: el escultor nos da una lección magistral, erigiéndose en un mensajero de auténtico vanguardismo en medio de una sociedad totalmente encorsetada. Por ello, no puedo evitar pensar que Rodin y Lorca se  habrían dado la mano; habría nacido entre ellos una gran comunicación artística. Esperemos que los ciudadanos sepamos ver más allá de lo que parece enseñar a priori una escultura. Se ha echado en falta un texto en formato audiovisual, que hubiese sido complementario y muy pedagógico,  y cuyo costo no hubiera sido demasiado grande en comparación con el gran beneficio que proporciona un conocimiento más amplio de la obra de Rodin. Hubiéramos podido recordar obras tan importantes como Las puertas del infierno, un trabajo que emprendió con mucho entusiasmo, que le acercaba a la Capilla Sixtina de su maestro Michelangelo, donde la escultura, la escenografía y la teología se daban la mano, y donde las figuras, en espacios muy reducidos, llegan a expresar una grandiosidad de espacios infinitos.

Sin embargo, El pensador, un bronce de 1903, no falta a la cita. Es quizás su obra más conocida y sin embargo, en el contexto de su obra, y midiendo el grado de creatividad, no es la más importante. Es una lástima, por otro lado, que –por razones obvias de conservación y sobre todo de seguridad- no se haya podido presentar sin pedestal, de modo que el espectador pudiera observar la obra desde la perspectiva de su creador.

El pensador destaca sobre todo por el movimiento y por la posición del personaje; desde cualquier ángulo, el movimiento y las líneas que lo componen son de una gran perfección. Lo que la escultura pretende insinuar lo consigue con creces: representa el personaje que está pasivo, exteriormente, pero en cuyo interior hay movimiento, pensamiento, en ebullición; no está quieto, no está en una posición inactiva o contemplativa. Se halla en un movimiento estático y sin embargo, ver El pensador como la obra culminante de Rodin sería como decir que Las Meninas es el único cuadro de Velázquez. Intente el espectador mirar y adivinar las líneas centrales de cada extremidad del cuerpo. Verá que son preciosas, precisas, casi barrocas. Las fuentes de El pensador habría que buscarlas en Michelangelo, pero su acabado y plasticidad los encontramos en Monet.

Para terminar, una de sus grandes obras es La catedral, que lamentablemente no podremos ver en la Exposición “Arte en la calle”: esas dos manos, que son grandiosas, que se tocan, se observan,  se unen, y que sin embargo no están apretándose la una a la otra. Son libres, ingrávidas en el aire, y no pertenecen al mismo cuerpo sino que son dos cuerpos. Esa idea sobrepasa la escultura para llegar a transportar el espectador con un mensaje silencioso. Rodin ha sido y seguirá siendo la fuente a la que los grandes irán a beber.

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