Era una tarde lluviosa y plomiza de Abril, … o tal vez no. En verdad tan sólo estoy seguro de la tanda de goles que nos marcó el equipo contrario. Luego, al pasar a los vestuarios estuvimos comentando la última película de Goku y quedamos todos entusiasmados por sus aventuras: no nos perdíamos ninguna.
A la salida marchamos todos en direcciones opuestas, con la promesa de juntarnos, para ver la próxima, en mi casa el siguiente Domingo, antes del partido. Mi hermano mayor las coleccionaba y todos nosotros nos aprovechábamos de ello.
Caminando hacia San Hildefonso, el barrio de chalets que se encontraba en la periferia norte de la ciudad, tropecé y caí al suelo, lamentándome de mi mala suerte. En medio de la vereda que cruzaba el Parque de los Conquistadores sobresalía mi cabeza de entre los setos cuando un brillo extraño me sobresaltó. Parecía un vidrio sobre el que se reflejaba la luz de la Luna, aunque eso sí, muy luminoso.
Comencé a desenterrar el brillante objeto y, repentinamente, quedó delante de mí: una esfera totalmente transparente con unas estrañas estrellas rojas. ¿¡ Una Bola de Dragón !?
Quedé extasiado ante su belleza y me pregunté la validez de mi afirmación. ¿Sería verdad? En ese instante desee, sin más, vivir una aventura espacio-temporal, al estilo de Star Trek (también era fan suyo), en la que pudiesen participar todos mis amigos. Lo deseé con tanta fuerza que incluso la bola pareció brillar con más intensidad, aún más. Después, me reí a grandes carcajadas por mi credulidad, y acabé por guardarla en la bolsa de deporte junto con la ropa sucia: de todas formas, era un bonito juguete. Volví a casa y no volví a pensar en ella, hasta el siguiente fin de semana.
¡ Por fin ya era Viernes ! Esa noche teníamos concierto doble con Los Kolgaos y Ensalada Mortal, dos grupos rockeros potentes que procedían de los barrios marginales de la ciudad pero que, en poco tiempo, habían logrado un notable éxito entre la juventud, nosotros incluidos.
Cuando todos nosotros marchábamos hacia el concierto, que ya había empezado, con una litrona en cada mano para no perder el tiempo, notamos, a medida que nos acercábamos al mismo, una masa de gente -pequeña al principio para luego ir aumentando, poco a poco- que andaba como sonámbula, caminando sin sentido por la calle. Extraño, pero supusimos que estaban embebidos con la marcha del concierto. Realmente cierto. Al llegar allá comprobamos cómo todos los asistentes estaban en el suelo, en posturas agónicas, como si hubiesen danzado hasta el final, en medio de un estruendo musical brutal.
Entre ellos estaban Juancho y Daniel, dos reservas de nuestro equipo que se habían adelantado hasta ese lugar. Intentamos despertarlos de su letargo cuando, poco a poco, nos dimos cuenta de que la música nos estaba haciendo mella: Juanito había caído ya en un extraño sopor y Marta y Javier iban por el mismo camino. Sorprendidos, intentamos huir llevándolos con nosotros: entre los once del equipo podríamos con todos, pensamos. Pero no fue posible. Por ello, tan sólo Andrés y yo pudimos salir por piernas de aquel infernal lugar. Parecíamos ser los únicos que no habían sido afectados por el raro malestar que había dejado en el suelo a gran parte de la juventud de la villa. Cuando, de repente, …
.- ¡ Mira, mira al cielo, … hay luces fosforescentes que brillan y se mueven, en la oscuridad de la noche ! – gritó Andrés, mientras corríamos calle abajo.
Miré, y observé extrañado como una forma difusa, entre ovoide y circular, flotaba sobre el escenario del concierto, pareciendo manar de ella una inquietante nube de vapor, de colorido variado, que llegaba a cubrir todo el estadio donde Ensalada Mortal seguía tocando sus últimos acordes. Pronto todo quedó cubierto por tupidos vapores que no dejaban ver nada.
Mientras tanto, Andrés y yo habíamos llegado hasta el Cuartel de Chinchilla, en espera de encontrar ayuda contra el engendro volador que amenazaba con raptar a todos los colegas de la ciudad. Mas toda la base estaba a oscuras, al igual que el resto de la población. Incluso los centinelas parecían dormidos, dentro de las garitas.
Entramos como pudimos, saltando la valla, y una vez dentro nos pusimos como locos a gritar, pidiendo ayuda, pero nada conseguimos. En ese momento, presa de la desesperación, comprobamos que unas cajas de misiles contracarro permanecían abiertas en medio de un grupo de soldados que se encontraban sumidos en un profundo sueño, recostados sobre el suelo. Impaciente y lleno de miedo, saqué uno de ellos y, sin saber como, lo lancé contra el objeto que flotaba en medio del escenario del concierto.
Un gran estallido fue el preludio de lo que, durante una semana, supuso una vergüenza para nuestra familia. Durante todo ese tiempo permanecimos en casa mientras en los periódicos se hablaba de una insólita explosión durante el concierto, que supuso el destrozo mayúsculo del escenario, sin que se llegasen a contabilizar bajas entre los asistentes. Los militares, una vez despiertos, nos cogieron por sorpresa y nos hicieron hablar acerca de nuestra situación dentro de la base. No quisieron dar publicidad del hecho, salvo a las familias, por ello quedó sin resolver el origen de la explosión.
Del objeto volador no se supo más: aunque maltrecho se elevó hasta desaparecer de la vista, hacia el mar. Sin rastro suyo, nada podíamos alegar para garantizar nuestra inocencia. Incluso cuando nuestros amigos se enteraron de lo que había pasado, no llegaron a creer lo que les contamos al respecto. Sin duda alguna, fue el peor fin de semana de mi vida, y no puedo llegar a pensar en empeorarlo todavía más. … Sin embargo, … si todo fue gracias a la Bola de Dragón, quizá aún haya una posibilidad …
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