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Conociendo a Daniella, o Relatos cariocas

Es lo bueno de las ciudades: siempre queda alguien despierto…

Por la ventana, en las noches de insomnio, en el patio de vecinos, titila alguna luz, pantallas encendidas, destellos blancoynegros, el sonido apagado del jazz al piano, tenue, tranquilo, queriendo acostarse en las últimas notas agudas de un viejo transistor; las rendijas en las persianas intuyen que alguien mira o figuras que pasan de un lado al otro queriendo mostrarse se insinúan; alguien guarda una luna tremenda en su cuarto.

A Dani le gusta si cae el verano dar un paseo en la noche del cuarto a la cocina, dejar el frigorífico abierto mientras bebe algo y así tener luz… Se asoma al balcón por si conoce a las voces insomnes, vampiras de la gente del barrio. Se queda allí, en la baranda apoyada un rato mirando el pequeño murciélago, vecino nocturno de unas palomas que anidan en la casa de enfrente, en un hueco en la pared desconchada. Va haciendo ochos, el roedor alado, viendo sin ver en la noche cómo observan su aterrizaje en el alféizar, su despegue en picado, su sostenerse en las paredes con sus manos, pequeñas garras que despliega y convierte en alas transparentes sus membranas, anárquico el vuelo mientras caza. Las palomas siguen durmiendo, el mosquito no ceja en su empeño, mientras ella visita el baño, tira de la cisterna y vuelve a la cama. Yo hago como que duermo.

Me descubre: sus ojos brillantes me miran. Cierro los ojos. Es tarde… Mañana lo hablamos.

 

A Daniella le gusta contar historias. Le gusta ser el centro de atención durante unos minutos y que todos queden expectantes para ver cómo finalizan sus increíbles narraciones. Es por eso que tal vez tienda a exagerar un poco… Ella dice que no, que todo lo cuenta tal y como ocurrió, lo que pasa es que le ocurren cosas de lo más extrañas. Pero ella las cuenta siempre de la manera más natural, como si fuera lo que ocurre cada día, como si contara que fue a la tienda y compró el pan, que salió a la calle a dar un paseo, que se encontró con tal o cual persona. Sin embargo el contenido de sus relatos es siempre realmente increíble, y el hecho de que los cuente de esa forma tan relajada y distraída hace que todos quedemos callados, atentos. Y a ella eso le gusta. Es por eso que ha aprendido a contar sus historias, comenzando como el que no quiere la cosa, siempre a colación de algo que ha dicho antes alguien, y así introduce su cuento en plena conversación. Y cuando empieza, ya es imparable: todo el auditorio queda atento a su voz, cálida, dulce, que va dejando salir las palabras acompañadas de leves gesticulaciones de sus manos y de su cara, que hacen que fluya el relato. Su tez  mulata tiende a iluminarse, aunque ella intente negarlo, en un doble juego de mostrar y ocultar. Algunos dicen, aunque creo que es envidia, que no les gustan sus historias, precisamente porque ella se las cree tal cual las cuenta. Pero lo cierto es que esas personas son las primeras que quedan con la boca abierta cuando Daniella descubre sus encantos y no dejan de mirarla hasta que acaba de hablarnos. Es su virtud y su defecto.

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