(publicado en noviembre de 2007)
Hubo un tiempo en que ir al cine era un acontecimiento social, una manerda de evadirse de los problemas de la vida diaria. El cine era “la fábrica de sueños” y esos sueños estaban protagonizados por héroes y antihéroes, por malvados y villanos y por mujeres que no se arradraban ante nada con tal de conseguir sus pretensiones. Estas mujeres brillaron con luz propia en las décadas de los 40 y 50 y sobre todo en el género negro, en el cine negro.
El cine negro muchas veces estaba hecho con cuatro dólares por los llamados “artesanos”. Películas de Serie b pero llenas de un enorme talento que con lo mínimo hacían verdaderas joyas, películas memorables que hoy en día siguen atrayendo.
Volvamos a las mujeres, actrices irrepetibles que protagonizaron estas películas, las vampiresas, las “femme fatale” que han hecho que muchas generaciones sueñen con ellas. Mujeres que sabían lo que querían, que no daban un paso atrás y que hacían de todo (incluso matar) para conseguir sus fines, mujeres que volvían locos a los hombres, a los que trataban como peleles. Mujeres con andares felinos, con miradas turbadoras, mujeres araña que atrapaban a los hombres en su tela. Nadie se hubiera podido resistir a mujeres como Joan Crawford en “Amor que mata” a la que encuentran en estado de shock vagando por las calles, la llevan a un hospital y dos médicos mediante hipnosis hacen que recuerde su pasado (el flashback tan típico del género, igual que la voz en off): era enfermera, se casó con el marido de la mujer a la que cuidaba y que murió en extrañas circunstancias.
Mujeres como Lisabeth Scott en “Callejón sin salida” con Humphrey Bogart.
Mujeres como Jane Green en “Retorno al pasado” de Jacques Tourner con Robert Mitchum y Kirk Douglas.
Mujeres como Joan Bennet en “Perversidad” o “La mujer del cuadro” de Fritz Lang.
Nadie que haya visto “El cartero siempre llama dos veces” de Tay Garnett ha podido olvidar ese plano de la cámara recorriendo el cuerpo de Lara Turner, vistiendo un pantalón corto, desde los azpatos hasta la cara ante la mirada de John Garfield.
Mujeres como Barbara Stanwick en esa obra maestra que es “Perdición” de Billy Wilder cuando aparece por primera vez en pantalla luciendo un albornoz y haciendo que Fred McMurray se vuelva loco por ella.
Mujeres como Veronica Lake con su aire felino y su melena tapándole parte de la cara en “La llave del cristal” o “La Dalia azul”.
Mujeres como Lauren Bacall en “Tener o no tener” (…si me necesitas silba… le decía a Bogart)o en “El sueño eterno”, con su andar zigzagueante y con un cigarrillo en la boca.
Miradas magnéticas como la de Gene Tierney en “Laura” de Otto Preminger.
Mujeres como Ava Gadner en la maravillosa “Forajidos” de Robert Siodmak y su declaración de intenciones en el papel de Kitty Collins: “…Soy veneno para mí misma y para cuantos me rodean…”
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