El
maestro desafía a su exdiscípulo: “Si tuvieras la plata, ¿te irías de acá al
aeropuerto” para volar a Rusia? El exdiscípulo se indigna: “¡Voy a cambiar
todas mis contraseñas!”.
A
partir de esa extemporánea amenaza o —promesa—, los textos de Federico Spoliansky
se suceden rompiendo todas las normas y guiándonos por un camino de desconcierto
y encantamiento. Animistas, protoplasmáticos, son tarjetas de invitación a
nuevas imaginaciones. A partir del infinitivo
del verbo escribir acepta que “solo hay música en el infinitivo ser cantante”. He ahí la búsqueda
siguiendo “la tramoya de la duda” en la cual “toda charla parece interconsulta”.
Porque
somos aledaños, atlánticos distintos,
el cambiador de contraseñas avanza por minimalistas, exaltados mundos. Como
marcas de agua.
“Así
es en la escritura: hay latitud, longitud. Y hervor”, reconoce. Y en ese hervor nunca más aludido de
las olas del Atlántico, y en ojotas, el observador de lo inobservable va
atravesando refugios de palabras en los que “hay goteras”. Quien habla
comprimida y verborrágicamente deambula por playas, sorpresas, adopciones,
intuiciones, presencias, hasta alcanzar esa otra Rusia del alma que es la voz
del tenor: Atlántov.
Propongo aquí mi interpretación de este libro escrito en total libertad que, como una ristra de koans, abre caminos de extrañamiento, reflexión y empatía.
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