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Presentación «Recomendaciones Librería Flash»

Fue allá por los principios de los noventa.
No recuerdo cómo ni dónde ni porqué.

Unos amigos me invitaron a jugar a rol, algo que no sabía en qué consistía y que, a pesar de sus explicaciones, no llegué a terminar de comprender. El caso es que ese mismo fin de semana me planté en casa de uno de ellos interpretando a un enano en el RuneQuest.
Por desgracia, la historia de mi enano pasó desapercibida para los grandes cantores de gestas y su vida sólo ha sido conocida por unos pocos, una vida que podría igualar a la de las grandes leyendas de la literatura fantástica.
Años después, tras mucha meditación, nos separamos tras llegar al convencimiento de que, después de haber sobrevivido a tantas y tantas aventuras, había llegado el momento merecido de su jubilación y de intentar llevar una vida tranquila el resto de sus días aunque quizá, en un futuro, tuviera que volver a sus andanzas, regresando el héroe y gran guerrero que fue en su juventud.
A lo largo de esos años no existe el más mínimo reproche hacia su conducta; sólo queda en su alma la mancha y dolor de la pérdida de su unicornio, muerto en una pequeña escaramuza por salvarle la vida, encontrado ese primer día de aventuras en una pradera mientras sus compañeros dormitaban.
También fue intachable en el amor. Una mujer hubo en su vida, tal vez debido a la dificultad en encontrar mujeres de su raza en tierras extrañas y lejanas, y por ella y con ella decidió pasar los últimos años de su vida en paz y tranquilidad.
Así que nos separamos, quedándome a mí el dolor de no haber visto reconocida su valía en canciones que corren de aldea en aldea llegando a los confines del mundo y del tiempo y de que mi pluma no sea capaz de recrear en todo su esplendor sus hazañas.

Interior de Librería Flash Joven

Luego vendrían personajes y mundos nuevos y variados ya que todos los fines de semana, sin excepción, nos reuníamos para correr aventuras no sólo de RuneQuest sino también de El señor de los anillos, Stormbringer, La llamada de Cthulhu, Dragones y Mazmorras, La guerra de las galaxias, El príncipe valiente –que se jugaba con monedas en lugar de dados-, Pendragón,…

Fue a principios de los noventa.
No recuerdo cómo ni dónde ni porqué.

Me invitaron a jugar a rol y comencé a visitar una librería sita en la calle San Antón en busca de dados, manuales, revistas,… y fue cuando empecé a adentrarme en otros mundos.
El mostrador estaba en el lado opuesto en el que se sitúa en la actualidad y lo atendía un señor gordito y moreno que hoy en día viste canas y ha echado tipito, el cual responde al nombre de Nicolás… y responde siempre, aunque no se le pregunte.
Dos mundos centraron principalmente mis anhelos en aquella época. Por un lado, obviamente, el de Tolkien, leído con la experiencia previa de haberlo vivido antes a través de, sobre todo, magos principiantes los cuales, con su arco largo y su hechizo de dormir, se mantenían lo más alejados posible de la acción para intentar sobrevivir, rodeados de un grupo de grandes guerreros, compañeros de viaje.
El señor de los anillos, El hobbit, El Silmarillion, Cuentos inconclusos,… Tolkien llenó una de mis fases adolescentes.
Luego vino, por otro lado, un señor completamente desconocido para mí en aquel momento, un tal H. P. Lovecraft comenzando con su El horror de Dunwich. Nunca me he recuperado de él y todavía, treinta años después, sigo recurriendo a su obra en ocasiones.
La llamada de Cthulhu fue mi especialización. Creaba aventuras basadas en su literatura aunque mi mediocridad nunca me permitió acercarme a sus ambientes opresivos y terroríficos. El horror de Dunwich, Los mitos de Cthulhu, El caso de Charles Dexter Ward,… eran devorados sin compasión ninguna.
Esporádicamente jugaba, convirtiéndome en la oveja negra del grupo ya que, si ya era un pelín cobarde en el mundo de Tolkien, en el de Lovecraft en lo último en lo que pensaba era en mantener disputas abiertas o en acoger en mis cercanías objetos mágicos cuya utilidad y funcionamiento desconocía por completo.

Todos los mundos que conocí, todas las vidas que viví, pasaron por Flash y por ese tal Nicolás el cual, sin saberlo, me había ayudado a abrir la mente y a rebuscar en mitologías, cuentos, folclore, leyendas e historias fuera de mi corto alcance.
Vino luego la Universidad y, en parte, el abandono de cierta “subliteratura” como algunos la consideraban y todavía, hoy en día, la consideran.

Hace algunos años, terminado el libro que tenía entre manos, rebusqué entre mis “posesiones” y encontré uno titulado Nueva primavera, de Robert Jordan, que había llegado a mis manos de forma un tanto rocambolesca. Quizá el título fuera una llamada del destino, no lo sé, pero lo que sí es cierto es que para mí supuso eso precisamente, un nuevo renacer.
Tras quedar maravillado por esa precuela de La rueda del tiempo, acudí inmediatamente a ver a Nicolás y a su Flash, a esa librería que yo siempre he relacionado con los mundos de mi adolescencia y que me han dado, en mi teórica etapa de madurez, una visión mucho más amplia de todos los aspectos de la vida.
Visita tras visita a Flash, conducido por las recomendaciones de Nicolás, descubrí y redescubrí mundos y autores; llegaba a su puerta y él me iba “encaminando” y alternando literatura fantástica, ciencia ficción, terror, policíaca, etc.
Leí y releí obedientemente todo lo que me mandaba y sigo haciéndolo, escuchando su charla atropellada y, a veces, difusa sobre autores y personajes, dejándome “engañar bien”, como él dice, admirado por un conocimiento literario que, por desgracia, yo jamás tendré aunque siempre me queda el consuelo de que parte de su entusiasmo ha calado profundamente en mí.

Nunca podré agradecerle lo que ha hecho desde aquellos comienzos de los noventa hasta hoy en día y un mañana que vendrá pero espero que, aunque mínimamente, esta sección que le dedico de todo corazón y con mi mayor agradecimiento, le sirva para saber que la creación de este “friki” es en gran medida gracias a él.
Como he dicho, esta sección está creada y dedicada para él y su librería, para compartir los mundos y vidas qué me enseñó, me enseña y enseñará, para intentar dar aunque sea una mínima parte de lo que he recibido.
Espero que sepa perdonar mis limitaciones y que acepte de buen grado los artículos que aquí se van a publicar.

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