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Examen de conciencia

El peso de la culpa suele recaer en la víctima en lugar de en el abusador y la primera dificultad consiste en que la investigación comienza por uno mismo. El principal mecanismo de defensa o de huída es olvidar, enterrar el recuerdo traumático en un lugar de la memoria al que no se presta más atención y que, sin embargo, subyace y determina por siempre la vida de la víctima. Lo cuentan las propias víctimas de abusos por parte de miembros de la iglesia católica en España en el documental que ha dirigido Albert Solé (Bucarest, la memoria perdida, 2008) para Netflix.

El silencio ha sido durante demasiado tiempo la única solución que se dio a los casos de abuso, hacer como que lo que no se nombra no existe o no ha sucedido para tratar de enterrarlo en el pasado. Las organizaciones, al empezar a tener las primeras noticias de las víctimas, encubrían, pedían silencio y olvido para no causar más daño. Pero lo que más sorprende, y lo que más preocupa, es que las denuncias sobre abusos que salen a la luz hoy día se refieren a delitos cometidos durante los años ochenta, en este tiempo que creíamos lejano a la España de sotana nacional católica, y eso nos deja la duda de cuál sería el alcance de estos abusos en tiempos anteriores.

Remover ahora estas cosas resulta incómodo y hay quien ha retoricado herido con todo tipo de argumentos: que no es sólo un problema de la Iglesia, sino de otras instituciones también; que hace ya mucho tiempo de aquello y que muchos casos ya han prescrito, así que ya no tiene sentido denunciar; que la denuncia pública puede ser demasiado destructiva porque daña la imagen de unas instituciones -del colegio, de la orden- que se declaran. Formas diferentes de negar la mayor. «El ser es una cosa y el actuar es otra, es complejo este tema, yo actuaba como un pederasta», explica Joaquín Benitez en el documental.

Imagen del documental Examen de Conciencia
Imagen del documental Examen de Conciencia

El documental de Albert Solé muestra los lugares: el aula vacía después de las horas de clase o la enfermería, el espacio en el que se construye una relación de confianza entre el alumno y el profesor que es en realidad el punto de partida de los abusos. Lo hace con respeto, cumpliendo la difícil tarea de hacer un relato lo suficientemente detallado sin entrar en terrenos escabrosos, sin morder el anzuelo sensacionalista.

Sólo en los últimos años, parece que se ha reaccionado desde el Vaticano, eso sí, de manera tibia, cosmética, y cobra cada vez más importancia, cada vez más urgencia, que se alcen voces como aquellas a las que da voz  Albert Solé en su documental. Algo va rematadamente mal en una sociedad en la que reclamar justicia se convierte en algo subversivo.

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