«Esos sueños forman parte de nuestra felicidad; ojalá compartan esa felicidad quienes, más allá de los años y la repetida vigilia, siguen, como yo, volviendo sus páginas». Lo escribió Jorge Luis Borges en un artículo que se publicó en El País en febrero de 1986, tan solo unos meses antes de morir en Suiza de un cáncer hepático. En aquel artículo, tomaba fragmentos de su prólogo a la obra de Lewis Carroll. Y nosotros, más allá de los años, seguimos soñando con Borges como la Alicia de Carroll, en su viaje A través del espejo, veía al Rey Rojo dormido que soñaba con ella. Nos lo cuenta Borges con sumo interés, en lo que quizás podría haber sido uno de sus cuentos: el despertar del Rey Rojo supone la desaparición inmediata de Alicia, por pertenecer ella al sueño, paradoja que nos recuerda a aquella de Zhuangzi, que dudaba si estaba soñando que era una mariposa o bien era realmente una mariposa soñando ser Zhuangzi. El mundo que hay dentro del mundo de Alicia nos encanta porque, más que fantástico, es paradójico.
Carroll, como buen matemático, fue un magnifico malabarista de la lógica. El sueño de Alicia está lleno de paradojas y juegos de palabras cuya base, de una manera formal, queda expuestas en otras obras como El juego de la lógica y, muy especialmente, en Lo que la tortuga dijo a Aquiles. Aquiles, encaramado en el caparazón de una tortuga se enfrenta una serie infinita de silogismos en los que siempre hay que añadir una premisa nueva para que puedan ser demostrados. Esta conversación infinta recuerda al insoportable zumbido que escucha Bastian en La historia interminable de Michael Ende, cuando tiene que escuchar su propia historia desde el comienzo hasta el momento exacto del presente y vuelta a empezar. Es la versión extendida, digamos, del popular Cuento de pan y pimiento, que nunca se acaba.
Todo lo que vemos o parecemos es solo un sueño dentro de un sueño, escribió Edgar Allan Poe algunas décadas antes de que Carroll publicara Alicia en el País de las Maravillas. Ya el Quijote era una historia dentro de una historia en la que el Quijote se sueña caballero, además de un expositor de paradojas lógicas, como aquella a la que Sancho se enfrenta como Gobernador a aquel río que solo podrían cruzar quienes decían la verdad. Un sueño era El hombre que fue jueves de G.K. Chesterton y soñado fue, antes que escrito, el poema Kubla Khan de Samuel Taylor Coleridge. Lo contaba también Borges en otro de sus escritos: en 1816 Coleridge explicó el origen onírico de su poema y veinte años después, por primera vez en occidente, apareció en París la recopilación de relatos de Rashid ed-Din, del siglo XIV, por el que sabemos que Kublai Kahn soñó con su fastuoso palacio antes de construirlo. El mismo sueño hilvana los siglos desde los tiempos de Kublai Kahn hasta la actualidad, cuando seguimos leyendo aquel poema e imaginando -soñando- el palacio.
Hay un mosaico, un fractal de historias que conectan las unas con las otras, del mismo modo en el que saltamos en nuestras lecturas por Borges, Carroll o Poe. El tránsito de Alicia a través de la madriguera es el mismo de Chihiro a través del túnel por el que se llega a su nueva ciudad. ¿Es éste un tránsito hacia la vida adulta de las preadolescentes o, justamente, el viaje inverso, el del lector de vuelta hacia su infancia? Podemos preguntarnos, como María Zambrano, si la literatura se piensa o se sueña y respondernos sin lugar a dudas que se sueña igual que se sueñan los recuerdos. Soñar la ficción a la vez que soñar como anhelo. Esos sueños, escribió Borges, forman parte de nuestra felicidad.
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