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De una pieza (II): Campo bajo cielo tormentoso, de Vincent van Gogh

Museo van Gogh

Como todo en Holanda, la Museumplein se extiende como una llanura de cielos altísimos que va desde el Rijksmuseum hasta un horizonte indeterminado que podría parecer el final de la ciudad de Ámsterdam, el inicio de un páramo frío que no es sino una plaza más en el centro de la ciudad. El edificio del Museo van Gogh, ideado por Gerrit Rietveld y ampliado por Kishō Kurokawa, se escora hacia el oeste, moderno aunque sin ostentación, dejando en el centro de la plaza espacio para aquella famosa inscripción turística en la que se podía leer I Amsterdam -sic-, recientemente retirada. Ahora un mercadillo navideño ocupa el espacio en el que hace unos años había un laberinto de girasoles. Ya caída la noche, gente de todas las edades patina en la pista de hielo, o beben tragos agrios de glühwein, ese vino caliente que en otro países de europa llaman glögg y a cuyo nicho de mercado no pertenece quien abajo firma. Si quiere usted una experiencia turística plena en mercadillos navideños europeos, debería probarlo, parece ser.

Para ir al museo es conveniente comprar la entrada con antelación, a través de Internet, y evitar hacer una larga cola a la intemperie fría de Holanda. Algunos turistas se agolpan a la entrada, otros lo hacen en las consignas para dejar sus pertenencias -los abrigos, gorros y bufandas, las bolsas de souvenirs, bolsos y mochilas- y pese a esa muchedumbre de mal agüero, extrañamente en las galerías hay una concurrencia razonable a cuyo orden contribuye una sabia prohibición: no se pueden hacer fotos, lo cual evita que fotógrafos ansiosos le alicaten a uno la vista a base de tablets alzadas para fotografiar cuadros -el Louvre, entre otros, debería tomar buena nota-. Si quiere usted ver fotos de los cuadros en su tablet, el Museo van Gogh ofrece una aplicación gratuita con imágenes de alta definición e interesantes descripciones de algunos de los cuadros que puede disfrutar al calor del hogar.

El museo se inauguró en 1973, pero sus orígenes se remontan a 1891: un año después de la muerte de Vincent, muere Theo van Gogh, su hermano y confidente, marchante de arte y propietario de una amplia colección de obras de Vincent van Gogh además de Gauguin, Toulouse-Lautrec, Lhermitte o Millet. Esas obras pasan a ser posesión de Johanna van Gogh, viuda de Theo, que se encuentra con la misión de preservar la obra de van Gogh. Johanna van Gogh se pudo permitir vender algunas obras, versiones diferentes de un mismo tema, sin que la riqueza de la colección se viera mermada, y a su muerte, Vincent Willem van Gogh se ocupó de exponer los cuadros en calidad de préstamo en diferentes museos hasta la creación de la Fundación van Gogh en 1960. Desde entonces, y hasta la inauguración del museo van Gogh en 1973 los cuadros estuvieron expuestos en el Stedelijk Museum.

Si bien ir a una pinacoteca a ver todo de cabo a rabo puede ser una tarea abrumadora, poco divertida y nada fructífera con la que acaba uno agotado y pudiendo confundir a Rembrandt con Caravaggio y a Warhol con la señalización de los extintores, en el caso del Museo van Gogh nos encontramos ante un monográfico cuya visita de seguido es asumible y recomendable: tras un espacio en el que podemos estudiar algunos de los muchos autorretratos de Van Gogh, se inicia un recorrido biográfico y pictórico que nos lleva desde los inicios de su pintura, costumbristas, oscuros, cercanos al realismo francés, llenos de empatía y simpatía por los trabajadores del campo y de los telares, por los mineros -véase Los comedores de patatas (1885)-, por las pinturas formativas cuando conoce a los impresionistas franceses, hasta la vuelta al campo en una carrera tan fugaz como intensa en la que se cruzan influencias artísticas como Gauguin y personales como su hermano Theo.

Campo bajo cielo tormentoso

«Por mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón».

En El dormitorio en Arlés (1888), el van Gogh que tanto ha aprendido de los impresionistas cambia algunos rasgos de su pintura: la pincelada característica parece dar paso a un color aparentemente más plano y la perspectiva, tan medida en sus otras obras, parece descuidarse. Los objetos de la habitación flotan de forma irreal por el dormitorio, se abaten hacia nosotros. «Cuando vi mis lienzos de nuevo», dice Vincent en una carta a su hermano Theo, «después de mi enfermedad, el que me pareció mejor fue La habitación». El color y las formas huyen del naturalismo, la visión interpretativa de van Gogh se acentúa, toda la carga emotiva del cuadro está en el color, según explica el pintor en una carta a su hermano Theo. Aquella habitación era la que veía Vincent al volver de su trabajo en el campo y en el cuadro hay quien ve un símbolo de descanso, aunque por lo enérgico del colorido y el movimiento que da la perspectiva no podemos dejar de ver un desasosiego, al menos latente, en esas horas de descanso.

La habitación en Arlés, Vincent van Gogh
La habitación en Arlés, Vincent van Gogh

Algo más tarde, en 1890, van Gogh había abandonado el sanatorio de Saint-Remy, donde intentó recuperarse sin éxito de unos episodios de pánico y de angustia que se volvían cada vez más intensos. Se estableció en Auvers-sur-Oise al cuidado del doctor Gachet. «Intento estar de buen humor», había escrito a su hermano Theo. Aquel julio del año noventa fue el mes en el que se suicidó.

Trabajaba frenéticamente en paisajes, entre los que encontramos Campo bajo cielo tormentoso o Campo de trigo con cuervos, para los que utiliza un formato de doble cuadrado como el que ya había practicado Daubigny, en pinturas de aproximadamente un metro de ancho -la mitad de lo que medían sus telas-. En ese formato la vista encuentra descanso, se extienden las líneas horizontales, al contrario que en la habitación de Arlés, y el paisaje empieza volverse una vía de escape más o menos alegre. La pincelada es rápida y gruesa; van Gogh acostumbra a aplicar nuevas capas de pintura sobre otras aún frescas, provocando así una mezcla de colores que construyen la voluminosidad de los objetos, esa forma tan características, tan personal, del colorido de sus cuadros.

Campo de trigo con cuervos, Vincent van Gogh
Campo de trigo con cuervos, Vincent van Gogh

En Campo de trigo con cuervos, la plantación se extiende hacia el horizonte y los cuervos vuelan en una dirección indeterminada. Pero en Campo bajo cielo tormentoso el viento peina el trigal y en el cielo vemos nubes como volutas que avanzan a la vez ingrávidas y amenazantes. La paleta que pinta el trigal y el cielo es diferente a la de la habitación -apenas aparece el característico amarillo de van Gogh- sino que la composición cambia: la línea del horizonte, más bajo, nos permite alzar la vista hacia un cielo de nubes azul marino, hacia el aire que quizás nos falte en la habitación de Arlés -servidor sigue encontrando ese dormitorio un espacio más para la ansiedad que para el descanso-.

Quizás van Gogh sucumbe a la urgencia de pintar un momento de paz. «Intento estar de buen humor», decía, y esto significa que raramente conseguía el sosiego, tanto para sí como en sus paisajes. La pincelada, rápida, gruesa, genera volutas de óleo, en algunas de las cuales podemos ver la trama de otros lienzos, prueba del que fue el primer destino de la obra: ser parte de un montón de cuadros apilados.

Campo bajo cielo tormentoso, Vincent van Gogh
Campo bajo cielo tormentoso, Vincent van Gogh

La pasión del pintor van Gogh no está sólo en su pintura sino en la forma de pintar, lo que podemos comprobar al fijarnos en algunas zonas del lienzo que han sido deliberadamente dejadas al aire. El 27 de julio de 1890 se disparó en el pecho durante un paseo y dos días después murió en brazos de su hermano Theo. «Pues bien, por mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón, destruida a medias», decía van Gogh en unas palabras manuscritas que le encontraron a su muerte. La razón estaba ya destruida por completo y su carrera, tan intensa como fugaz, había terminado. El éxito, el reconocimiento, llegaron tiempo después.

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