Cuenta Margaret Atwood en la introducción a su celebrada novela El cuento de la criada que empezó a escribirla en el Berlín occidental en 1984, una ciudad cercada por un muro en un momento histórico que a los españoles de mi generación nos puede resultar un mero escenario de ficción por simple lejanía, tanto geográfica como diacrónica. Los ingredientes de la novela, lo cuenta Atwood, no son producto de su imaginación, sino un surtido cuidadosamente seleccionado de elementos que existen en la realidad. «En determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar», escribe ella. Encontramos ciertos precedentes bíblicos, también otros históricos como las cazas de brujas de Nueva Inglaterra, y otros contemporáneos que no detallo para no destripar la trama. Sólo diré que la vigilancia extrema a la que están sometidos los personajes de la novela está inspirada en aquella que se sintió la autora en sus viajes a países del otro lado del muro, escenario de ficción, iba diciendo, de películas como El puente de los espías de Spielberg. Además, que la protagonista cambie su nombre por otro que denota ser posesión de un hombre, Defred -de Fred-, es en cierto modo muy similar al cambio de apellido, tradicional o legal, al que se someten las mujeres al contraer matrimonio, no en países remotos y que consideramos retrasados, sino en sociedades que tenemos por modelos democráticos y de igualdad, como Francia.
En el mundo de la propaganda política e ideológica actual -especialmente ahora que se abre un periodo electoral largo y sucio- se lanzan propuestas en abstracto que parecen distópicas. El debate que se genera entorno a asuntos como la libertad de la mujer, el modelo de familia o el derecho a la vida, abierto recientemente acerca de la gestación subrogada y trillado y vuelto a trillar entorno al aborto, es especialmente complejo como todo aquello que genera controversia ya que la posición de cada cual parece obvia. Ahora que El cuento de la criada goza de gran popularidad gracias a la adaptación de HBO, cobran popularidad también las analogías fáciles entre la república de Gilead y las propuestas del conservadurismo español. Por supuesto, yo también tengo una opinión muy clara y muy firme acerca de estos casos, opinión que en estas páginas no cuenta, no es interesante. Lo que creo que sí es interesante es preguntarse cuál es el origen de la opinión de uno ¿Corresponde con una examen de conciencia hondo o es más bien una firma del “pack ideológico” de una de las marcas políticas, aquella con cuyas líneas generales nos identificamos más? ¿Somos capaces encontrar las diferencias entre unas situaciones y otras para no caer en una mera reducción al absurdo? En esencia, la principal diferencia entre la realidad del porvenir y la ficción es que la segunda está ya escrita y la primera no.
La última pregunta es la más incómoda y la más fundamental.