Niñas corriendo rompen la tranquilidad de la plaza mientras disfruto de una cerveza sentado en la terraza del bar. A mi lado mi buen amigo Julio gira su cabeza en busca del grupo jadeante que rompe la calma con sus alborotadas charlas en medio de sonrisas cómplices por algún asunto común. Son cuatro niñas, o no tan niñas pensando que rondarán los trece o catorce años a mi parecer. Edad difícil y a la vez inigualable, en donde los sueños y esperanzas de un futuro cambian continuamente sin bajar un ápice en intensidad. Edad en las que todos imaginamos que seremos de todo, que haremos de todo, en donde nuestra capacidad no tiene límite al igual que nuestra ambición. Niñas corriendo, saltando obstáculos, librando energías a un mismo tiempo. Niñas hoy que mañana inician su paso a mujeres sin apenas descanso. Las veo felices, sin grandes preocupaciones, compartiendo proyectos a la vez que cultivan su unión como grupo. Pasan de largo y vuelve el sosiego a nuestro alrededor pero algo en ellas despertó mis recuerdos. Cuántas veces habíamos como ellas alterado la supuesta paz de los mayores con nuestras correrías, nuestros juegos, nuestros gritos, incluso con nuestras peleas de niños. Cómo se ven las cosas desde una y otra perspectiva, desde la candidez juvenil y la sensatez madura. Y sonrío, sonrío dándome cuenta que es necesario y natural el galimatías anárquico que invade nuestras mentes durante esos años que son la adolescencia, en donde actuamos por las pulsaciones que en cada momento tomamos como correctas, sin valorar, o tomándolo poco en cuenta, las consecuencias que nuestras acciones y palabras tengan sobre lo y los que nos rodean. La rebeldía, el enfado, cierto descaro, muchas vergüenzas injustificadas, el no por respuesta, la sumisión mal aceptada, el interés por lo más insospechado con el desinterés por lo menos esperado, el carácter medio perfilado, en definitiva todo en ellas nos mantiene interesados.
“ Los reyes del mundo nos creíamos” me comenta Julio como si estuviera leyendo mis pensamientos volviendo de nuevo a dejar pasar el tiempo en un silencio agradecido que nos permite, pues ya creo que él está en la misma onda, disfrutar de lo que fuimos y su evolución hasta el hoy. Reyes no sé pero sí creíamos a ciegas en que podíamos con todo, en que no había problema o situación que nos pudiera llegar a superar, en que no había nada ni nadie que nos pudiera hacer naufragar en la ruta de vida que íbamos marcando o queríamos marcar al igual que ellas. Esas niñas corriendo, ese bullicio que las rodeaba, esa ilusión recién nacida, esa ingenuidad no controlada, esas fantasías jamás conquistadas o en vías de conquistar, todo eso no tiene precio. Y chocarán por lógica con otras niñas y niños que a su vez hacen su carrera. Y compartirán camino con antiguos rivales que el tiempo aúna o más separa. Y, cómo no, se enfrentarán con generaciones anteriores que como ellas creyeron firmemente en defender posturas que luego suelen caer por su propio peso, pero en su natural rebeldía lo ponen difícil como lo hemos puesto todos. Se inician valores que, sin darse cuenta, las hacen personas, las ayudan a crecer, a madurar dentro de lo que a estas alturas se les puede ir exigiendo. Muchos de esos valores intentan no asumirlos o endurecerlos de cara a su entorno, a veces hasta renegando de ellos, pero los tienen y lo saben. Les gusta una imagen rebelde que tanto muestran, o al menos lo intentan, y a mi me divierte comprobar que siguen nuestros pasos, a pesar de que me cuesten también malos momentos. Y ahí de nuevo sonreímos complacientes, mi amigo y yo, comprobando que la “historia” se repite de padres a hijos a lo largo de los tiempos, tocándonos “sufrir” ahora lo que en su día hicimos “sufrir” nosotros. Y así debe ser. Y que no nos falte ni les falte a ellas, pues lo contrario abriría la posibilidad a una juventud indolente, apática, conforme con lo que le viene rodado, sin ideas ni criterios, en definitiva sin personalidad. Y así no esbozaría la sonrisa que ahora me asalta pues el tedio y la rutina impedirían que avancemos, que nos mantengamos activos, que luchemos por ellas y a ratos “contra” ellas, que evolucionemos en la medida que el tiempo permita.
Defiendo ese espíritu para que no lo perdamos con los años y aprovechemos el ser más conscientes, más veteranos, más pacientes, para apurar las pequeñas locuras que se nos antojen conociendo hasta donde llevarlas y estirarlas, sabiendo limitarlas y sin duda las disfrutaremos tanto o más que ellas. Mantengamos nuestra ilusión viva y sigamos corriendo.
Niñas corriendo, y yo con ellas ¿ por qué no?. Corriendo hacia todo como si todo se acaba. Niñas corriendo a mi recordaban. Niñas corriendo, nada las cansa . Porque no es tan difícil y difícil lo hacemos, que corran las niñas, que lleguen muy lejos, hasta donde les permitan sus interminables sueños. Niñas corriendo, amigo, nadie las para.
Imagen de cabecera: «Juego de niños», de Pieter Brueghel el Viejo, 1560
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