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No es tan difícil

Sentada a los pies de la cama me crees dormido. Hace un rato que con la mirada recorres el cuarto recuperando en cada rincón recuerdos pasados e intentando decidir de una vez por todas qué hacer con tu vida, qué hacer con nuestras vidas. Te crees con ese derecho de decisión igual que me podría creer yo, pero ninguno da el paso. Es cierto que no atravesamos nuestros mejores momentos. Es cierto que el tiempo aplaca pasiones, enfría la llama pudiendo apagarla. Es cierto que nadie te obliga, que nada te atrapa. Es cierto que se puede dudar hasta tener cosas claras en la juventud, en la madurez y peinando canas. La penumbra del amanecer me permite espiarte, me permite estudiarte, me ofrece una oportunidad por un tiempo olvidada. Tus lágrimas empapan las letras que a duras penas lanzas y las más son tragadas. Ninguno nos atrevimos cuando pudimos y ahora a ver qué pasa. Tengo miedo. Hace tiempo que no sentía miedo. Miedo a perderte, pues sin haberlo hecho aún yo ya te añoro. No quiero, no puedo, no debo olvidarte. O no debía, ni tú a mí tampoco. Me permito cerrar los ojos y la congoja me embarga, mis bases se mueven, algo me falta.

Te levantas, paseas con tiento, te vuelves a sentar, atusas tu pelo, nerviosa tragando saliva. Tachas palabras corrigiendo lo escrito, piensas en alto murmullos mezclados de ira con pena. Qué triste vernos así por orgullos altivos que no llevan a nada. Qué triste vernos así por no ceder en pequeñas batallas. Qué triste no saber perdonar sin mayor importancia. ¿Realmente cuesta tanto un abrazo, un beso, una acaricia, un detalle, una palabra o un te quiero? No es tan difícil. Y difícil lo hacemos sin parar a pensar lo que tenemos. Lo atrevido, lo valiente, lo realmente preciado son nuestros actos previos. Una vez perdido, no nos sirven lamentos.

Y tú sigues ahí, mirándome ajena a mi mirada. Muerdo suave mi labio por mi parte de error. Error que pocas veces no tiene solución. Error que no es sólo mío, es de los dos. Uno por otra, otra por uno, el uno con la otra, la otra con el uno. Con espacios propios, secretos propios, tiempos propios, pero uno. Me apetece hablarte, contar sentimientos, volver a las confesiones olvidadas del tiempo, practicar tu cortejo y oír tus consejos, reírme en tus brazos y caminar a tu lado. No lo vimos antes, no sentimos el acecho de la rutina sobre la vida permitiendo la amenaza que ahora nos abruma. No es tan difícil y difícil lo hacemos.

Acabas tu escrito con interminables repasos interrumpidos sólo para extender las lágrimas que aún afloran de tus ojos en tu antebrazo. Han pasado segundos, minutos, horas y años. Ha pasado mucho, hemos pasado de la mano. Me acuerdo del primer beso, de tu pelo suelto, del primer verano, del olor de tu olor en mi mano. Me acuerdo y estoy orgulloso, me acuerdo y no nos conozco. Doblas la hoja con mucho reparo, me miras, suspiras y terminas por depositar tu mensaje junto a mi sin darte cuenta que soy testigo mudo de tus movimientos mientras un sudor frío hiela mi cuerpo. Qué tensa situación innecesaria, qué incómodo resulta vivir cuando la comunicación, la confianza y el respeto faltan en alguna medida. Desapareces cerrando la puerta tras de ti, dejándome inmóvil, lleno de dudas, recordando desaciertos, equívocos, descuidos de ambos que tensaron la cuerda que nos une hasta el punto de preguntarme si se habrá roto o no. No es tan difícil llegar hasta aquí, pero no es tan difícil conseguir evitarlo. Convivir, una pareja, la vida. La línea que separa amor y no diré odio, pero sí rencor, antipatía, indiferencia y resignación es breve, tan breve como la queramos poner pero a la vez tan fuerte, alta y sólida como nos propongamos que sea cultivando el lado del que queramos estar.

Tiembla entre mis dedos el papel doblado. Tiembla, no puedo evitarlo. Admito mi cobardía en estos instantes y admito la culpa que ambos tenemos por un diálogo antes obviado, pero no acabo de atreverme a leer lo escrito y menos a aceptarlo. “Es nuestro aniversario“, reclamo pensando. ¿Pero qué noticia respeta las fechas? ¿Qué decisión permite la espera? Leo una breve frase que me inunda los ojos, una breve frase que merece la pena recordar en tiempos de indiferencia y apatía. Una frase que debe por sí misma servir para activar una vida, para cultivar mi forma de vida, tu forma de vida. Una frase que igual que tuya puede ser mía. Tanta tensión, tanto recelo, acaba resumido en una breve lección, en unas breves palabras que escritas, o mejor dichas, todo lo aclara, todo lo allana, y que esperemos dejemos de esconder en momentos donde nos puedan hacer falta. Las palabras no tienen por qué ser siempre las mismas ni para todos ni para todo. Las palabras se han de crear en cada momento, en cada situación, en cada circunstancia concreta. Son diálogo, comunicación, intercambio de pareceres, convivencia, son sentimiento. Y es que no es tan difícil, pero difícil lo hacemos.

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