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Kurt

Eran quintas pero yo aún no sabía el nombre. Me decían: pon los dedos aquí y aquí, aprieta fuerte, y ahora rasgueas estas dos cuerdas. Los dedos se torcían sobre sí mismos, perdían toda la fuerza al intentar atacar al mástil, y las cuerdas se torcían arruinando cualquier afinación. Acaso no cantábamos aquello de…

I’m worse at what I do best
And for this gift I feel blessed

Kurt Cobain llevaba ya unos años muerto. Más que yo raspándome el bigote con la vieja maquinilla eléctrica de mi padre. A mí me gustaba el olor del metal del mecanismo de cuchillas y el tacto de la tecnología de la guitarra eléctrica: imponente en su cuerpo sólido, exótica en sus curvas, compleja, ciertamente compleja, en su combinación de cuerdas y trastes, madera y metal, y hasta en las llaves del clavijero y sus enredos de níquel.

La guitarra en la funda, colgada del hombro, vestía en cierta forma. Era una especie de fusil pacífico o de bandera sin patria o de báculo enorme que reposaba después de las tardes de ensayo junto a algún banco de un parque o cerca de la mesa de un pub heavy -las luces bajas, la tapicería de los taburetes roídos, las puertas forradas de pegatinas de bandas de rock, el humo primigenio de cuando se podía fumar en garitos en los que nunca se ventilaba-. En la camiseta negra se podía leer un nombre: Extremoduro, Metallica, Nirvana. Otras veces: Muse, Héroes del Silencio, Marilyn Manson. Estaban la guitarra y esa forma de afeitarse uno dejándose las patillas más o menos largas y finas y el poco vello posible en la barbilla imberbe. ¡Dónde vas con ese chocho ahí!.

Iba por la calle escuchando a Nirvana, primero en un walkman con cintas de cassette recopilatorias de mis canciones favoritas, después en un diskman que fallaba si no se llevaba en la mano haciendo equilibrios, mucho tiempo después en un reproductor de mp3 con forma de mechero, y por último en uno de esos viejos móviles que no eran smart. El volumen estaba siempre muy alto porque era la única manera escuchar en condiciones la pegada de la batería de Dave Grohl. Kurt Cobain estaba ya muy lejos de morir nunca.

Me pasé a la brocha y la espuma de afeitar y a las cuchillas desechables -todo esto fue mucho antes de las barbas inmensas-. Las mejores púas tenían el dibujo de una tortuga y un milímetro de grosor. Había otras, más blandas, casi transparentes, quizás más apropiadas para acompañamientos, para rasguear en guitarras acústicas, púas blandas para música blanda. A nosotros nos gustaban las púas duras y las guitarras de cuerpo sólido que sonaban a través del Metal Zone de Boss o por la distorsión de un amplificador Marshall valvestate: las válvulas vibrando, chispeando, dejan un grumo de gasolina en los intersticios de los acordes, y más allá del sonido se sentía el tacto del aire vibrando como la membrana del amplificador.

Encontrábamos dónde tocar: una casa vacía, una vieja nave industrial, un local de alquiler compartido con alguien. Yo solía llevar siempre una púa, pocas monedas, y virutas de tabaco en los bolsillos de los vaqueros. A veces, también llevaba una pelota pequeña porque alguien me había dicho que era bueno para hacer ejercicios de fuerza para los dedos. Abrías la puerta y había mesas viejas temblando bajo el peso de un amplificador, botellas con restos de un líquido amenazaba con derramarse, uno o dos sofás recogidos de por ahí.

Pon los dedos así y ahora rasgueas, decía ahora yo. Y deja la mano izquierda posada sobre las cuerdas, apagando el sonido, y vuelves a rasguear. Crujía en el amplificador el golpe de la púa sobre el níquel de las cuerdas. Cuando entraba a ritmear otra guitarra, se frotaba el borde de la púa por la trama de la quinta y la sexta cuerda y la distorsión sonaba como una cremallera o como una motocicleta a toda velocidad. Si ponías la mano derecha sobre las cuerdas con suficiente tacto el sonido se volvía contundente, submarino. Luego estaban los picados, dejando que el pulgar derecho tocara un poco en un lugar preciso de la cuerda que se acababa de pulsar y que la mano izquierda ya tensaba con violencia para intentar subir un semitono. Y el sweep-picking y el hammer-on y el pull-off, que yo intentaba practicar cuando estaba a solas con tan poca destreza que pronto me aburría y volvía a aquella canción de Nirvana, dando vueltas y vueltas al mismo fraseo.

Muchas tardes íbamos a alguna de las tiendas de instrumentos del centro de Granada con alguna excusa de aficionado: comprar alguna púa, o cuerdas, o un cable, un afinador. Mirábamos los instrumentos colgados de las paredes: Gibson y Fender con cuerpos de madera que desafiaban a la gravedad, bajos de cinco cuerdas con un tacto suave y el sonido afilado. A veces había alguien probando una guitarra y me fijaba en la técnica con la punteaba. La técnica inalcanzable. Cualquiera me podía parecer un virtuoso y cualquiera menos yo tocaba en una banda e iba de garito en garito montando conciertos para veinte o treinta personas en los que toda canción quedaba reducida a puro ruido. Eso era el rock. Eso era el grunge. Eso era el heavy.

El sonido también puede verse. A veces me quedaba mirando el exterior del cono del amplificador del bajo eléctrico por entre las rejillas -era en cierto modo como mirar al mar o a una fogata y no ver nada, o verlo todo-. Descubrí que hay algunos cables protegidos con una cubierta de hilo que duran más que los de plástico. Conectaba la clavija, después encendía el amplificador y subía el volumen girando muy despacio el potenciómetro dorado. Colocaba los dedos y rasgueaba las cuerdas. Siempre -y digo siempre- había alguien que cantara:

I’m worse at what I do best
And for this gift I feel blessed
Our little group has always been
And always will until the end

One Comment

  1. Gindolo Nevsky Gindolo Nevsky 6 abril, 2019

    A los que nos gusta intentar disfrutar de tocar la guitarra, aspirando a sonar parecido a algunas canciones que nos dicen mucho o hasta crear las propias para expresar también nosotros algo, nos agrada saber que hay por el mundo muchos como nosotros que mantienen la ilusión por un instrumento y su aprendizaje, tengamos la edad que tengamos y estemos más o menos tocados por el duende que el mismo transmite. Y es que Leño, Burning, Barricada, Tequila, ACDC, Deep Purple y muchos más te invitan a ello, con esas quintas de rocanrol. Buen artículo.

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