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El Corpus en la Granada de principios del siglo XX

«Tres jueves relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.»Ya nos habla el refranero de la importancia de la fiesta del Corpus y en Granada no era para menos. La ciudad se engalanaba de manera extraordinaria y las gentes se echaban a sus calles como si no hubiera un mañana. Todavía lo hace aunque lo cierto es que de manera muy distinta, como no puede ser de otra forma.

El sentido religioso prácticamente se ha perdido por completo pero el ambiente festivo se conserva aunque se disfruta con diferente actitud. Si, como veremos en el texto que ofrecemos, el centro de la ciudad se tornaba protagonista, encabezado por la plaza Bibarrambla (o Bib-rambla, como prefieran), las aglomeraciones hicieron necesario el traslado a lo que hoy conocemos como el recinto ferial, situado en el barrio del Almanjáyar, en la zona norte de la ciudad.

En estos últimos años, debido a la lejanía del lugar y al hartazgo de los vecinos de allí, se han intentado buscar nuevas localizaciones sin éxito y también de revitalizar las fiestas en el casco histórico para disfrute familiar.

Una primera idea fue la de escribir sobre esta fiesta pero hemos optado por ofrecerles un texto del periodista (entre otras cosas) nacido en Puente Genil Francisco Rodolfo Gil y Grimau (1872-1938) el cual nos da una visión magnífica de esta celebración justo a comienzos del siglo XX.

Llama la atención no sólo el contenido, el cual obviamente es interesantísimo, sino también la forma, si bien un tanto ampulosa, llena de las características de ese período.

Hemos respetado el texto al completo y esperamos no haber cometido ningún error el cual, si lo hubiera, ruego disculpen. No hemos creído pertinente añadir notas explicativas de ningún aspecto creyendo que cualquier aclaración puede hacerse por medio de los comentarios habilitados. Las imágenes que acompañaban al texto nos es imposible incluirlas por la calidad, así que hemos optado por incluir otras que creemos pueden ser de parecida utilidad, como la magnícia fotografía de Ayola que sirve de cabecera a este artículo.

Por último señalar que los títulos que sirven de división del texto son añadidos por nosotros -entre corchetes- para una mayor facilidad de lectura.

El «Corpus«

Día grande es aquí el del Señor. ¡Bien venidos sean los que á la invocación de su nombre acuden á Granada; que si el sacramento de amor es la Eucaristía, amor y hospitalidad han de hallar aquí cuantos se hagan partícipes del general alborozo!

Más que ningún otro día del año reluce el del Corpus. Pregónanlo las campanas de las cien iglesias y conventos granadinos echadas á vuelo en armoniosa rivalidad; las calles hierven con ruidos de colmena, y para alfombrarlas los pueblos de la vega inundan de juncia y yerbas olorosas la ciudad.

Nadie teme al sol, que de los damascos de las colgaduras, de la plata de los candelabros que ornan los altares, de el oro y las sedas que brillan en los ornamentos sagrados, de las armaduras militares y de los bordados estandartes, arranca chispas de viva luz que rinde las miradas.

[Plaza Bibarrambla]

Bibarrambla arde en fiestas desde la víspera del Corpus. La plaza no conserva el menor vestigio de lo que fué, cuando a sus ajimeces y miradores asomábanse las más ilustres y hermosas damas de la corte nazarita para presenciar los juegos de cañas y de sortija, los desafíos de caballeros cristianos y esforzados moros, y las fiestas con que los Reyes celebran todo su fausto suceso.

Reducido aquel sitio, al convertirlo, después de la Rendición, en plaza de los monarcas de Castilla; destuidos por orden de éstos sus ajimeces árabes; demolida la antigua puerta llamada Bib-Arrambla ó, con nombre modeno, el Arco de las Orejas; perdida ya la memoria de las corridas de toros y otras fiestas que presidía la Real Chancillería desde los miradores de la ciudad; borrada la funesta huella de las ejecuciones de pena capital allí realizadas y de los autos de fe dispuestos por el Santo Oficio; sin rastro siquiera del fuerte de la Alcaicería ni del alcázar de Abdilbar; tenida ya en menos la pompa con que se adornó cerca de tres siglos ; alineada á la moderna, á esta plaza apenas le queda mas que el nombre.

Arco de las orejas, Estudio fotográfico de Martínez, Archivo y Biblioteca de la Casa de los Tiros (1880) Su nombre viene de que a los que engañaban con el peso, les cortaban allí las orejas.

Los brocateles carmesíes, con que otros tiempos eran decorados el altar, las paredes y los balcones, súplelos en nuestra edad económico percal blanco y azul, cuyo maridaje con el lienzo del entoldado que da vuelta á la plaza es perfecto. Las ingeniosas alegorías y geroglíficos de los siglos XVI y XVII y la valiosa cooperación que á la ornamentación de Bibarrambla, que era entonces palestra de fama para los pintores singularmente, prestaban los artistas granadinos de más nombradía, quedan ya reducidas á las infantiles carocas, que son encanto de los campesinos de la Vega y en las que más es de ver la agudeza del rimador, -poniendo de relieve los sucesos ó tipos de actualidad en redondillas o quintillas,- que la destreza del que manchó los lienzos del decorado con los colores de la paleta. No se levantan ya empalizadas de laureles, ni alrededor del altar se colocan fuentes que diviertan los ojos, ni siquiera, como todavía en el siglo XVIII, las tropas dan guardia en la Plaza las veinticuatro horas que está adornada.

Hoy todo es sencillo y como para salir del paso sin apreturas económicas. Cámbiase el altar de año en año, confiando á un pintor los lienzos que han de formarlo para que en ellos trace arcos y figuras; ilumínanse sus graderías y los diferentes cuerpos de que consta con luces de gas encerradas en globos de porcelana. Desfila por allí la Pública de la procesión de la víspera de las fiestas, que la música que la acompaña anuncia. Colócanse, en lienzos de cinco y seis varas de altura, á uno y otro lado de la salida de la calle del Príncipe, las poesías A Granada y Al Santísimo, para premiar las cuales convoca anualmente un Certamen la Sociedad Económica, y expuestas permanecen durante la Octava entera, si la turbamulta de la golfería no da cuenta de los lienzos á puñaladas después de la procesión.

Con todo, la velada en Bibarrambla es del cartel e los festejos uno de los números de mayor animación. Contrasta la iluminación del centro con la de los farolillos a la veneciana que luce entre los arcos que sostienen el toldo y los árboles de la plaza. Cuando los primeros fuegos artificiales han terminado, la gente invade Bibarrmabla por todas las calles que á ella acuden. Delante del altar las músicas inauguran la velada que hasta las primeras horas de la madrugada se prolonga. Para aquel alud de personas es muy reducido aquel espacio. El flujo y reflujo de la gente no cesa y es cosa de buscar un asiento, para presenciarlo todo cómodamente, en las hileras de sillas puestas en el improvisado paseo.

Pasan muchos el tiempo dando vueltas alrededor de la plaza; otros entran en ella por la calle del Príncipe y se alejan del bullicio por la Pescadería ó el Zacatín, buscando de nuevo la calle Reyes Católicos ó la fresquísima llanura de la Plaza Nueva.

Cuando después de la media noche las músicas han enmudecido, todavía resuena en las calles el eco de la voz de los aguadores y el pregón de los que venden en las esquinas las clásicas barretas, hechas con miel cuajada y garbanzos ó con miel y ajonjolí, y los obligados turrones del Corpus.

[Los altares]

Los altares fueron siempre lo más típico de las fiestas. Si sencillos eran los que en la carrera de la procesión levantaba el vecindario fervoroso, que ponia á contribución de la fe y del éxito las más preciadas galas de los hogares, los cuadros é imágenes mejores, depositados en ellos, los preciosos terciopelos granadinos y los renombrados tejidos de los moriscos, entre todos sobresalían los altares de la ciudad por el ingenio y lujo de que alardeaban.

Dice un cronista que no es fiesta en Granada la que no tiene un altar estupendo de grande gasto, con más de mil luces y tantos adherentes de fuegos costosos, ramos, pirámides, banderolas, pastillas, luminarias, fuentes, estatuas, medallas y otras cosas.

Altar en calle Mesones

A más del de Bibarrambla, que era el altar monumental del Corpus y que muchas veces medía cuarenta y cincuenta varas, antiguamente los altares indefectibles todos los años fueron los erigidos en la Plaza Nueva, en la Pescadería y en el Pilar del Toro. También en 1607 hablan los cronistas del altar con que ornamentaron las calle de los Mesones, y de otro puesto en la calle de Elvira, á expensas de la ciudad.

Ante ellos descansaba el Santísimo; en su adorno tomaban parte con su dirección ó con sus lienzos los artistas más insignes de la época; que convertían las calles en una Exposición artística al aire libre; y delante de ellos y de la Custodia representábanse los Autos Sacramentales en carros ambulantes vistosamente engalanados; celebraban sus zambras animadas y pintorescas los moriscos y danzaban los gitanos sus danzas zingarescas.

Hoy, volviendo atrás las mirada, vemos que la ornamentación de los altares de la Ciudad es siempre igual y pobre; que los altares que la piedad particular improvisa en la Pescadería son más humildes que en aquellos lejanos tiempos; y que, en los actuales, transformados los gustos y las costumbres, han desaparecido los múltiples arcos de la procesión, y ésta y los altares son una parte mínima del presupuesto de las nombradísimas fiestas granadinas.

Pero el pueblo, el que va como en romería todas las noches al templo de las Angustias, el que cimentó su fe sobre las veneradas cenizas de los Apostólicos, el que bajo el patrocinio y advocación de algún santo pone todos sus regocijos, suple con flores, luces y colgaduras el olvido y preterición de cuanto dió carácter y celebridad á la procesión del Corpus en Granada.

¡Cuántas veces la juventud ha depositado en los altares su corazón impresionable, hallándolo al fin cautivo de la fe que, como nube de incienso, le arrastraba cielos arriba, y del amor que, como imán poderoso, le atraía y retenía, quizás para siempre, en las sedosas redes del pañolón de Manila ó entre las blondas de la clásica mantilla española.

[La procesión]

Es la hora de la procesión.

El viento esparce por las vías de la carrera el penetrante y suave olor del incienso, y el eco, cada vez más próximo, de las músicas.

La luz y el fuego que del cielo caen pasan tamizados por los toldos de lona que sombrean las casas y las aceras llenas de gente.

Ya viene la comitiva de la Pública, precedida por los alguacilillos. Los gigantes y los enanos son entretenimiento, distracción y castigo de los muchachos que los acosan. En la famosa y tradicional Tarasca las damas buscan, más que su sentido alegórico, los caprichos y elegancias de la moda. Tras ella van los clarines, los timbaleros y palafreneros, el heraldo con el estandarte de Granada, los pajes con el precioso y venerado escudo de Castilla, que se ha creído bordó la Reina Católica, y la carroza de flores de la Ciudad.

La procesión de hoy no es ni sombra de lo que fué antaño. De ella han desaparecido los diablillos, que ya en el siglo XVI abrían marcha, las carrozas triunfales simbólicas, las danzas de sarao, cascabel y quenta, los célebres carros de Autos, llenos de comediantes, y los gremios organizados en las cofradías. Ni lucen ahora, como en lo antiguo, en la torre de la Catedral y en las fortalezas las luminarias que en la noche del Señor ardían y fulgían en nuestros monumentos como ascuas de oro; ni la artillería de la Alhambra con salvas repetidas y estruendosas hace los honores debidos á la fiesta.

Pasan centenares de niños de las escuelas del Ave María, todos con sus escapularios al cuello y con sus crucecitas azules de madera, á modo de báculo, y sus pequeños estandartes blancos y encarnados en la diestra. Desfilan luego las parroquias de las alquerías de la Vega, con sus cruces ornadas de flores; los religiosos mendicantes, vestidos con toscos sayales y descalzos de pie y pierna; el clero de la ciudad con sus mangas parroquiales lujosas; la Capilla Real y el majestuoso Cabildo Metropolitano, delante del augusto Sacramento, cuyas andas llevaban antes á hombros los sacerdotes revestidos; y detrás el Arzobispo, con su sillón privilegiado, el Pendón de Castilla que un concejal tremola en el aniversario de la Rendición, los jefes militares y Corporaciones invitadas y el Ayuntamiento bajo mazas.

La sagrada Custodia, de estilo plateresco, pasa, como sobre el mar Cristo, sobre la creyente muchedumbre arrodillada, entre nubes de incienso, músicas graves y cantos litúrgicos, bajo espesa lluvia de flores que de todos los balcones desciende y despidiendo de sus argenteas filigranas y rica pedrería, mal oculta por rosas y magnolias, deslumbradores destellos que entran en el alma por los ojos y enciende los corazones.

La Infantería escoltando a la Custodia, la Artillería formada en la Puerta Real y la Caballería ocupando la Plaza Nueva, son admirables notas de color en el brillante cuadro de la procesión del Corpus.

Plaza Nueva, José García Ayola, Archivo y Biblioteca del Patronato de la Alhambra y Generalife.

[Los toros]

Los toros, que no se corren como en el siglo XVI en la plaza de Bibarrambla, dan la mayor animación á estas fiestas. La puerta Real y la calle Reyes Católicos y sus alrededores ofrecen el mismo aspecto pintoresco que, en Madrid, las calles de Sevilla y Alcalá en días de gran corrida. Tal rumor sale de los cafés de Colón y Suizo, que parece que nadie sabe hablar sino á voces y en competencia.

El incesante pregonar de los vendedores, el desfile de las cuadrillas, que escoltan los charolados carruajes rebosantes de mujeres hermosas, como son las de nuestra Andalucía, y la alegría que precede á la fiesta nacional, dan vida al centro de la población en las primeras horas de la tarde.

Y, al expirar el día, el torrente humano, caudaloso y bullidor, que vuelve de los toros, se desborda por la Carrera del Jenil é invade los paseos como ejército de conquistadores. Y, como visión de poeta, pasan y cruzan ante nuestros ojos las moras más lindas que, con espíritu de cristianas, cubren y embellecen su busto con mantillas de encaje, bordadas por manos de hadas misteriosas sobre nieve de la Sierra.

[La fiesta]

Las veladas del Corpus son trozos de poesía arrancados del áureo libro de la imaginación oriental.

Paseo del Salón en el homenaje a Zorrila, Ayola, Archivo y Biblioteca del Patronato de la Alhambra y Generalife

Cintas de luces, á modo de enlazadas guirnaldas de grandes rosas blancas, circundan los paseos. Al traspasar la línea del gran arco de entrada, levantado en la Carrera, y avanzar por en medio del Salón, bajo fantásticas y luminosas arcadas, dijérase que los Abderrahmanes habían transplantado su Aljama famosa á orillas del Jenil y que á aquella Ceca improvisada, rival de Medina-al-Nabi (en que ardían millares de lámaparas y en cuya techumbre, de obscuro maderamen, las bombillas polícromas simulaban diamantes, rubíes, topacios y esmeraldas, incrustados en artesonado riquísimo), venían á orar los peregrinos de la vida.

Los arcos voltaicos hacen el efecto de múltiples lunas llenas suspendidas sobre nuestras cabezas á lo largo del paseo; y completanla ilusión celeste que nos forjamos miles y miles de lucecillas, estrellas fijas que se asoman por entre las hojas de los árboles jigantescos del Salón.

Pero nada como los jardinillos vistos desde el Puente Verde. Huyendo del bullicio, vagué una noche por el paseo de la Bomba y fui á dar allá con mi cuerpo y con mis preocupaciones. En los faroles del camino los mecheros despedían trémulas llamaradas, que apenas desvanecían las tinieblas del sitio. De pie sobre el puente desplegose ante mí un paisaje veneciano: el Jenil bajaba sin ruido hacia la Vega, cubierto de espumas; la obscuridad que me rodeaba hízome ver sus aguas aprisionadas en las márgenes de un canal; y allá lejos, en el paraje iluminado, del cual traía la brisa ruidos de alegría humana y ecos de música divina, miriadas de lucecitas rompían la sombra densa de la orilla y titilaban en el cristal del río, que brillaba con todos los tonos del iris al pasar por delante de las tapias de los Basilios.

¡Delicioso nocturno! Sólo el pincel de un gran artista, que no mi pluma, puede copiarte.

[Armilla]

Imagen del hipódromo de Armilla en un Corpus de 1915

¿Habéis visto el Hipódromo de Armilla? Punto de reunión de la aristocracia granadina en las tardes del Corpus, allí han corrido la pólvora los moros argelinos, allí se han disputado premio los jugadores de polo y los aficionados al tiro pichón, allí han lucido su agilidad los velocipedistas, y allí han llamado la atención y han despertado excepcional interés en sus carreras los mejores caballos de las más famosas cuadras españolas.

Fiesta elegante y espléndida que nada tiene de nacional; aunque en nuestro país esté aclimatada, es para la generalidad más que deporte favorito un pretexto para divertirse fuera de la ciudad y para contemplar el mismo panorama que admiraron los Reyes Católicos antes de entrar en Granada.

Sin temor a los rayos del sol, que va á morir tras la sierra de Parapanda, los carruajes se agolpan en el anillo fuera de la pista. Los palcos son búcaros de rosas y almacenes de provisiones. El toque de la campana y la salida de los carreristas suspende los ánimos y mantiene la expectación. Los hombres no se dan punto de reposo; crúzanse entre unos y otros las apuestas; sueñan todos con la ventaja de sus caballos favoritos, y á veces la decepción los despeña desde lo alto del sueño á lo hondo de la realidad irremediable. Pero la animación crece; la enmienda de los infortunados queda en propósito; la alegría contagia á todos; en los palcos y plateas resuenan unos tras otros los disparos del Champagne; se olvidan todas las amarguras de la vida en aquellas horas gratas, y el sol, antes de esconderse, inflama con sus reflejos de oro los ojos de las damas, los trajes vistosos de los jockeys y el cristal brillante en que Anacreonte redivivo escancia el néctar de los dioses y canta los placeres de la humanidad.

A la luz del crepúsculo comienza el desfile. Espectadores y carreristas vuelven del Hipódromo con aire de triunfadores, porque todos han vencido en una tarde el hastío y la tristeza. Ruedan los carruajes por la carretera con velocidad vertiginosa, tan juntos y tan rápidos que milagrosamente no se atropellan unos á otros, y los cármenes del Jenil y los torreones de la Alhambra parecen salirles al encuentro. Pasan los coches por delante del lugar memorable en que Boabdil entregó las llaves de Granada, atraviesan el puente y, entre dos filas de curiosos que en el Humilladero esperan, se pierden á lo largo del paseo, cuando los arcos iluminan y en las torres de la Virgen suena pausado y majestuoso el toque de la Oración.

[Albayzín]

La verbena en el Albaicín es el más popular de los festejos.

Aparte de San Nicolás, es la única noche del año en que casi todos los que viven en la parte baja suben al barrio granadino más típico.

Iluminadas á la veneciana sus tortuosas calles, sus históricas placetas y sus cuestas escalonadas, por ellas circula alborotadora la vida. La noche convida á vagar por aquellos sitios.

Las ventanas están convertidas jardines. Las mozuelas, ataviadas con limpísimos y almidonados vestidos, van y vienen en bandadas como palomas, levantan á su paso tempestades de amor, beben torrentes de fe delante de los altares improvisados, conservan el fuego sacro de las hogueras de San Juan en sus ojos y lo alegran todo con su presencia.

Sitúanse las músicas en la Plaza Larga, en la calle de san Miguel el Bajo, en la de San Nicolás y en la del Salvador, y en ellas danza y teje sus amoríos la gente del barrio.

Muchas casas ostentan arcos de verde follaje con originalidad iluminados.

Ni en la placeta de San Miguel el Bajo, donde el Cristo de Piedra que hay delante del templo preside estos bailes populares, ni en la hermosa explanada de San Nicolás se puede dar un paso. La concurrencia apretada y tiránica nos arrastra á su voluntad de un punto á otro.

La torre cuadrada y esbelta del venerado Obispo de Bari yérguese sobre los árboles que la cercan y desafía con sus agudas lenguas metálicas la soberbia del alcázar de Alhamar; pero pronto abaten la arrogancia del cristianismo minarete las varas de fuego que suben ante la atónita muchedumbre y estallan en el espacio.

La Plaza de San Miguel Bajo a finales del siglo XIX y su Cruz a la izquierda

Al amarillento y purpúreo resplandor de los fuegos artificiales, que arrojan sobre la Colina Roja y sus fortalezas llamaradas de fantástico incendio, surge de las sombras, como de retorta mágica, la figura de Granada, con su nimbo esplendente, con su traje azulado y su manto blanco, remozada con sangre juvenil y vencedora de su mágico silencio, al clamoreo de sus campanas que tocan á gloria, cuando anuncia á la ciudad las fiestas solemnes del Señor.

Gil Griman, Rodolfo. El «Corpus», en El país de los sueños, Granada: Tip. Lit. Paulino V. Traveset, 1901

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