En el momento en el que el compositor, entendido éste como un organizador de parámetros musicales, un estructurador de la forma, un generador de obras artísticas “acabadas”, deja de conceder tanta importancia a la forma definitiva de la obra como una sucesión de momentos que conforman un todo, deja, de manera consciente, en manos del intérprete una parte de esa “ideación”, del orden, de las posibilidades, de que “realmente” sean o no tocadas todas las partes que se encuentran a su disposición.
La improvisación o creación debe jugar aquí un papel muy importante, y con ella, las habilidades adquiridas por el intérprete, en muchas ocasiones, fuera del ámbito académico.
¿Qué grado de responsabilidad se le otorga, entonces, al músico?
Ciertas instrucciones restringen o señalan posibles caminos a escoger, pero en una primera fase de desarrollo de esta técnica de improvisación, la figura del intérprete, que a su vez es el compositor, emerge, sino como fundamental, sí como acompañamiento y experimentación del proceso de creación de la obra abierta para otros intérpretes y compositores.
El intérprete debe así tomarse libertades que le permitan ser co-creador de la obra, más allá de la también necesaria y “tradicional” praxis interpretativa que se ha realizado en los últimos siglos en el campo de la música de creación clásica.
Esta libertad, otorgada por el compositor al intérprete (cuando no sean el mismo) no debería ser una rémora a su oficio y responsabilidad sino más bien todo lo contrario, un estímulo de responsabilidad plena y consciente de florecimiento artístico en el campo de la música contemporánea de creación.
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