Este libro es, posiblemente, el más desgarrador que he leído en mucho tiempo. Su autor tiene un problema bastante serio: superar la calidad de su primera novela.
La última vez que fue ayer puede que sea una novela, puede que un diario, puede que una poesía en prosa, no lo sé, tampoco me importa. Lo que sí es seguro es que me ha parecido de una calidad excepcional.
La historia se cuenta sin aspavientos, con frases claras, concisas y cortas que dotan la narración de un ritmo y cadencia envidiables que van de la mano de los acontecimientos, los cuales giran en torno al narrador y su entorno.
Nos situamos en un barrio de una ciudad cualquiera, con sus gentes y sus cambios, en el que se encuentra el protagonista y en donde se nos sitúa desde el primer momento. Vamos a compartir las vidas de sus habitantes y de los cambios que sufre su entorno, pero sobre todo vamos a conocer y adentrarnos en los sentimientos, en el alma, del narrador, y lo vamos a hacer sin darnos cuenta, traspasando capa por capa sus vivencias hasta llegar a su completa comprensión al final.
No, no piensen que es una novela -si la quieren considerar como tal- sentimentaloide; al contrario, es, como hemos escrito al comienzo, desgarradora, aunque eso sí, narrada desde la naturalidad más absoluta, incluso repleta de humor aunque de uno que como mucho consigue una pequeña sonrisa dentro de ese universo desangelado.
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