El abuelo contaba que Colombia se caracteriza por ser un fragmento del Edén. Edén bañado de ríos, costas, la perla más bella de América Latina, unos zapatos viejos, un castillo, un Macondo que recorre el mundo, una hacienda el Paraíso que cuenta el amor de María y Efraín, danzas africanas, orquídeas, entre otros. Pero paradójicamente Colombia es un país con una historia trágica. Desde el ingreso de los españoles a nuestro territorio en el siglo XV, no hay paz. Innumerables son las guerras que tiñen ese pedazo del Edén que contaba el abuelo, que saca tantas lágrimas y voces de protestas con un mensaje contundente: ¡Paz!
Los indígenas y los criollos se enfrentaron contra el dominador español logrando vencerlo. Alcanzando la independencia política, pero a mediados del siglo XIX partidos liberales y conservadores que hoy en día son una mezcla de tantos, provocaron nuevas guerras. Ocasionando una multitud de muertos, viudas, huérfanos, desplazados, y un alto índice de desolación y pobreza. Desde 1948 con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán la lucha es entre el gobierno y los grupos guerrilleros. Una lucha que desencadenado tanta sangre, y rendijas de paz que se consolidaron bajo el gobierno de Juan Manuel Santos. Unas rendijas que han sido ultrajadas tantas veces, y que nuevamente se fortalecen con el clamor de un pueblo que no soporta más voces silenciadas.
En ese llamado, el escritor William Ospina en su último libro señala que: “Lo que necesita la humanidad no son soluciones; creo que lo que necesita es conciencia de lo que está pasando.» Es decir, que se requiere sujetos sentipensantes de esa Colombia que ha sido devastada muchas veces por la violencia, corrupción, y hambre, evadiendo estrategias transcendentales como la educación, salud, alimentación, vivienda, y demás, que garantizarían un nuevo horizonte. Ahora, encima de todo, ese horizonte se hace lejano con la lucha que se libra contra el narcotráfico que sigue segando vidas. Hasta ahora no hay ganadores ni derrotados o quizás sí: los vencidos son el pueblo, campesinos, madres, desplazados, líderes sociales, y tantos, que ponen los muertos.
Entonces, los miedos deben salir de cada rincón de la nación. De esa forma se podrá construir el país que sueña, ese que el abuelo hablaba desde la naturaleza, la interculturalidad, el respeto, el amor, la esperanza, y la prosperidad. Dejando de lado el país de las malas costumbres, y como decía García Márquez, que: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.”
Imagen de cabecera: William Ospina, de Daniel Mordzinski - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=18611917
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