¡Imhotep… imhotep!… ¿sacaría Waltari, de este egipcio histórico, su Sinuhé?
En estas estaba el abogado, mientras las jueza, hablando a la velocidad de la luz, empezaba a dar el turno de conclusiones a las partes.
Allí estaban los seis; abogado y procurador por cada parte y la jueza y el Agente por la Administración de justicia; y tres o cuatro personas en el banquillo.
Empezó el abogado contrario, según se mire. Su escudera, se deslizó al infinito, sin mover la cabeza. Tras un inicio servil ante la autoridad, empezó su relato de artículos del Código civil y sentencias, con un discurso artificial y sin convicción pero técnico y eficaz.
Mientras hablaba monocordemente, la jueza tenia como una impaciencia contenida. Como si reprimiera la lava de un volcán. El público eran estatuas de sal. El agente liado con el numero de un DNI.
El otro abogado oía cada vez más débilmente la voz de su contrario…como si estuviera en la fase de movimientos oculares rápidos…
Entonces, tenia veintitantos años..en el campo de al lado se estaba jugado un partido de fútbol. Una mezcla de universitarios y bachilleres. Había hasta público en aquellas graderías minúsculas. En el otro campo, estaba él. No había nadie. Más que arena: polvo blanco. Por ese desierto corría el atleta. Una pierna operada pero quería seguir intentándolo. Un calor como en el poema de machado sobre el Cid.
Una, dos, tres vueltas; el fartlek, la carrera continua; y el interval train: series de velocidad. Recordaba esas palabras del colegio. Podía haber sido atleta pero siempre había alguien que corría más,¡ con esa punta de velocidad!
-Vaya acabando el señor letrado, ya sabe que las conclusiones son breves. -dijo la jueza, y el abogado se sobresaltó.
Veía como nublado. El público no se había movido. En silencio, tratando de comprender las palabras del abogado contrario.
¿ A cuánto equivaldrá una milla?
Y además siempre había alguien que entrenaba más. Estudiabas, luego tenías que estar con la familia y por la tarde noche te ibas a correr por el río. Claro, siempre aparece alguien, que no trabaja o le dan una beca y tiene todo el tiempo para entrenar…
La jueza miró fijamente al letrado.- Sus conclusiones- espetó.
Al fin y al cabo Fosbury, era un universitario que creó un estilo, ganó la medalla de oro y a otra cosa mariposa. No hay que estar perpetuándose en lo mismo. Creo que fue en Méjico, en el 68… la profesionalidad no sé yo… hasta que punto…
El asunto era de trafico; otra vez la famosa sentencia de 1942 del TS, en que si bien no se `puede olvidar el principio de culpabilidad se introduce la responsabilidad objetiva y bla y bla..
Terminó pronto para no ser un tostón, consejo que le dio su padre cuando aún era niño.
Mientras se levantaba la sesión, y se estrechaban la mano con esa calculada cortesía, al letrado le dio por pensar, que se moría entre muertos. Y recordó un tiempo pasado que era capaz de batir al mismísimo Sebastian Coe, Sir Coe, en los mil quinientos metros.
Al fin y al cabo, Heinrich Boll, cuenta en una novela, que un amigo suyo batió una vez,el récord de los cien metros lisos. Pero no hubo más testigos, que ellos dos.
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