Preámbulo
Hemos tratado en este artículo de dar una visión pormenorizada de los hechos acaecidos en 1766 conocidos por “El motín de Esquilache”. Tal revuelta es uno de los hechos más significativos del siglo XVIII, conocido como Ilustrado, y ha sido el germen de diversas obras además de, obviamente, numerosísimos estudios que han intentado esclarecer lo ocurrido no sólo en Madrid sino en otros muchos puntos de España.
Si bien nuestro fin último es intentar aportar algún granito de arena a la investigación y al lector interesado, nuestro método de trabajo va a centrarse en varias obras reflejo del motín. En primer lugar nos acercamos a la película de Josefina Molina, realizada a finales de los ochenta. Esta película está basada en la obra de teatro escrita por Antonio Buero Vallejo en los años 50 y estrenada bajo la dirección de José Tamayo en 1958, análisis del que nos ocuparemos en segundo lugar intentando completar lo dicho y comparando una y otra. Dos obras ocuparán el final de esta serie de artículos; por un lado la novela histórica escrita por Manuel Fernández y González, de 1870, y la Raquel, de García de la Huerta.
Como hemos dicho, tratamos de hacer un estudio histórico pero nuestra pretensión es hacerlo a través de representaciones artísticas. Esperemos que el resultado quede lo más cerca posible de nuestra intención.
Introducción
"un juez se descuida en los procedimientos justos: levántase un motín en un pueblo" Diego Torres Villarroel (predicción en 1765 para el año 1766)
Mucho se ha escrito sobre el origen del motín y sobre sus actores principales. La llegada de la “corte italiana” con Carlos III no fue muy bien acogida por gran parte de los diversos sectores de la población y los acontecimientos posteriores así lo demuestran. La situación del pueblo era claramente lamentable, especialmente agravada por la crisis agraria que tuvo lugar en los sesenta, pero los estamentos privilegiados tampoco estaban especialmente contentos.
Muchos autores señalan, desde primera a última hora, que detrás del motín se escondían las figuras de la nobleza, el clero, los franceses (que luego tendrán, diez años después, su Guerra de la Harina) o el sursum corda; ya en la correspondencia del embajador francés con la corte parisina encontramos claramente señalado al clero como uno de los instigadores del levantamiento, acusación que a finales de siglo XX perderá vigencia con diversos estudios pero que luego volverá a cobrar valor. Sobre este tema hay bibliografía más que suficiente para poder formarse una idea propia aquel que esté interesado; nosotros nos inclinamos más por un término medio, que es donde dicen que está la virtud, aunque no siempre la verdad.
No obstante, ese término medio no es completamente fiel reflejo de nuestra opinión; si bien sí creemos que las clases sociales altas tuvieron cierta implicación en el motín, no pensamos que fueran su germen sino que su adhesión fue posterior para intentar pescar en río ya revuelto. La asignación del papel protagonista a ambos estamentos, nobleza y clero, no sólo por parte de investigadores sino también por espectadores del momento, se debe en gran parte a una idea que nos da un fiel reflejo del concepto que del pueblo se tenía: un motín de esas características, tan bien planeado, ejecutado y controlado, no podía tener al pueblo como cabeza pensante.
Madrid se había convertido en el centro neurálgico del poder absolutista. Si bien, pasadas las crisis demográficas, especialmente la provocada por la Guerra de Sucesión, la población comienza a aumentar, en la capital ese incremento no está provocado esencialmente por la diferencia entre nacimientos y mortalidad sino por una inmigración que busca una oportunidad de sobrevivir.
Las diferencias de lo que llamamos los estamentos privilegiados con respecto al pueblo llano son abismales; las tierras están repartidas en pocas manos y, por tanto, la riqueza también, y muchas de esas manos se encuentran en Madrid, a donde el pueblo acude a buscar una oportunidad.
Una de las posibilidades más importantes, y que muestra a nuestro entender las diferencias económicas entre unos y otros, era entrar en el servicio de alguna familia acaudalada, opción nada desdeñable ya que, si bien el sueldo no era nada del otro mundo, incluía cama y comida. Tal posibilidad fue tan importante que hasta supuso la creación de “agencias de colocación” (constatada a finales del XVI) dedicadas a la contratación de personas para cubrir los diferentes servicios necesarios y con condiciones diferentes dependiendo del puesto a ocupar, además de la publicación de ofertas a partir de 1758 en el Diario de Avisos de Madrid. Esto daba nuevas posibilidades a los que llegaban del campo a la ciudad, sin vínculos familiares ni amistades en la capital que pudieran “enchufarlos”, aunque siempre quedaba acudir a la Plaza de Santa Cruz o a Plaza Mayor para intentar ser contratado.
La salubridad de una capital que absorbía cada vez a más personas era un problema, además del encarecimiento de la vivienda. Cuando Carlos III llegó a la ciudad, la impresión que le produjo no pudo ser más nefasta en este aspecto, al igual que la producida a muchos viajeros extranjeros que se acercaban a la ella. Por esta razón se adoptaron una serie de medidas como el empedramiento de las calles, alcantarillado y construcción de canalones, prohibición de la continuación del “Agua va”, recogida de basura en determinados puntos y limpieza de calles, además del alumbrado público y reforzamiento de “policía” para mitigar la criminalidad y hacer que se cumplieran las normas.
Si bien son medidas positivas, la otra cara de la moneda es obvia. Los gastos que ello conllevó los tuvo que soportar el pueblo llano. Cada vecino, por ejemplo, tenía la obligación de limpiar desde su puerta hacia la mitad de la calle, con el consiguiente problema de acarrear un bien tan escaso como era el agua; las remodelaciones en las viviendas corrían a cargo del dueño al cual le daban permiso para sufragarlas subiendo el alquiler hasta un 5%, aunque se llegó a casi un 15%. Además, con respecto al control, es destacable el abuso de poder que se produjo en multitud de ocasiones y de la corrupción existente.
La película
Josefina Molina adapta la obra de Buero Vallejo Un soñador para un pueblo, basada en los hechos acaecidos en el año 1766.
La directora, muy célebre por su Teresa de Jesús, protagonizada por Concha Velasco, poseedora de un Goya de honor, nos presenta más que los hechos acaecidos en el Madrid de ese año, una versión intimista del poder y de la lucha por él. No vamos a presenciar grandes y espectaculares hechos sino que vamos a ser partícipes de la vivencia de ellos desde el punto de vista de sus hombres más afamados, sobre todo desde la mirada de Esquilache, punto de mira de las iras del pueblo.
La película se construye en base a flashbacks en donde se nos narrarán los diversos acontecimientos aderezados con numerosas pinceladas sumamente interesantes que completarán la información de la revuelta, junto con unos escenarios espectaculares y con el mérito de haber sido rodada también en el Palacio Real.
Una voz en off comenzará la lectura de una carta intimista de Carlos III dirigida a un Esquilache en su lecho de muerte, desterrado ya en Italia, que dará pie a los recuerdos de aquella época. No nos vamos a encontrar con una serie de sucesos en sí mismos sino con una vivencia personal de estos.
Estamos en la España ilustrada, época de reformas; encontramos varias perspectivas diferentes aunque siempre prevaleciendo la de Esquilache: por un lado, la del ministro y la del rey, ansiosos de llevar a cabo una serie de cambios en favor del progreso no sólo de la ciudad de Madrid, en la que se centra la acción, sino de todo el país; por otro lado tenemos una serie de pinceladas sobre el pueblo aunque demasiado superficiales: es la prohibición del uso de la capa y sombrero lo que hace estallar el motín principalmente, sin embargo, aunque se menciona de pasada, las penurias que sufre la clase baja no llegan a representarse con la importancia que se debe.
Si bien los bandos podrían resumirse en esos dos, el pueblo y el rey y su ministro, entran también en lid una tercera fuerza esencial para el desarrollo de los acontecimientos: la nobleza. Principalmente es en la figura de Ensenada donde podemos observar el complot hacia el ministro italiano que resume la antipatía de la nobleza hacia el marqués, plebeyo de origen, y su nueva política.
La nobleza se había visto desplazada con la llegada de Carlos III y con una nueva ideología basada en el mérito, algo ya acaecido en España con Olivares. La nobleza está rondando siempre la corte en busca del favor y del poder; Ensenada, en este caso, no duda en traicionar no sólo a Esquilache sino también al rey y al país provocando y alentando una revuelta que lo llevará al destierro.
La nobleza no ve con buenos ojos a los ministros italianos que han llegado a España de la mano de Carlos III; no sólo se ven desplazados de los puestos de decisión sino que se creen atacados por su condición social. Algunas de las reformas que quieren llevarse a cabo implican perder determinados beneficios, además de un cambio de mentalidad hacia el trabajo, considerado vil por muchos. No obstante en realidad no debemos obviar que los beneficios económicos de este estamento social no sólo no disminuyeron durante esta época sino que aumentaron.
El pueblo no sólo se ve reflejado en los amotinados sino también en la figura de Fernanda, personaje interpretado por Ángela Molina. Entrar al servicio en alguna casa importante era uno de los fines más buscados por los emigrantes que acudían a la capital. No sólo encontrar trabajo era un gran problema sino que los sueldos no eran suficientes para llevar una vida digna; si bien el que se obtenía generalmente de sirviente tampoco era excesivo, dependiendo del cargo a ocupar y de la casa en la que se servía, incluso en ocasiones no se conseguía cobrar, las necesidades básicas de sustento y techo quedaban cubiertas lo que era bastante teniendo en cuenta el precio de alquiler y el de la comida.
Análisis fílmico
Como ya hemos comentado, la película comienza con una voz en off que ya nos sitúa en la época, no sólo en cuanto nos señala el primer viaje en globo en París – 1 de diciembre de 1783 realizado por Jacques Charles- sino que, de esa manera, somos conscientes de que estamos en el periodo denominado Ilustración, en una época de cambios y avances en pro del conocimiento.
Justo después de esta “introducción” pasamos al tema del motín siendo testigos de la entrada de Esquilache a su casa de las Siete Chimeneas, ya atacada por el pueblo por lo que la encuentra destrozada y ardiendo mientras de fondo se escucha la revuelta. En seguida encontramos una pincelada de la que ya hablamos en la introducción al decirnos Campos (interpretado por José Luis López Vázquez) “No son chusma corriente, están organizados”. Este pensamiento fue y es uno de los principales argumentos que han hecho pensar que detrás del brazo ejecutor del pueblo estaba la cabeza pensante de la nobleza y el clero aunque, en realidad, como nos muestra José Miguel López García en su obra “El motín contra Esquilache”, la organización del motín se hizo a través de gente con experiencia militar, apoyado por caleseros que facilitaban la comunicación y poseían información de primera mano.
Suena seguidamente una música inquietante mientras se siguen viendo destrozos en la casa, parándose la cámara brevemente en la maqueta rota de la Puerta de Alcalá, erigida en 1778, y diseñada por Francesco Sabatini. Esquilache, mientras recoge una pistola y su cuaderno de “Medidas Urgentes”, señala que se han llevado su retrato, que luego veremos que el pueblo quema, destacándose de esa manera indirectamente que no se trata de pillaje ya que no han robado nada de valor.
Campos nos cuenta cómo comenzó la revuelta: en la plazuela de Antón Martín un par de embozados se paseaban frente al Cuartel de Inválidos desafiando la orden real (23 de marzo de 1766). La orden real a la que hace referencia no es otra sino el bando de “capas y sombreros”. Se nos apunta que se recluta a gente por las calles y tabernas y que detrás se mueve mucho dinero, volviendo a la idea de que hay manos poderosas detrás de todo, pero sólo son rumores.
De ahí pasamos a la presentación de Fernanda (Ángela Molina) que se encuentra en las escaleras, junto con el cadáver del criado Julián, el cual fue asesinado al oponer resistencia. Es ahora cuando Esquilache dice “¡Qué desastre!”, ahora que hay daños en vidas humanas, no antes que había solo daños materiales. El escenario cambia y nos vamos al exterior para seguir el viaje de Esquilache, Campos y Fernanda hacia el Palacio Real.
“Viva el rey y muera el mal gobierno” será una de las proclamas que un grupo de embozados amotinados lanzará al detener a Esquilache en la puerta de su casa –al cual no reconocen- tras quitarle para arreglarle su sombrero, que es moda de París y Nápoles, y no el típico de los buenos españoles. “Viva la Patria y muera Esquilache” quieren que grite, aunque no lo hace, y se nos vuelve a destacar la organización del motín que prohibe atacar a cualquier persona físicamente así por que sí. Los amotinados siguen su camino entregándole antes un papel con las nuevas ordenanzas redactadas por los “buenos españoles”.
“Seguid, seguid la liebre, que ya se cansará”, es decir, por mucho que alguien huya y corra, en algún momento se parará agotado y se le podrá alcanzar.
Nos subimos al carruaje acto seguido y vuelve la voz en off aludiendo al intento de poner a los españoles un espejo en el que se puedan mirar. Este espejo es la ilusión de encaminar al pueblo hacia el avance, hacia la mejora, hacia esas luces ilustradas que quizá, de tanto mirarlas, a los conductores los ha dejado ciegos. Se cierra el plano sobre Esquilache y se produce el primer flashback.
Viajamos a la Fonda de San Sebastián a una reunión de la Sociedad de Amigos del País en donde Esquilache se lamenta de que parte del pueblo reniega de las innovaciones y mejoras mencionando algunas de ellas como el empedrado de las calles o la limpieza de las calles, pero la incomodidad surge con algunos de los presentes cuando dice que el pueblo no quiere trabajar porque argumenta que este es un país de nobles y el trabajo es poco menos que un pecado. “Viva la Ilustración”, “Vivan las Luces”, serán las proclamas cuando hable de que el objetivo es modelar una España nueva.
El ruido de cristales rompiéndose será el puente entre el flashback y la vuelta al carruaje. El pueblo está apedreando los faroles, acto que, quizá, podría ser la imagen principal de toda esta historia. Esquilache ha empedrado las calles y ha iluminado Madrid y el pueblo, con esas mismas piedras, destruye las luces.
Flashback. Nos encontramos con Ensenada (Ángel de Andrés), al que antes habíamos visto en la fonda, y al que le pide que le dé uno de los múltiples libelos que corren por la calle para saber lo que piensa el pueblo:
“Yo el gran Leopoldo I,
Marqués de Esquilache Augusto,
rijo la España a mi gusto
y mando a Carlos III”
No sólo encontramos la creencia en la debilidad del rey, que en varios ocasiones en la película la refutará él mismo, sino que volvemos a la idea de que hay una mano detrás de todo ya que Esquilache nos dice que, al estar impreso el papel, no puede provenir del pueblo. También somos testigos de algo habitual en la época: la búsqueda del favor real, en este caso por parte de Ensenada.
Si bien rodeado de buenas palabras, se nos da a entender la envidia y rencor de Ensenada hacia el marqués y se llega al punto de inflexión en las reformas, el bando de capas y sombreros, el cual no era una idea ni mucho menos nueva y que el propio Ensenada quiso llevar a cabo cuando pertenecía al gobierno antes de perder su silla ante Esquilache. Ese era el bando que pretendía descubrir las caras para así intentar acabar con la delincuencia y la impunidad del embozado aunque está la oposición del Consejo de Castilla el cual está “infestado de jesuitas”.
“Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
Ensenada quiere que se lleven a cabo las reformas con mano dura. “El pueblo es menor de edad”. Ensenada no confía en el pueblo mientras que el marqués nos dice que “todavía es menor”, que hay que enseñarle. Hace su aparición Sabatini (Francisco Portes) junto a una nueva Madrid, una maqueta que hará que la capital pase de ser “la pocilga de Europa” a “la ciudad más hermosa del mundo”.
Pero los problemas del marqués no son sólo políticos, como se nos muestra a continuación. Aunque antes ha hecho alguna aparición de fondo, es ahora cuando nos encontramos con la esposa de Esquilache, Pastora (Concha Velasco) e iremos conociendo sus problemas familiares y físicos. Destaca el reproche que le hace a su mujer de que utilice su amistad con el rey para beneficiar a sus hijos, hecho que se le reprobó en varias ocasiones: el mayor, mariscal de campo, el segundo director de la aduana de Cádiz y el tercero Arcediano.
Ese es el uso que se le da al poder, el de conseguir beneficios para uno mismo. Los siguientes diálogos serán más intimistas, mezclando la alta posición, la problemática del poder, con la vida cotidiana y los problemas diarios para, justo antes de volver a la carroza, ser testigos del primer encuentro entre Fernanda, la chocolatera de la marquesa, y Esquilache.
En el diálogo entre ambos se reflejará, aunque parcialmente, una de las ideas esenciales: la situación del pueblo. La cultura de Fernanda es escasa, como muestra el hecho de que no sepa leer, y le da gracias a Dios de estar al servicio de la marquesa porque su situación, como antes comentamos en el tema de la servidumbre en casas nobles, es aceptable. Muchos pobres acudían a la capital para poder entrar al servicio de una casa, lo cual, al menos, les garantizaba techo y comida; la de Esquilache es una de las mejores de Madrid.
La conversación se ve interrumpida por la rotura de un cristal provocado por el lanzamiento de una piedra, uno de los adoquines que se han utilizado para pavimentar las calles. Al asomarse por la ventana puede ver a dos embozados, con sus mantos y sombreros españoles, que huyen por la llegada de los alguaciles. Justo después un tercero arranca el bando de prohibición de capas al grito de «Muera Esquilache».
Viajamos ahora al Palacio Real al momento de la comida de Carlos III, acompañado de sus perros de caza. Durante ese momento se produce una conversación entre el marqués y el duque de Villasanta destacable. La nobleza se ha visto relegada del poder por los nuevos «advenedizos», entre ellos don Leopoldo. También queda reflejado el problema público de tener en la administración tanto protegido.
Si bien antes se ha producido un esperpéntico aplauso ante el «hincamiento de cuchara en huevo» dirigido al rey, somos testigos ahora de una conversación entre éste y su ministro en el que se nos muestra como un hombre corriente, poderoso pero humanizado. A través de él conoceremos a su madre, doña Isabel de Farnesio, y a su sucesor Carlos IV. Al hablar de la primera aparecerá un tema nuevo de gran importancia: los jesuitas.
Tras la conversación con el rey, volvemos a la Casa de las Chimeneas y al bando de capas y espadas. Para obligar al buen cumplimiento de la orden, parejas de alguaciles van a ir acompañados de un sastre para hacer los pertinentes cortes a las vestimentas. En la charla con Campos aparecen encontramos dos detalles; por un lado aparece el nombre de Grimaldi, otro de los ministros italianos que tampoco es querido por el pueblo, casa a la cual irá de vista el próximo Domingo de Ramos, fecha en la que tendrá lugar el motín, por otro lado también se nos habla de la rebelión de las Indias aunque no se profundiza en las relaciones América-España.
Antes de cambiar de secuencia, volvemos se encuentran con el embajador holandés pidiéndole a Esquilache a Campos que tenga cuidado con lo que habla que todo el mundo sabe que este personaje espía para Francia, con la cual tenemos un tratado. Acto seguido tiene un encuentro con Sabatini para tratar sobre las mejoras en la ciudad, en este caso, los jardines del Palacio Real, y muestra extrañeza porque Ensenada, a pesar de haber sido avisado en varias ocasiones, no ha acudido a verlo, preparándose de esta manera el climax de la traición.
Nos detenemos un momento en el carruaje, el cual tiene que hacer parada porque la calle está cortada por el pueblo el cual, por medio de un discurso, nos hace partícipes de las razones de su descontento: los millones que se han enviado a Italia, los impuestos, injurias a la nación y humillación diciendo hasta el traje que deben llevar y sacando madera y grano del país, volviendo a reiterarse también su origen plebeyo. Mientras se produce el discurso, dos de ellos se acercan al carruaje y tras un «Viva el Rey» le solicitan dinero aduciendo que cuando sus excelencias lo han repartido por la mañana, ellos estaban en la cárcel.
Brevemente la cámara se detendrá en Bernardo (Tito Valverde), el «cabeza del motín», por medio de un plano que nos lo convertirá en el mismísimo Satanás, para seguir con su personaje en la casa del marqués en donde vemos la relación entre él y Fernanda.
Nos vamos ahora a la celebración del primer sorteo de lotería, el 17 de marzo de 1766, mientras presenciamos una conversación entre el marqués y su esposa en la que se plasma la ambición de ella en contraste con la honradez de él.
Tras un encuentro con Fernanda en el que le recita una versos de Dante volvemos al famoso bando de capas y sombreros y a las medidas que se toman para que se cumpla aunque, como vamos viendo en las imágenes, revoca en violencia, de lo que se entera el rey en la visita que el marqués le hace mientras está de caza:
«Viva el rey y muera el mal gobierno».
En esta conversación observamos a un rey fuerte, no ajeno al gobierno del país. «Los españoles son como niños, lloran cuando se les lava la cara.», nos dice el rey tras lo cual hace un alegato de lo que se propone con su gobierno ilustrado: «reformar, no tiranizar» y se vuelve a reiterar el tema de que la resistencia del pueblo no es espontánea sino que hay manos poderosas detrás, aunque se desconocen los nombres. El rey nos dice que volverá a Madrid el 22, como de costumbre.
Por fin se encuentran Ensenada y el marqués y éste le hace partícipe de sus preocupaciones. Cree firmemente que va a haber un motín y que detrás de él hay manos poderosas. Le muestra a Ensenada unas ordenanzas que constan de quince puntos realizadas por el pueblo por su amor patrio para el buen gobierno (Constituciones y ordenanzas que se establecen para un nuevo cuerpo que en defensa del rey y de la patria ha erigido el amor español para quitar y sacudir la opresión con que intentan violar estos dominios), en donde se incluye que «sólo contra dos está permitida toda violencia», es decir, contra Esquilache y Grimaldi. El marqués nos comentará otra de las razones del descontento del pueblo, que la Junta de Abastos haya subido el pan debido a la sequía.
En carruaje viajamos hacia Bernardo, siendo testigos en el camino de la quema del retrato del marqués, y hacia un ciego que nos cuenta los pronósticos para este año del Gran Piscator de Salamanca, es decir, de Diego Torres Villarroel.
Vuelve la voz en off acompañando a la carroza en su llegada al Palacio Real, tras la cual Esquilache ordena convocar al Consejo de Guerra y al de Hacienda, incluidos los secretarios, consejos de los que es ministro además del de Estado, presidente de la Real Junta de Comercio, de la Moneda, etc., como nos dirá el rey mostrándonos el poder que ostenta Esquilache. Ronda la idea al marqués de haber perdido la confianza de Carlos III, rey por la gracia de Dios, pero éste le recuerda que «a nadie abandona y nadie debe abandonarle».
Su salud es cada vez peor debido al inaguantable peso del odio «No hay alma humana que pueda soportar el odio de todo un país».
Villasanta es designado como mayordomo para asistirlo mientras permanezca en Palacio, desprestigiando al duque de esa manera.
Tras una jornada de duro trabajo, Esquilache es visitado por doña Isabel de Farnesio (Amparo Rivelles).
Ella le hará saber al marqués cómo funciona un reino, comparándolo con una baraja de cartas, y nos dará el nombre de quién está detrás de todas las ideas políticas de Carlos III, el napolitano Tanucci. Doña Isabel le dice al marqués que está acabado lo que le lleva a plantearse el suicidio, interrumpido por su nuevamente salvadora Fernanda al son de las campanadas de San Francisco el Grande.
La guardia valona, que ya ha aparecido brevemente antes, toma más protagonismo ya que su papel es decisivo en el motín.
Vuelve la música, a cargo de José Nieto, y la lectura de la carta de Carlos III a Esquilache para, por medio de un fundido, irnos hacia las protestas del pueblo y el desenlace del motín en el Palacio Real. Villasanta le informa de la situación mientras que Campos se queja de las reprimendas que sufre delante de criados aduciendo que es un hidalgo español y enfrentándose de nuevo las actitudes de él y Villasanta.
Los disparos de los valones desencadenan la tragedia y Bernardo, al que se le erige ya unívocamente como uno de los cabecillas, pasea el cadáver de un guardia valón arrastrándolo por le suelo. Fernanda lo ve y es ahora cuando nos cuenta que fue él el que mató al criado Julián y la forzó a ella. Representa todo lo que Fernanda desprecia pero no puede evitar estar enamorada de él. Con estas figuras se nos plantea los diferentes «pueblos» enfrentados que hay, uno de ellos es la salvación y futuro de España, el otro su ruina y su pasado.
La iglesia aparece en la rebelión en la figura de un dominico, un fraile de San Gil, que será el encargado de hacer llegar al rey las peticiones del pueblo, peticiones que le entrega Bernardo.
No queremos dejar pasar por alto algo que en la historia de España ha sido enormemente importante y que observamos en Villasanta en la conversación que mantiene con el marqués, el cual permanece en sus habitaciones custodiado. Las mediadas de protección son ordenadas por el rey; Esquilache cree que ha caído en desgracia y que Villasanta lo retiene, pero éste le aclara que son obra de su majestad, que «lo jura por su honor». La honra y el honor es un tema al que habría que dedicarle páginas y páginas aunque hoy sólo nos contentaremos con reseñarlo.
Tras una breve continuación de la carta escrita por Carlos III y unas imágenes en las que se enfrentan a las tropas valonas con el pueblo, Esquilache acude a la presencia del rey. La música nos incita a la catástrofe, al igual que la mirada entre el marqués y Fernanda.
No ha caído en desgracia sino que el rey sigue recurriendo a él para tomar una última decisión. Arcos, Grazola y Priego optan por la vía dura, Sarriá, Oñate y Revillagigedo abogan por acceder a las peticiones de los amotinados. Supresión de la Junta de Abastos, salida de la Corte de la infantería valona, que el pueblo vista según su costumbre «y… tú» se enfrenta a la necesidad de conseguir «a sangre y fuego» todas las reformas que se han establecido. El motín no sólo está en Madrid sino en toda España. Esquilache, aún pensando lo peor sobre su futuro, aconseja al rey que acepte las peticiones del pueblo para así evitar un guerra fraticida, no obstante para él sólo piden el destierro.
Una vez aclarado el tema sólo queda solucionar lo de Ensenada, personaje del que tantas veces ha hablado al rey Esquilache en su favor. El rey le entrega una carta al marqués para que se la haga llegar como último acto, el cual será bastante aclaratorio en el aspecto de quién ha sido uno de los máximos responsables del motín.
Ensenada, acompañado por Campos, ambos con gesto de satisfacción, acude a la presencia de Esquilache. El desenlace para él no es el esperado. El rey, lejos de nombrarlo como sustituto o con algún alto cargo, lo destierra a Medina del Campo. Ha perdido todo su dinero sufragando los gastos de la rebelión; su carteta cae es palpable el enfrentamiento entre la nobleza y el marqués de Esquilache.» ¿A quién te has vendido? ¿A la nobleza de siempre, a la Iglesia, a los franceses?»
Aranda acusa a Esquilache de haber intentado continuar su política pero de forma mediocre, de haber pasado de plebeyo a marqués.
El pueblo, una vez adaptadas las medidas oportunas, aclama a su rey Carlos III.
Sólo queda solucionar el papel de Fernanda. No puedo acompañarlo a Italia y eso atormenta a ambos pero es ahora cuando queda reflejada y enaltecida esa parte del pueblo español que puede cambiar su mundo; es ahora cuando el futuro representado por Fernanda se enfrenta al pasado en la figura de Bernardo y lo deja atrás, reniega de él. Es ahora cuando el futuro debe ganar «con su propia libertad». «El pueblo eres tú»
«No tiene otra cosa que darme que grandes palabras»
Esquilache ha sido desterrado pero sus ideas al final han triunfado. No obstante, lo que le queda en el lecho de muerte no es eso sino el intento de recordar a Fernanda, su amor, aunque fuera sirviéndole el chocolate.
El círculo se cierra con el comienzo de nuevo con la lectura, desde el principio, de la carta de Carlos III dirigida a Esquilache, carta que le recuerda su lucha y su amor.
Próximamente: Un soñador para un pueblo, de Antonio Buero Vallejo
Introducción
En 1958 vio la luz esta obra teatral de Buero Vallejo, tanto su publicación como su estreno bajo la dirección de Tamayo. En ella el dramaturgo llevará al espectador al siglo XVIII, a los momentos preliminares del motín de Esquilache y a su manifestación.
Enmarcada dentro de la etapa historicista de su teatro, vamos a poder observar la función política y social del dramaturgo.
Parte primera
Con el «Concierto de Primavera» de Vivaldi, comienza esta primera parte con dos espacios enfrentados; por un lado la calle, en donde tendrá lugar la acción del pueblo, por otra la Casa de las Siete Chimeneas, hogar de Esquilache, y su gabinete, en donde el poder será el que interactúe.
La acción comienza con un ciego anunciando los pronósticos de «El Gran Piscator de Salamanca», don Diego Torres Villarroel, de gran fama en la época, en el Diario Noticios, Curioso, Erudito y Comercial y situándonos en el 9 de marzo de 1766.
Tras varias conversaciones, se nos presentan dos de los personajes más decisivos en la obra, Fernandita y Bernardo el Calesero. Ambos son representaciones del pueblo con connotaciones muy diferentes; Bernardo, uno de los cabecillas del motín, representa la España rancia, alejada de los cambios, que se quedará atrás con el movimiento del mundo; Fernanda es el futuro, es ese pueblo que está evolucionando y llegando a su mayoría de edad, capaz de ver más allá y de avanzar. […]
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