¿Os dais cuenta de que abrazamos poco?
A veces con un simple abrazo curamos heridas emocionales, con un abrazo acercamos posturas irreconciliables que un tiempo atrás ni siquiera podríamos pensar.
El abrazo acerca corazones, sin palabras, sin explicaciones, simplemente dejando que las sensaciones corran por nuestra piel.
En mi vida he comprobado lo que aquí os cuento:
En un determinado momento en el cual mi vida giraba dentro del círculo de la soledad interna venía paseando por la calle, pensando en cómo te puede cambiar la vida en un segundo y en lo difícil que es encontrar ese momento positivo al final del día, para mañana decidir empezar desde cero y vivirlo como si fuera el último —algo que deberíamos hacer todos—.
Y, cuando giré la esquina, vi a lo lejos a una mamá, un cochecito de juguete y una niña jugando de un lado para otro.
Seguí andando despacio y las observé; la niña no tendría más de tres añitos, rubia, con el pelo rizadito, un vestidito azul y zapatillas del mismo color, sonriendo y corriendo hacia su mamá. Yo ya había llegado a la mitad de esa calle y de ellas me separaban como trescientos pasos —soy malísima calculando, pero, si os parece mucho, poned la distancia adecuada con la imaginación… — y, de repente, veo que la niña pasa a su mamá y sigue corriendo hacia mí con los bracitos estirados. Miré hacia atrás pensando que vendría su papá detrás de mí, pero estaba sola y la madre me dijo: «¡Va a darte un abrazo!». En ese momento pensé: ¿darme un abrazo sin conocerme?
Me agache a recibirla, no estoy acostumbrada a los niños, y mucho menos a sus abrazos, así que cuando llegó casi me caigo sentada de culo, no sabía la fuerza que traía corriendo esa muñeca tan pequeñaja.
Me dio un abrazo fuerte, agarrándome por el cuello, mirándome con esos ojos marrones, directos al corazón, y con una sonrisa que borró mis penas de un plumazo. No sabía qué hacer, me puse de pie y me acerqué a la madre —os doy mi palabra de que no las conocía a ninguna de las dos— y ella me explicó que le encantaba abrazar a la gente.
La pequeña me miraba a los ojos, estos empezaban a nublarse, no quería llorar, no quería asustarla, mientras me apretaba con sus bracitos y me sonreía.
La madre me seguía explicando que desde que había echado a andar le encantaba abrazar a todo el mundo, le daba igual conocerlos o no, ella solo quería abrazos y lo conseguía.
¿Un Ángel entre nosotros? Quise creer que sí, mi día era muy complicado, no tenía con quién hablar y esa pequeña apareció para tenderme esa manita de esperanza que tanta falta me hacía en ese momento.
.Le di un beso, la dejé en el suelo con mucho cuidado y volví a por mí mochila, que estaba tirada detrás de nosotras. Cuando regresé hacia ellas, la niña volvió a tirarse a mis brazos y la madre, riéndose, me dijo: «Le has gustado».
Os juro que las lágrimas me brotaron sin querer, que el abrazo de esa pequeña fue el bálsamo para unas heridas invisibles que no curan y que esa sonrisa, ese beso y ese gesto me dieron la paz que necesitaba.
Siempre he pensado que desde allá arriba nuestros seres queridos nos mandan ayuda de miles de formas en los momentos más críticos anímicamente para nosotros.
Los niños, con su ternura, su limpieza de sentimientos, sinceridad, ingenuidad y sin filtros, te pueden hacer encontrarte a ti mismo de mil maneras.
Intentadlo de verdad, abrazar no cuesta dinero, debemos romper barreras, debemos mirar de frente a los ojos, tender las manos, intentar llegar al corazón del otro, vivimos en una sociedad que cada vez es más fría, más metida en una burbuja, por eso mueren tantas personas solas, porque no somos capaces de llamar a la puerta, solo sabemos murmurar:
Parce que hace mucho que no vemos a Francisco. A lo mejor se ha ido con sus hijos. Y al tiempo, lo encuentran muerto en su casa, pero claro, ese es justo el momento de echarnos las manos a la cabeza y preguntarnos ¿cómo es posible que la gente muera sola en su casa y ni siquiera los vecinos se hayan enterado o la hayan echado de menos.
Hemos perdido mucho de saber convivir, de respeto, de compañerismo, de saber relacionarnos con el de nuestro lado, me gustaría que os sirviera de reflexión y que al menos miraseis si en vuestro entorno alguien necesita simplemente un abrazo.
He tenido muchas ocasiones de comprobarlo, afortunadamente, y soy afortunada cuando, en determinados momentos, me cruzo con una sonrisa, un abrazo o una mirada de esas que te gustaría preguntarle a esa criatura: «¿Qué me miras?». O cuando en un comedor social una niña pequeña, de no más de cinco años, te grita desde lejos: «¡Esperanza, te queremos!».
Emotiva columna con la que estoy totalmente de acuerdo. De hecho lo he practicado más de una vez y apenas falla. En malos momentos el contacto aproxima y vence barreras que muchas veces las palabras no derrumban. No sólo los abrazos, una caricia, una mano estrechada, un pequeño empujón y las vías de sensaciones se abren. No siempre, repito, pero sí muchas veces. Buena columna, aportando experiencias que efectivamente nos pueden hacer reflexionar.
Bonito artículo, lleno de razón y sentimiento.
Gracias Sisian,es lo que todos buscamos llegar al corazón y dejar algo.
Un abrazo.
Hola Victoria me ilusiona que te haya gustado.
Un abrazo