El título de esta columna lo
escuché hace poco, no me acuerdo si en una serie en televisión o una película.
El caso es que me anoté en seguida la frase en el block de notas del móvil (es
de las pocas utilidades que le encuentro al aparato del que algún día
discutiremos) para evitar que cayera en el olvido. Me gustó, lo reconozco, pero
es dura e injusta según se mire pues entiendo que ellos tienen mucho más que
eso. Pero tiempo, en general, sí es cierto que tienen de sobra, y en eso los
envidio pues a mí es de lo que más me falta. El trabajo, las hijas y sus
problemas, las tareas de casa con las que intento colaborar y algún extra que
siempre llevamos por hacer, me dejan realmente el día en números rojos de horas
para explayarme en ocios que relajen la mente y alimenten el espíritu. Pero
vivo con la esperanza de que llegará el día que me dejen jubilarme, pueda tener
una pensión, por modesta que sea, y comience a disfrutar de un excedente de ese
tiempo.
Tampoco el denominar “viejos”
a nuestros ancianos me parece lo más correcto, pues encuentro ciertas
connotaciones despectivas en la palabra que no me convence. La denominación “mayores”
me parece más dulce para señalar esa tercera, o cuarta, edad que cada vez
alcanza más gente y a la que, antes o después, todos aspiramos a llegar. Me
parece tremendamente estúpido llamar viejos, y mofarse o ningunearlos, cuando
en breve, unos años que pueden pasar rápidos, el bufón de turno será tildado
como tal y exigirá respeto. Afortunadamente son los menos, pero los hay.
De todas formas, la frase “los
viejos sólo tienen tiempo” se la oí a uno de esos “viejos” que, obviamente, la
pronunciaba con respeto describiendo su propia persona. Relataba, con cierta
nostalgia, cómo al no tener obligación laboral ya por su estado de jubilado, la
familia repartida y acomodada en sus historias personales a los que veía
relativamente poco, con una afortunada salud aún respetada por la edad, era
tiempo lo que le sobraba. Así todo lo tomaba con más calma, pero advertía que
esa misma desaceleración en su ritmo diario podía volverse en su contra si no
invertía ese tiempo en diversas actividades. No se debe caer en la vida
contemplativa permanente aunque haya momentos para todo. Las ayudas, sociales o
no, deben ser bienvenidas para tampoco abusar físicamente del mayor o menor
grado de desgaste que tenga cada uno, pero siempre hay que tener unas tareas
mínimas que ejerciten mente y cuerpo.
Todos los días reservo un
pequeño rato por la mañana, a veces también al inicio de la tarde, cuando las
obligaciones me lo permiten, para hacer una visita a mi madre. Reconozco que,
en mi época adolescente, en muchas ocasiones nos referíamos a nuestros padres
como “nuestros viejos”, jamás de forma peyorativa, más como un signo de
respeto, marcando “nivel Premium” (como se diría hoy) en sus comentarios hacia
nosotros, sus hijos, que eran tomados relativamente en serio. Hoy ella, más
próxima a los 90 que a los 80, se levanta muy temprano, diría que excesivamente
temprano, para “aprovechar bien el día”, según dice, pues en todos sus
quehaceres necesita parte de ese preciado tiempo que tiene. Me admiro de cómo,
metódicamente, hace sus ejercicios para “calentar” motores, se asea, desayuna y
para cuando llego, que tampoco es nada tarde, ha repasado toda su colección de
santos a los que rezar. Es pequeñita de estatura, como muchas de las madres que
conozco, pero es una fuente de energía y voluntad. Pocas veces deja que le
ayudemos en nada a no ser que el asunto requiera más fuerza o altura de la
normal, pero también le gusta saber que nos tiene cerca, lo que le da seguridad.
Todas las mañanas tiene sus tareas y, bastón en ristre, recorre las calles con
cierta alegría al andar y mucha más al hablar con los vecinos. No deja opción a
que “su tiempo” se pierda, lo aprovecha bien entre mandados, misa y algún
papeleo que tenga que resolverse, programando su ruta de paseo según le
interese. A pesar de sus problemas de huesos, no se da por vencida y consigue
finalizar sus mañanas con pleno de objetivos. El resto del día, tras almorzar,
lleva “su tiempo” al relax, a actividades más tranquilas que también la
satisfacen: algo de televisión, leer y hablar por teléfono con mis hermanos y
las pocas amistades que aún mantiene. Me impresiona cada vez que me cuenta, con
resignación, que ha vuelto a actualizar su listín de números de amistades el
cual, la última vez que lo hizo, no ocupa más de una cuartilla. Y no todos
están confirmados como que sigan activos.
Es duro, pero es natural. Cada
vez vivimos más, gracias a Dios se suele decir, pero esa mayor longevidad no
nos la garantizan que sea acompañados, lo cual no deja de imponer cierto
respeto. Viéndolo aún con cierta distancia, uno no se imagina la situación de
poder quedarse sólo, sin coetáneos con los que compartir aunque sea sólo un saludo.
Pero eso será tema de otra columna, o no.
Mi espacio se me acaba para
este escrito pero aún me quedan ganas de rebatir la frase que lo titula. No
sólo tienen tiempo. Tienen recuerdos que no debemos dejar perder, tienen
consejos que no podemos permitirnos ignorar, sabiduría de la que aprender,
sonrisas que dedicar, miradas para recordar y manos para abrazar. Y en todo
ello podemos compartir “su tiempo”.
Me has tocado el corazón.
Eres afortunado por tenerla a tu lado.
Dala un enorme abrazo de una persona que nunca supo lo que es una madre.
Lo siento mucho porque realmente sí es una fortuna. Algún día escribiré algo más de nuestra «particular» relación, de mi madre conmigo y viceversa. Por eso disfruto esos momentos y me gustaría que cada mayor tuviera con quién compartirlos, pero eso ya es pedir demasiado. Le daré ese abrazo de tu parte.
Precioso!!! A menudo no valoramos el valor de nuestros «viejos».
Efectivamente, Victoria. El día que caemos en la importancia que tienen muchas veces es demasiado tarde.