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Los fantasmas de su cama

Sentía
ruidos en mitad de sus sueños. Y los sentía bien cerca, a su lado. No era la
primera vez que le ocurría, aunque jamás se había atrevido a despertarse para
comprobar qué eran aquellos molestos sonidos, de dónde procedían. El miedo
entre el sopor de la madrugada le podía, lo convencía de no abrir sus ojos.
Hasta que una noche se atrevió desesperado ya por tanta pesadilla. Abrió los
ojos y presenció, a ambos lados de la cabecera de su cama, dos imágenes
absurdas, sin pies ni cabeza, como antiguos mojones blancos de carretera, sin
más expresión ni apéndices, que se movían oscilantes a derecha e izquierda
apenas unos centímetros, y de los que surgían aquellas frases sin sentido que
rompían el silencio de la noche. O al menos así lo creía él. Llegó incluso
varias veces, en distintas noches, a maldecir a sus “fantasmas de cabecera” a
voz en grito, a arrojarles objetos que nunca acertaban pues traspasaban el
objetivo, a llorar desesperado porque aquello acabara.

Todo
lo anterior es un hecho real, contado con gran angustia por la persona
afectada, narrado con discreción aliviando sus miedos. Son los fantasmas de su
cama que bien podrían llegar a ser nuestros porque la mente es complicada. A
medida que la esperanza de vida se alarga o nos afectan accidentes,
enfermedades u otras sustancias, la posibilidad de desequilibrar nuestra mente,
de padecer por ella, de disolver voluntades en delirios extremos, de agarrarse
a lo que nadie palpa, de ser alguien o algo que nunca se aclara, esa posibilidad,
repito, estira sus garras acechando un punto débil del que deshilar el alma.

En
alguna ocasión me he parado a pensar, como mucha gente, qué tipo de vejez me
deparará el futuro. No lo hago desde el miedo, pues la ley natural nos
alcanzará a todos, pero sí desde el respeto. A veces, en reuniones de amigos o
familiares, he propuesto si a alguno de los presentes les gustaría saber el día
y hora de su fin. Por supuesto, jamás, insisto, jamás me he encontrado con
alguna respuesta afirmativa, atribuyendo yo ello más al miedo a saber cómo que al
hecho en sí de la muerte. Aterra el dolor, el sufrimiento prolongado, pero casi
da más miedo el descontrol, la locura o el aislamiento inconsciente del entorno
al que muchas de las llamadas “enfermedades modernas” nos hacen desembocar.

Por
eso, sobre todo a partir de ciertas edades a las que muchos nos aproximamos a
golpe de calendario, en cuanto apreciamos una mínima señal de alarma, nos
sentimos tan frágiles y nos tememos lo peor, dejando crecer nuestros miedos sin
justificación alguna, los cuales, en caso de dominar nuestra mente, agravarán
aún más el posible problema. El saber negociar con la mente el grado de
importancia de esos signos será la principal arma para no dejarnos vencer, o al
menos una defensa importante.

Los
fantasmas de su cama llegaron a ser un auténtico suplicio, un castigo para un
maltrecho cuerpo demasiado cargado de años y con algún otro achaque que sumar.
No hubo médicos ni familia que lo entendiera, ni medicinas que lo curasen o
aliviaran, ni testigo alguno de sus presencias. Aquellos sonidos llegaron a
retumbar en su cabeza antes incluso de llegar a dormirse. Las apariciones
espectrales se regocijaban en él sin que la alarma de su lucha a voces, que
atraían a alguno de sus hijos desde una habitación próxima, fuera nunca
solución ni prueba de su demencia. “¡Hijos de puta! ¡Malditos hijos de puta!”
se agotaba de clamar contra sus fantasmas, hasta verse de nuevo arropado por
los brazos de un ser querido que le susurraba calma.

Sigo
creyéndole, seguro de que así pasó todo, pero sé que siempre planeará la duda
sobre un tipo que derrochaba alegría, aparentaba fortaleza y demostraba una
inteligencia mayor de la común. Disfrutaba con la vida y lo transmitía, pero al
final de sus días lo enterraron como loco. La vida son dos días y queremos
hacerla cuatro, con lo que ello conlleva. Vivamos esos dos y del resto gocemos
los extras.

Maldita
locura que todo lo apaga. Difícil la mente que cede, que falla, amenazada por
fantasmas que ahora danzan a sus anchas. Descanse en paz de este absurdo,
descanse en paz…hasta mañana.

Sisian Reysha Contributor

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