¿Por
qué negarlo?
A
veces nos escondemos tras las gafas de sol para que no sepan qué miramos y no
afrontar la realidad que sí que vemos pero negamos.
Y
tras las gafas, nuestros ojos ven la miseria del indigente, del que pide dinero
frente al que pide que lo rescaten.
De la guapa moza que devoras con la mirada oculta tras tu muro de placeres prohibidos y de la que no te atreves a mirar a los ojos porque te escondes, como un cobarde, al temer que se dé cuenta de tus intenciones y pensamientos de los que tú mismo te avergüenzas.
Y
nos escondemos tras el muro de la indiferencia al estar rodeado de miserias
cuando la nuestra es precisamente esa, la impasibilidad ante el mendigo o
mostrar nuestro lado más lascivo ante la moza que luce gustosamente y con
orgullo su palmito.
Porque
nos abruma el caos organizado a nuestro alrededor y aunque llueva y no salga el
sol, nos volvemos a colocar unas gafas, mientras más oscuras mejor porque de
cerca, pudieran notar cierto grado de humanidad e incluso hacernos dudar y
dejarnos llevar porque pudiera no importarnos el qué dirán.
Porque
si bien es cierto que con las gafas no te molesta el sol, no deja de ser verdad
también que algo se remueve en tu interior cuando ves lo que no quieres ver.
Y
es que creemos que no nos ven porque nos hacemos los ciegos cuando en realidad
estamos dormido en el más profundo de los sueños, sin conciencia, con el norte
perdido, pasando de puntillas por la vida y volviendo la mirada a nuestra
realidad cuando nos encontramos desnudos sin las puñeteras gafas.
¿Por
qué negarlo?
Hacemos
la vista gorda, y yo el primero, por no querer tender la mano al mendigo y por
no ver la auténtica belleza de la moza más allá de su exuberante escote y su
corto vestido.
Qué
difícil es mirar a los ojos cuando ves lo que no quieres ver o cuando te gusta
lo que ves y te comportas como un miserable por verlo como lo ves.
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