Uno de los lugares emblemáticos de Madrid es, sin duda, la Puerta del Sol. No sólo es el centro neurálgico de la capital donde miles de personas se concentran cada día, es el latido de un corazón movido por un sinfín de historias, de reencuentros, de amores y desamores, de deseos, risas y añoranzas. Tan solo es necesario detenerse durante unos minutos y observar lo que ocurre. Es una sensación curiosa el sentirse el centro de gravedad, en donde el tiempo parece haberse detenido mientras a tu alrededor todo gira a gran velocidad. En Nochevieja somos muchos los que nos concentramos en este lugar para despedir el año que se marcha y dar la bienvenida al que viene, esperando que nos traiga salud, dinero y amor: El Reloj de la Puerta del Sol.
Doce meses, doce campanadas, doce deseos, doce uvas.
Todo vale, dar rienda suelta a la imaginación, supersticiones, vestirse de una determinada manera, comerse las uvas con el pie derecho por delante del izquierdo, tener algo dorado, brindar con cava, confeti, matasuegras, gorros de fiesta, máscaras, disfraces, risas y mucha ilusión. Dicen que si pides un deseo por cada campanada, al menos uno de ellos se cumplirá. Tampoco se pierde nada por intentarlo, ¿verdad?
Mi última historia del 2019 empieza precisamente en este punto, en el Kilómetro cero de la capital, en el último día de este mismo año, en medio de la multitud.
«Ya había notado algún que otro problemilla con mi reloj. Desde que lo había heredado de mi hermano mayor, unas veces se atrasaba, otras se adelantaba pero, lo que nunca hacía era ir con el tiempo. De hecho, creo que había trazado un complot en mi contra para demostrarme que no se puede ir por la vida con prisas y a lo loco. Por aquel entonces sólo unos pocos afortunados llevaban relojes inteligentes, de esos que te contabilizan los pasos, el pulso, la tensión, te dicen los vasos de agua que tienes que beber al día y, al final, la hora la acababas mirando en el móvil. Pero yo no tenía ese problema. No me importó en absoluto heredar el reloj de mi hermano, que a su vez lo había heredado de mi padre, que a su vez se lo dio mi abuelo y así de generación en generación. Para mí se había convertido en la excusa perfecta para salir de situaciones comprometidas: el tiempo de estudio podía quedar reducido a la mitad, al igual que el tiempo de juego podía ser de una tarde entera. Me presentaré, mi nombre es Manuel Cordero Infantes, pero me puedes llamar Lolo. Soy el hijo pequeño de Paco y Antonia. Tengo dos hermanos mayores, Ángel y Andrés, que me hacen de rabiar, pero no quejo, me las apaño bien. Como todos los años por estas fechas celebramos la Nochevieja en la Puerta del Sol, por lo de las uvas y todo eso. Yo prefiero comer ositos de gominola pero mi hermano Andrés me dice que así no tendré suerte y que encima se me caerán los dientes. Todo el mundo está aquí, esperando a las campanadas, nuestros vecinos, nuestros amigos, hasta mi profe de matemáticas, Ernesto. Mi reloj, como siempre va a lo suyo y ya está en el 2020, pero en realidad faltan todavía diez minutos. Siempre pasa lo mismo, mi padre nos da las instrucciones correctas de cómo comer las uvas, para no adelantarnos, pero cada uno hace lo que le da la gana y la mayoría de las veces o terminamos antes o después. Qué nervios, ya baja el carillón, los cuartos… Una, dos, tres, cuatro, cinco…, nueve, diez…, DOCE… TRECE, CATORCE…Oh, oh, algo no va bien, las campanadas no han parado, y a mi reloj le pasa algo. Estoy desapareciendo. ¿Qué me sucede?» [Continuará el próximo año] En la próxima publicación ya estaremos en el 2020, cómo pasa el tiempo. El mejor consejo que me han dado es intentar que todo sume, que no pensemos en el final, sino en disfrutar del camino. En Año Nuevo las cosas continuarán por donde las dejaste en Nochevieja, eso sí, quizás con un poco más de resaca.
Desearos a todos los que hacéis posible esta revista, compañeros de letras, lectores y amigos, que el Año Nuevo venga cargado de cosas bonitas, de ilusión y de nuevos proyectos, siempre hacia adelante, unidos por la magia de las letras.
Yo seguiré mezclándome entre la gente, formando parte de la tradición, de las calles de mi querido Madrid, y por cada campanada pediré un deseo, cumpliré un sueño, seré una historia que cobrará vida en mi imaginación.
FELIZ 2020
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