Hace unos días, mi compañero de trabajo y yo fuimos a sacar la basura del bar como solemos hacer todas las noches después de terminar una bonita y maratoniana jornada laboral.
Estábamos sentados frente a la montaña de basura, pitillo en mano como de costumbre, en la céntrica Plaza del Siglo de Málaga, lugar de reunión donde todos los camareros y cocineros de los bares colindantes terminan desfilando con sus cubos de basura, y acabamos echando unas risas mientras escuchamos a unos y a otros despotricar y contar sus miserias, penas y alegrías con la habitual guasa que allí se estila. De repente, en un momento que nos quedamos solos, mi compañero y amigo de fatigas me preguntó:
– Juan, ¿a ti te gusta la Navidad? ¿Qué significa para ti la Navidad? Dímelo por favor.
Me
lo preguntó tan serio y con tanta insistencia que, sinceramente, me quedé sin
palabras. Tengo que decir que mi compañero es marroquí pero la religión nunca
ha sido un muro entre nosotros. Siempre hemos hablado con total transparencia
de lo que pensamos y lo curioso es que siempre llegamos al mismo puerto: «haz
el bien y no el mal». Básicamente lo que tanto trabajo nos cuesta hacer por muy
devoto que se sea aunque por lo menos, en nuestro caso, ponemos bastante
interés en cumplir con ese mandamiento que se supone sagrado.
Confieso
que la Navidad siempre ha sido mi fecha favorita del calendario hasta que le
dieron por incendiar la calle Larios y convertir el centro de Málaga en un infierno
donde, atraídos por el calor de las luces de Navidad y el falso espíritu
navideño, llegan gentes de todos los confines del mundo mundial convirtiendo en
un caos mi preciosa y humilde Málaga natal que no está preparada para estos
trotes por mucho que digan los que hablan por hablar y mienten por costumbre y
para no variar.
Ahora
es cuando pierde todo el sentido el verdadero significado de la dulce Navidad y
queda reducido, más que nunca, a un reclamo comercial y turístico para atraer a
potenciales clientes y llenar comercios y bares donde al final se forran los de
siempre, mientras los curritos trabajan más por lo mismo. Porque ya que se nos
relega al sector servicios, siendo esa la salida laboral más viable y socorrida
en mi tierra, es de ley que se respeten y mejoren las condiciones laborales de
dicho sector frente al abuso y a la precariedad laboral existente en la
actualidad.
Pero al margen de la indefensión y frustración que existe ante tal situación de crispación generalizada entre trabajadores y empresarios, lo cierto es que cuando me hizo aquella pregunta mi querido amigo, aparentemente tan simple de contestar, me quedé con cara de póker porque no sabía qué decirle.
Era evidente que, conociéndome y siendo consecuente conmigo mismo como presumo ser, no le iba a soltar a mi amigo natural de Alhucemasla matraca del nacimiento del niño Dios, ni lo de la estrella de Navidad invadiendo el espacio aéreo guiando a tres Reyes Magos de Oriente a lomos de camellos cargados de regalos ni el por qué tiene que pagar el roscón de reyes el que se encuentra el haba en su interior al pegarle un mordisco aunque pierda un diente.
Pero
la verdad es que el concepto en sí de la Navidad no ha cambiado para mí. Siempre
ha sido la mejor ocasión para reunirse en familia, con amigos y compartir un
buen rato. Es verdad que lo podemos hacer cualquier otro día del año y con toda
la razón del mundo pero como dice Pablo de Tarso en Romanos 14:5-6 «Uno hace
diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté
plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace
para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que
come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el
Señor no come, y da gracias a Dios». Aunque parezca que el Señor no está detrás
en esta celebración, sólo lo parece. Ya sabemos que Jesús no nació en diciembre
pero, ¿qué importa eso si crees en él y la celebración es por él?
Los
tiempos han cambiado y el espíritu navideño que se respiraba antaño en las
calles, cuando los vecinos abrían las puertas de sus casas de par en par ofreciendo
a cualquiera que pasara por delante una copa de anís y un mantecado, hoy en día,
ese espíritu se ha perdido. La Navidad se celebra de puertas para adentro,
cerrando a cal y canto nuestras fortalezas y todos nos recluimos en nuestra,
cada vez, más celosa intimidad pero, eso sí, sin perder de vista las redes
sociales por aquello de aparentar.
También
parece que se está perdiendo la tradición de la cesta de navidad tan esperada
por los empleados donde el verdadero valor no era el contenido en sí de la
cesta, sino el detalle en cuestión, ya que a nadie le amarga un dulce y mucho
menos si te lo has ganado durante todo el año. Fíjate cómo se han cambiado las
tornas que ahora las horas extras que le regalas al jefe en estas entrañables
fechas lo llaman el aguinaldo de Navidad.
Y
es que no veas cómo está el patio, para que después digan que España va bien
los que llevan un año sin dar un palo al agua, esos que cobran por gobernar y
no sólo no gobiernan sino que no hacen más que darnos por culo y mandarnos de
vuelta a las urnas precisamente para que le salvemos el suyo. ¡Y un carajo
España va bien!, que de tanto aguantar nos van a reventar los cataplines y
cuando nos revienten, hasta el niño Jesús se va a levantar del pesebre para
salir por patas porque para Armagedón, nuestra indignación.
Querido
amigo, qué quieres que te diga si, personalmente, parezco masoca cuando digo
que me gusta la Navidad. Te cuento un poco por encima cómo está la cosa como diría
el gran José Mota: un abuelo y una abuela mía murieron el 31 de diciembre, el
día de Fin de año. Mi otro abuelo murió el 22 de diciembre, el día de la
lotería de Navidad. Y la abuela que me quedaba murió el 6 de enero, el día de
Reyes. Como comprenderás, a veces, cuando llegan estas fechas, me echo a
temblar y se me ponen los pelos como escarpias pero ya te digo que la Navidad
para mí es una tradición familiar aunque suene un poco macabro en mi caso.
Lo
cierto es que me encantan los villancicos de toda la vida, el olor a tomillo en
los belenes, el árbol de Navidad que me muero por poner en mi casa, los
borrachuelos rellenos de cabello de ángel, el roscón de reyes, el olor a
castañas asadas que inundan las calles, me encantan las típicas películas
navideñas como Qué bello es vivir o la de Mr. Scrooge del Cuento de Navidad de
Dickens pero sobre todo, me gusta reunirme en casa de mis padres con toda la
caterva y brindar por un año más que el que viene, Dios dirá.
¿Qué es para mí la Navidad? A decir verdad, no tengo una respuesta filosófica, trascendental, ni mucho menos religiosa salvo que es una bonita tradición y que me temo que, poco a poco, también se perderá. La Navidad para mí es estar donde tengo que estar y con quien quiero porque es donde encuentro la paz y la armonía que necesito.
Muchas
felicidades a todos y mucho amor pero del bueno, del de verdad. De ese amor que
hablaba el que se supone que está detrás de la Navidad por si lo habías
olvidado.
Ojalá
todos disfrutemos estos días de un momento de paz por efímero que sea y que se
cumplan tus deseos aunque no celebres ni creas en la Navidad, simplemente
porque te deseo lo mejor de todo corazón. Si nos paramos a pensar, bien podría
ser ese el significado de la Navidad, ¿no crees?: olvidar nuestras diferencias
y creencias aunque sólo sea por un día, aunque sólo sea por una noche y de
ocurrir ese milagro lo más probable es que sólo ocurra en Navidad.
¡Feliz
Navidad!
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