Parece
que la religión o la política es algo tan íntimo y personal que creemos que nos
pertenece y elegimos libremente.
Estamos tan convencidos de nuestras posturas y creencias que no cabe lugar para la autocrítica; todos tenemos la razón y todos somos capaces de perderla con tal de justificarnos.
Los
hay que callan y se comportan como meros espectadores del viejo juego de
poderes.
Los
hay que proclaman a los cuatro vientos sus ideas reaccionarias formando parte
del juego, como peones movidos al antojo de los de siempre.
Y
luego están los incrédulos que vagan en tierra de nadie, incomprendidos,
solitarios, que incomodan a unos y otros con sus posturas reconciliadoras que,
al no confesarse ni de unos ni de otros, tan sólo reciben el insulto del
silencio y el menosprecio.
Porque
hay que mirar a otro lado cuando no se quiere escuchar y se cree tener la
verdad para seguir con las reglas del viejo juego en el que todos, tarde o
temprano, acabamos jugando.
La
verdad no es otra que ni la religión, ni un determinado color político nos
pertenece y si nos dejan formar parte del juego es sólo para distraernos,
porque lo único de lo que de verdad formamos parte y curiosamente no vemos, es
del tablero de juego donde morimos por ideas de unos y de otros por no apelar a
la lógica que por ser tan simple, nos parece utópica y absurda.
Siempre
son los mismos y nosotros siempre somos los otros, los que mantenemos viva la
llama del poder y la fe sin pensar que somos nosotros, la gran muchedumbre, los
que tendríamos el verdadero poder si de verdad fuéramos a una y dejáramos de
defender siempre a los mismos, a esos que gobiernan nuestro día a día aún cuando
ellos, son a la vez, las marionetas de los que no dan la cara y nunca vemos,
los que están más arriba aún, por encima de todo y de todos, los que realmente
gobiernan nuestras vidas y nuestro mundo.
Y cometemos el error de defender con ahínco, y a veces hasta el extremo, nuestras convicciones, evitando la parcialidad, negando las evidencias mientras nos retorcemos en nuestros pesares, y aunque se nos caigan los pilares de nuestro propio entendimiento, cegados por nuestra postura e inquebrantable creencia acorde con nuestra incapacidad de ver la realidad, permanecemos fieles a nuestras ideas que no dudamos en tachar de verdades absolutas, derrumbando así cualquier posibilidad de debate imparcial y objetivo, cuando si de algo hay que estar de acuerdo es que formamos parte del mismo juego y, sin embargo, jugamos en equipos distintos el mismo partido una y otra vez.
Creer
una mentira no la convierte en verdad. Y creer tener la verdad y la razón es el
objetivo del juego al que jugamos todos movidos por los de siempre, por
nuestros amos y señores que les interesan tenernos entretenidos, defendiendo
sus intereses cuando creemos defender los nuestros.
Elige
un color político y defiéndelo como si te fuera la vida con ello.
Elige
una religión y olvídate de lo verdaderamente importante. Al fin y al cabo, el
que pregonaba aquello del amor al prójimo y la igualdad entre personas resulta
aún tan incómodo como molesto; a decir verdad y para ser honestos, pocos o
ningunos predicamos con su ejemplo por estar más preocupado en mirar al cielo
que ver lo que hay aquí abajo, a nuestro alrededor.
Una
vez que ya te has posicionado, etiquetado y clasificado, saca el necio que
llevas dentro y saca pecho mientras te bajas los pantalones delante de tu
presidente y de tu líder espiritual. Ya tenemos la razón de porqué hemos
llegado a este punto y el mundo sigue prácticamente igual; perdona mi pesimismo
pero me temo que esto no va a mejorar, como tampoco llegará el temido Armagedón
defendido a capa y espada por los
mediadores entre Dios y los hombres para meter miedo y presión a sus devotos
feligreses y tenerlos atados de pies y manos, con los ojos cerrados y depositando
a fondo perdido el «propósito divino», su dinero.
Al fin y al cabo se trata de generar expectación y enfrentarnos: «divide y vencerás». Lo único que les preocupa de verdad a quienes mueven los hilos es nuestro despertar, que un día abramos los ojos y veamos por fin su gran espectáculo y nos sintamos como Jim Carrey en «el show de Truman»: observados, engañados y ridículos.
Pero
visto lo visto, eso aún no va a pasar. Hay mucho tonto suelto y muchas sectas
por derribar.
La
unidad hace la fuerza pero a ellos, los de siempre, no les interesa. ¡Posiciónate!
¡afíliate! ¡bautízate! Sé uno más y el que más a golpe de pecho y ondeando sus
banderas. Y como decía el gran Joaquín Prat: ¡A jugar!
«La
vida sigue igual» ¡y lo sabes!
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