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CONFIANZA

Por suerte o por desgracia hoy en día tenemos acceso a todo tipo de información. Televisión, radio, prensa, Internet… 

En una de mis andanzas literarias acepté el reto de escribir treinta relatos distintos durante treinta días seguidos y, todos ellos deberían de ser escritos en el transporte público. Es extraño, lo sé, pero un reto es un reto.  Pues bien, para el día número 15 había pensado en escribir sobre una noticia, bien del telediario, bien de la prensa. Sólo por curiosidad, ¿os habéis parado a contar la cantidad de malas noticias  que llegan hasta nosotros a diario? Es impresionante, muchas más malas que buenas. La verdad es que da qué pensar. No hizo falta que buscara mucho, como se suele decir, las malas noticias vienen solas y ésta llegó, llegó prácticamente en el momento, de boca en boca y afectando a personas conocidas. Una de esas noticias que por mucho que se repitan no te podrás acostumbrar jamás en la vida, te arrancan la confianza en las personas a bocajarro y sin anestesia. Claro que no era la primera vez que algo tan horrible sucedía y, por desgracia, no sería el único caso, pero si te impacta cuando lo ves a través de la pantalla del televisor, mucho más te impacta el desconcierto en una mirada a través de las lágrimas y una única pregunta: ¿Por qué? No hace falta que diga que en este relato, los personajes y la historia que os cuento es fruto de la imaginación, pero que por desgracia cosas como ésta ocurren en la vida real. La confianza de un niño a sus padres no debería ser traicionada nunca. 

«Papá me iba a llevar a dar un paseo por el campo. Me gustan esos paseos. Me gusta cuando nos escondemos detrás de un árbol para poder observar a las ardillas que se acercan confiadamente sin saber que estamos allí. Y cuando nos tumbamos entre las flores y respiramos profundamente. Su aroma es delicioso, ojalá hicieran los caramelos de esos sabores. Y cuando seguimos a las mariposas de flor en flor, riendo sin parar. Papá siempre me da la mano cuando cruzamos el puente que se eleva sobre el río, porque me da miedo, y cierro los ojos, pero el sentir su mano me tranquiliza y, aunque no los abro, me siento más segura. Ya tenemos todo en el coche, y yo estoy feliz porque el sol me escuchó anoche y ha querido acompañarnos. En el coche cantamos sin parar. Papá lo hace muy mal y a mí me da mucha risa al oírle, y se pone bizco, y le salen gallos, como a esos cantantes de la tele que parecen tan serios. Me gusta asomarme por la ventanilla y que el aire alborote mi pelo. Papá siempre me dice que parece que no me he peinado en un mes y, que se me va a enredar tanto el pelo que me lo van a tener que cortar como a un chico. 

Ya hemos llegado. Siempre que venimos y bajamos del coche nos estiramos y bostezamos. Es nuestro ritual de aventureros. Hoy vamos a ir por el camino que está lleno de árboles y llegaremos hasta el río, y nos podremos dar un baño. Papá me coge de la mano y camina muy deprisa, más que de costumbre. Está como distraído. Entonces me suelto de su mano y le grito… ¡A que no me pillas! Papá me mira serio y me dice… ¡Ahora verás! Y me da alcance, haciéndome cosquillas, y rodamos los dos por la hierba, riendo sin parar. La pradera está más bonita que nunca en esta época del año. El aroma que más me gusta es el de las margaritas, pero el color, el de las amapolas, rojo brillante.  Antes de comer vamos a darnos un baño. El agua está agradable, ni muy fría ni muy caliente, y el reflejo del sol y los peces hace que el agua parezca de diamantes. Mi bocadillo es de jamón con queso, el que más me gusta de todos. Papá me hace de rabiar haciendo que se come mi bocadillo y dejándome el suyo, que es de tortilla y sabe que no me gusta. 

Hoy está siendo el mejor día de mi vida. Tumbados entre las flores miro a papá, que vuelve a tener ese aire distraído y el ceño fruncido… Papá, te quiero tanto… Y entre las flores, un dulce sueño me invade… —»Duerme, pequeña»—me susurra papá—serás una Princesa para siempre…todo pasará pronto. Y entre las flores tuve un sueño muy extraño. Soñé que era un pájaro y volaba muy alto, tan alto, que tenía miedo de caerme. Me desperté de un sobresalto y llamé a papá, pero no me escuchó. 
Papá seguía sin oírme, ausente, y mamá lloraba y le gritaba. Estaba triste y le dolía mucho, mucho, y estaba enfadada con él. Yo le decía que no le riñera, que yo estaba feliz allí tumbada entre las flores, mirando las nubes pasar en el cielo. Y yo no tenía sueño. 

Todos estaban tristes, pero yo no. Me miré en el espejo de mi habitación y vi a una princesa que se parecía a mí. Y mi mamá estaba sentada a mi lado, abrazada a mi almohada. Y yo le secaba sus lágrimas con un beso infinito. Y mi papá estaba en un cuarto oscuro y frío, y no decía nada. Recordé que cuando yo estaba triste mi papá me preparaba un chocolate caliente, y bajé a la cocina para prepararle uno también a él. Papá, te quiero tanto… Le di la mano para cruzar el puente una vez más. Esta vez no cerré los ojos. No tenía miedo. Mi papá estaba conmigo».                     

Sofía Robles Contributor

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