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El décimo del Niño

Después de que el pasado domingo fuera “rico” durante una breve columna de humo, pasé el resto de esa mañana esperando las miles de llamadas que me tendrían que llegar en caso de haber sido afortunado realmente en el sorteo. Como se puede comprobar mediante esta lectura, ninguna de esas llamadas sucedieron así que me dispuse a seguir mi rutina como si no hubiera sucedido nada (que realmente era lo que había sucedido, nada).

Tras la habitual pachanga futbolera con la peña, en la que todavía mato el gusanillo de no haber podido llegar a codearme con los Cruyff, Butragueño, Luis Aragonés y alguno más que dejé por el camino, me ofrecieron un décimo del sorteo del Niño, que es el encargado de subir la ilusión y la esperanza de todos los mortales que no hemos sido premiados en el del día 22. Claro, cuando lo tienes delante, ofrecido por un conocido al que imaginas en la televisión el día 6 como ganador mientras tú te das caramonazos por no haberlo comprado, lógicamente picas y luego te vas para casa con el pálpito de que “esta vez sí” junto a media sonrisilla tonta.

A media tarde del mismo 22 siempre hago mi ceremonia de repasar los números que tenía jugados esa mañana, sin mucha alegría pero con el nervio por la posibilidad de una pedrea o un premio de esos que nadie se fija, secundario, que suavice la desilusión de cada año. Copita de anís La Castellana, o en su defecto vale Marie Brizard, mantecado de almendra para hacer boca y pequeña bandeja supletoria de trozos de turrón para endulzar lo que el azar amarga. Todo se ordena ocupando cada artículo su lugar para poder ser utilizado llegado su momento. Como ahora estamos tan modernos que no hay que esperar, como hacíamos antes, al periódico del día siguiente para hacer las comprobaciones de rigor, se añade a todo el ritual anterior el móvil pertinente o, en su defecto, un ordenador que nos conecte a internet y podamos acceder de inmediato, casi conforme sale la bola, a acariciar la posibilidad de triunfo o sumergirnos una vez más en el “este año tampoco”.

Así
van pasando por mis manos las participaciones primero y luego los décimos, comprobándose
cada número un mínimo de tres veces para evitar cualquier confusión que mandara
a la basura, también al saco de hacienda, una alegría jamás palpada. Cada
cierto tiempo, el ritual incluye un tiento al anís o un bocado al dulce de
turno. Un “¿nada, no?” característico de mi mujer suele ser la traca final de
la ceremonia cuando me ve dejarme caer hacia atrás en el sofá, con todos los
papeles repasados apretados en una mano y la misma cara de siempre.

Pero
este año, de forma inesperada, cuando hice el primer recorte al taco repasado,
ya inservible, para arrojarlo a la bolsa de papel que siempre reciclamos, una
congoja me invadió súbitamente, creando tal duda en mí que dos goterones de
sudor cruzaron mi frente camino de las mejillas. Intentando mantener la calma,
y con algo de disimulo para no ser cogido en el error, repasé despacio cada
trozo de medio décimo que ese primer desgarro había generado. De pronto, ante
mí, se confirmaron las peores sospechas: el décimo del Niño que había comprado al
compañero peñista estaba entre los afectados por el destrozo. Se pueden
imaginar todos la cara que se me quedó de panoli al no haber apartado el mismo
del lote de los del 22.

Pensé
de todo en milésimas de segundo, incluso casi deseé que no saliera premiado el
número y así respiraría tranquilo. Pero en este tipo de situaciones todos
pensamos que ese, justo ese y en ese día, dará la casualidad de tener su
protagonismo en algún momento. Respiré hondo un par de veces y asumí mi
torpeza, algo nublada por los efluvios del licor, para inmediatamente rastrear
por el ciberespacio cómo contactar con “Loterías y apuestas de Estado” hasta
encontrar un teléfono que no salió en mi ayuda hasta el día laborable
siguiente.

Para
los curiosos que deseen saber cómo terminó la historia, o para aquellos que por
una lavadora mal planificada u otro tipo de accidentes se encuentren en similar
situación, les diré que a día de hoy mi futuro en el azar sigue en un capítulo
intermedio. Me tranquilizaron diciéndome que conserve los trozos del décimo y
espere a que el sorteo se celebre. Si no toca nada, ahí acaban todos  mis problemas loteros. Pero si toca…debo enviar
los restos del desastre, junto a una solicitud que hay en los despachos de
loterías, a Madrid donde un laboratorio autentificarán los trozos separados y
autorizará su cobro en un plazo de mínimo tres meses.

Menuda
tensión hasta el día 6. Voy a pensar más en ello que en lo que Sus Majestades
se dignen a dejarme. Pero es que así ocurren las cosas muchas veces en la vida,
por una falta de atención mínima se puede desencadenar una odisea como en la
que me veo envuelto.

De
todas formas, ojalá me toque.

Suerte
para todos, Feliz 2020 y, como dicen por estas tierras, “que todo lo que pase
sea eso”.

Sisian Reysha Contributor

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