En
la imperfección puede que esté la auténtica belleza porque es lo que queda
después de deslumbrarnos lo que se ve a primera vista pero, no deja de ser
cierto que nada más ver el fallo, por diminuto que sea, la mayoría volvemos la
mirada.
Pero
si logramos superar esa primera barrera y prestar atención a los detalles, a lo
que hay tras lo supuestamente feo, igual es que hemos visto lo que otros no
pueden ver.
Lo
perfecto es como todo debe ser a nuestro modo de entender que, aún sabiendo que
somos imperfectos, juzgamos y creemos entender que es lo bello cuando la
imperfección nos demuestra que en el detalle, está la auténtica belleza. Porque
la belleza no es sinónimo de perfección.
Que
lo bello no es tan bello ni lo feo tan horroroso. Es el velo de la costumbre la
que nos ciega y nuestro empeño por quererlo todo perfecto.
La
imperfección, como las manías, es lo que nos hace únicos y aún sabiendo que no
hay nadie perfecto no logramos trascender más allá del cuerpo que mañana se
hará viejo.
Hablo
del hombre y de la mujer, de la mujer y el hombre porque puede que lo primero
que nos atraiga sea la belleza exterior, pero todos sabemos que la interior es
la que cuenta.
Porque
vemos con los ojos, tocamos con las manos, besamos con los labios pero, ¿quién
le presta atención al alma?
Y
es que hay que crecer a la par del tiempo porque al final, todo es fachada y
postureo. Lo que cuenta es que al despertar por la mañana, esa nueva arruga que
amaneció contigo sólo significa que has vivido.
La
belleza, a nuestro modo de ver, sólo nos recuerda nuestro instinto primario de
supervivencia. Pero la naturaleza del hombre o la mujer va mucho más allá, tan
lejos que no podemos ni ver ni tocar pero tan cerca, que de poder verla y
tocarla, nada sería igual.
El
paso del tiempo ya sabemos que es inexorable. Nos hacemos viejos y viejas, el
oxígeno es vida pero también nos mata lentamente por ser una de las sustancias
más oxidantes conocidas por lo que la belleza, es sólo una manera de desviar la
atención de la belleza interior, pudiera ser.
¡Vale!, estamos de acuerdo que a nadie le amarga un dulce pero el bocado más dulce no está en la capa de fondant que recubre el pastel porque puede hasta empalagar. Sin duda alguna, es en el interior donde está la excelencia.
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